Varias Autoras

E-Pack Bianca agosto 2020


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mi madre es una noruega que se vino a trabajar al Parque Natural de Dodoma, donde conoció a mi padre, que es tanzano. Yo nací un año después de que ella terminara la carrera de veterinaria –explicó Peter–. Y, cuando surgió la oportunidad de trabajar con Zak, no lo dudé. Acepté de inmediato.

      Justo entonces, el sonido de unos grandes motores interrumpió su conversación. Eran los camiones que llevaban los materiales de las primeras cabañas ecológicas, y todos se pusieron manos a la obra.

      El día estuvo marcado por el entusiasmo con el proyecto y el deseo de agradar al príncipe. Violet se dedicó a ayudar en lo que pudo, y se las arregló para mantener las distancias con Zak hasta que le tocó llenar botellas de agua para dárselas a los trabajadores.

      –Habíamos quedado a las dos para comer –dijo él, acercándose.

      –Lo sé, pero quería terminar antes con esto.

      Zak la miró con desconfianza.

      –Rehuirme no servirá de nada –afirmó–. No con lo que sientes.

      Violet sintió un cosquilleo en el estómago, pero alzó la barbilla orgullosamente y se hizo la tonta.

      –Como no sé de qué estás hablando, tampoco sé qué decir.

      Él se acercó un poco más, rozándole el hombro.

      –Estoy hablando de que te gusto, Violet. Te gusto desde hace mucho. Y estoy hablando de que te empeñas en negarlo y de que tus fracasados intentos solo consiguen enfatizar tu pequeño dilema.

      Violet se quedó perpleja. ¿Qué debía hacer? ¿Negarlo de nuevo? ¿O afrontar el problema de una vez por todas?

      Tras sopesarlo un momento, se dio cuenta de que la actitud que había tenido hasta entonces era contraproducente. Zak sabía que la llama de su primer encuentro no se había apagado y, si ella insistía en negar lo evidente, se seguiría burlando de su fariseísmo.

      –¿Y qué pasa si me gustas? –replicó, decantándose por la segunda opción–. Reconozco que no estás mal, y que me dejé llevar hace seis años, cuando nos besamos. Pero no hagamos una montaña de un grano de arena.

      –¿Que no estoy mal? –preguntó él, algo sorprendido.

      –¿Esperabas que te pusiera por las nubes? Para empezar, no recuerdo bien ese día, así que tendrás que contentarte con ese veredicto.

      Zak entrecerró los ojos.

      –Pues tú eres más ardiente de lo que recordaba. Lo eres tanto que ardo en deseos de avivar tu pasión, aunque solo sea para comprobar si es cierto que la memoria te falla –dijo–. O para refrescártela.

      Violet intentó mantener el aplomo.

      –No vas a tener esa oportunidad. No me siento particularmente inclinada a repetir la experiencia –afirmó–. Y ahora, ¿vamos a repartir las botellas de agua? ¿O seguiremos perdiendo el tiempo con insignificancias del pasado?

      Zak le dedicó una sonrisa enigmática y, a continuación, se fue con las botellas. Violet no tuvo más remedio que seguirlo, aunque se alegró de que la hubiera ayudado, porque tardó la mitad de lo previsto.

      Luego, él se dirigió hacia la cabaña que les habían asignado, donde los trabajadores estaban esperando a que les dieran la orden de empezar. Y, cuando llegó, demostró tal capacidad de mando que Violet se estremeció y se lo imaginó con su antiguo uniforme de piloto, dando órdenes o volando en un caza.

      –¿Vienes con nosotros? ¿O no? –dijo él.

      Violet se ruborizó un poco, pero reaccionó y se acercó al grupo para que les explicaran cómo se montaba la estructura prefabricada.

      En cuanto comprendieron los conceptos básicos, todo fue coser y cantar. El tiempo se les pasaba volando, y ella no dejaba de asombrarse con la eficacia de Zak y con el hecho de que trabajara más que nadie, detalle que animaba a los demás a forzar el ritmo.

      Quería estar enfadada con él, pero la sensación que bullía en su interior no era de enfado, sino de admiración.

      No tenía miedo de mancharse las manos. Predicaba con el ejemplo y, por si eso no fuera suficientemente atractivo, se quitó la camiseta al cabo de un rato y mostró un pecho tan duro, perfecto y brillante que Violet perdió la concentración durante unos segundos. La boca se le había hecho agua, y notaba un calor preocupante entre las piernas.

      A última hora de la tarde, ya habían levantado la estructura exterior del edificio, y todo el equipo se sintió inmensamente orgulloso cuando contemplaron el fruto de su trabajo bajo los tonos rojos y naranjas de la puesta de sol.

      Terminado el trabajo, Violet se unió a los que se dirigían al comedor e hizo esfuerzos sobrehumanos por no mirar a Zak, que iba por detrás. Pero sabía que no podría dejar de mirarlo si se sentaban cerca, así que esperó a que él se acomodara y, tras servirse la comida, se sentó tan lejos como pudo.

      Peter llegó minutos después y se puso a hablar con ella, aunque no sirvió de mucho. Por interesada que estuviera en la conversación, era demasiado consciente de que la presencia del capataz molestaba al príncipe. Pero, ¿qué le importaba a ella? De hecho, le venía bien, porque así aprendería que no era una de esas mujeres que corrían a su lado cada vez que las llamaba, encantadas de gozar de su atención.

      Con eso en mente, se mostró más cariñosa con Peter que de costumbre y no puso ninguna objeción cuando se ofreció para acompañarla a su tienda, dando un rodeo por el lago.

      El capataz se portó como un caballero y se limitó a darle las buenas noches al llegar a su destino, aunque Violet no estaba contenta con su estratagema. Había irritado a Zak, pero tenía un vacío de insatisfacción en el estómago.

      Decidida a olvidar el asunto, se dirigió a la ducha, que le encantó. Consistía en una simple manguera con una alcachofa y, como no había techo que lo impidiera, pudo disfrutar del precioso cielo tanzano. Sin embargo, el placer de la sencilla experiencia se difuminó cuando se dio cuenta de que se había olvidado la toalla.

      A falta de otra opción, guardó su ropa interior en el neceser para no mojarla y se limitó a ponerse los pantalones cortos y la camiseta, tan deprisa como su húmeda piel se lo permitió. Y al salir de allí, se topó con Zak, que estaba apoyado en el tronco de una acacia, sin más prenda que una toalla enrollada a la cintura.

      Él se apartó del árbol, y ella se sintió desvanecer. ¿Cómo era posible que fuera tan atractivo?

      –Empezaba a temer que gastaras todo el agua, porque me habría tenido que bañar en el lago –dijo Zak.

      –Pues no la he gastado –replicó ella–. Queda más que suficiente en el tanque.

      Él la miró durante un par de segundos inacabables, y ella fue dolorosamente consciente de que tenía la camiseta pegada al cuerpo y de que se transparentaban sus pezones. Pero eso no le incomodó tanto como el suspiro posterior de Zak.

      Ya se disponía a marcharse cuando él dijo:

      –¿Puedo darte un consejo? No sé lo que pretendes con Awadhi, pero no hagas nada de lo que te puedas arrepentir después.

      –Eres mi jefe, y tienes derecho a darme órdenes en el trabajo –declaró ella, desconcertada con su preocupación–. Pero no tienes poder sobre mi tiempo libre.

      –¿Te gusta? –preguntó él, directamente.

      –¿Por qué lo quieres saber? ¿Es que estás celoso? –ironizó ella.

      –Solo podría estarlo si él tuviera algo que yo no tengo.

      –Entonces, ¿a qué viene tu interés? ¿Por qué estamos manteniendo esta conversación?

      Él se acercó un poco más, desestabilizándola con la cercanía de su potente cuerpo. Y ella deseó tocarlo, explorarlo, probarlo.

      –Has malinterpretado las cosas, Violet. No