Gloria Candioti

Hola Guille


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algo? –preguntó Lorena preocupada.

      —Naa, estoy cansada. Nada más.

      Lore se sonrió. Algunas veces la había visto bastante dormida en clase, sobre todo cuando venían directo de la casa de Javier.

      —Loca, ¿estás bien? ¿pasó algo anoche? Estás como si te hubiera pasado un camión por arriba. ¿Se pasaron de joda o qué? –Pamela la azuzaba para que Marina contara la verdad de lo que ya sospechaban.

      —Nada, ¡callate! Dejame tranquila.

      Javier también estaba raro y esa mañana se mantuvo lejos de ella. Lo había hecho enojar con esos comentarios que no tenían nada que ver y menos cuando estaban extenuados en la cama. Le salió un cachetazo primero. Lo iba a parar ahí, era suficiente para ubicarla. Ella siguió, lo insultó y se quiso ir. La agarró de los pies y la tiró al suelo. Se descontroló y le pegó patadas en las piernas. Paró cuando ella le pidió perdón.

      Javier no podía mirar a Marina, esta vez se le había ido la mano.

      Casi al final de la mañana, le mandó un whatsapp: “Perdón, amor. Te quiero”.

      Marina ni lo miró y, cuando sonó el timbre de salida, fue la primera en irse. Caminó rápido para que Javier no la alcanzara. Sabía que si hablaba con él aflojaría y esta vez no quería. Necesitaba juntar fuerzas y decisión para dejarlo. Había hecho un comentario sobre Guille y Javier le pegó un cachetazo que le dejó ese moretón en la cara. Los golpes de las piernas estaban escondidos por los pantalones.

      Se sentó en un banco de la plaza, le venía a la cabeza la escena de la noche anterior. Javier la alcanzó y la abrazó. Ella trató de sacárselo de encima, pero él lloraba, la acariciaba dulcemente, le besaba la cabeza y le pedía perdón.

      Los compañeros que pasaban estaban acostumbrados a esas escenas de la pareja en la plaza vacía al mediodía.

      Marina no quería aflojar y lo haría si se quedaba, como había hecho otras veces que Javier le había pegado. La noche anterior había sido más bruto.

      —Vamos a mi casa y nos reconciliamos, Mari. Todo va a estar bien.

      —Dejame en paz. ¿Vos qué te pensás? ¿Que lo de anoche fue nada? ¡¡ME PEGASTE!!

      —Ya te pedí perdón. Me hiciste enojar, boluda, con eso de que Guille se merece otra piba, que Guille esto, que Guille… me puse celoso. ¿Qué tenés que estar pendiente de ese tarado?

      —Dejame tranquila.

      Marina agarró su mochila y salió corriendo.

      Javier esta vez no se atrevió a seguirla. Tenía que esperar a que se le pasara.

      Eran días de exámenes y Guille y Paula habían vuelto a estudiar en un bar o en la biblioteca. Que intentaban una relación seguía siendo un secreto, aunque todos hablaban de que Guille estaba con Paula y de que eso no iba a durar. Guille era muy bueno para “la estúpida modelito”. Los comentarios corrían por debajo de los bancos y en los mensajes de WhatsApp. Paula se los tragaba. No podía empezar otra guerra sin terminar expulsada del colegio.

      La relación entre Guille y Paula había cambiado. Ella se había puesto más demandante. Y a Guille le salía un mal humor desconocido, que no podía refrenar cuando Paula le exigía que la acompañara a todos lados. Sentía que algo lo tomaba del cuello y lo asfixiaba. Guille quería mantener su relación con Paula como un asunto privado, y no pensaba ser material para los chismosos. Que Paula lo atraía y enamoraba, eso no lo podía discutir. Sin embargo, no estaba convencido de que fuera la chica indicada para él.

      “Ponerse de novio es un asunto importante y requiere mucho compromiso de la pareja. Tenés que estar re seguro de que es LA persona”, decía Guille cuando le preguntaban. Sus amigos lo cargaban, decían que era anticuado y él para seguir con tono de broma aseguraba que venía del siglo XIX.

      Paula, para aflojar la tensión después de una tarde de pelea, había dejado de pretender que se mostraran como pareja porque lo único que conseguía era que Guille se cerrara. A veces, pensaba que Guille la usaba: se besaban, se acariciaban, pero para él salir como novios era otra cosa. Lo que tenían era algo privado, decía él; escondido, decía ella.

      Una vez, para parar la discusión que se venía, Guille le agarró la cara y la besó. Paula lo separó con las manos en el pecho y sus ojos brillaron con esa luz que le avisaba que se venía una explosión.

      —¡BASTA! El próximo beso es en público o no hay más –le dijo como si sus besos fueran moneda de intercambio.

      Guille se sentó en el sofá y no dijo nada por un momento, tiempo suficiente como para pensar que tal vez sus amigos tenían razón.

      —No soy tu carta de triunfo, Pau –le contestó con la mirada endurecida.

      —Vos te aprovechas de mí, yo me siento remal y vos no me ayudás.

      —Yo te quiero ver bien. Hay cosas que no me van y vos lo sabés. Mejor me voy. No quiero que empecemos a discutir.

      Desde esa tarde, la relación entre ellos se cargó de aristas.

      Paula, desde el asunto de la agencia, del desfile y de las peleas con las chicas, necesitaba a Guille para que sus compañeros no le hicieran un vacío insoportable. Guille le gustaba y estaba bien con él aunque desde hacía unos días chocaban. Él no se decidía. Le aseguraba que la quería, pero delante de los demás se comportaba como un amigo. Conocía de memoria lo que él sostenía con eso de ser novios. Sin embargo, Guille era incoherente: le gustaba que Paula lo besara y para ella eso era signo de que salían y que podían comportarse como cualquier pareja. En cambio, para él lo que había entre ellos era privado.

      A Paula le fastidiaba el perfil de chico serio que Guille sostenía en público. Todos lo respetaban y era popular. En el colegio, tenía que seguir sus reglas para no pasarla mal. Eso la cansaba tanto que le venía una tristeza que no podía controlar. Hasta pensaba en cambiarse de colegio. Empezar de nuevo, en un país donde nadie la conociera. Tal vez así podría, por fin, ser ella misma: segura, admirada y con amigos. Por momentos, aunque Guille estuviera cerca, se sentía sola. Ese sentimiento no le gustaba. Y esas veces, repetía mentalmente una poesía de Pessoa que tenía en su agenda.

       Al final, ¿alegre o triste?

       Pensar no está bien aquí...

       Sí, mi tristeza consiste

       en no saber bien de mí...

      Guille, encerrado en su habitación, escuchaba música y escribía sus raps. Desde que había vuelto de la casa de Paula se había encerrado solo con sus pensamientos. Tenía ideas diferentes a la de sus amigos y compañeros. Prefería mantener un perfil bajo y no se metía con los demás: intentó mantenerse alejado de la pelea de Paula con las otras chicas. No soportaba que la maltrataran y por suerte pudo frenarlas en la calle. Aunque se sentía tan atraído por Paula, era todo lo contrario a lo que deseaba vivir con una novia.

       Yo te lo digo a vos, Paula

       te comunico estas palabras

       para que me entiendas

       yo soy otro en tu cabeza

       no soy como vos pensás

       te quiero, te quiero, te banco

       pero no soy el que vos imaginás

       te quiero, te quiero y te banco

       no te enojes, no soy un as.