Varias Autoras

E-Pack Bianca agosto 2020


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¿Cómo te atreves a decirme…?

      El resto de su vehemente declaración se apagó cuando él le acarició el cabello, la apretó contra su cuerpo y, tras pasarle un brazo alrededor de la cintura, la levantó como si pesara menos que una pluma, dio tres largas zancadas y la apretó contra la pared prefabricada de la ducha, lejos de posibles miradas curiosas.

      Un segundo después, inclinó la cabeza y la besó, provocándole una dulce descarga de calor entre las piernas y poniendo fin a todas sus dudas.

      No, su memoria no le había fallado al decirle que Zak era todo lo que podía desear. Durante años, se había intentado convencer de que su primer encuentro no había sido para tanto, de que lo había magnificado porque en aquella época era una adolescente enamoradiza; pero la realidad demostraba lo contrario.

      De hecho, era aún mejor de lo que recordaba. Quizá, porque tenía la edad y el hambre suficientes como para apreciar más su crudo y embriagador contacto, que la empujó a ponerse de puntillas, acariciar los bíceps que había admirado tantas veces y pasarle los brazos alrededor del cuello.

      Excitada, dejó su cautela al margen y le mordisqueó el labio inferior. Zak soltó un sonido de deseo y susurró unas palabras en su idioma que habrían ruborizado a Violet si no las hubiera ansiado con locura, dominada por la tensión que crecía en su interior.

      En determinado momento, Zak se apartó de su boca y le pasó los labios por el cuello antes de cerrarlos sobre uno de sus pezones. Ella se estremeció de placer, y se sintió arder por dentro cuando lo succionó por encima de la tela, aferrándose a sus nalgas. Pero lo mejor estaba por llegar, como supo enseguida.

      Tras darse un festín con sus pechos, cambió de posición y le metió una mano entre las piernas, en busca de su objetivo. Violet gimió, incapaz de refrenarse, y él acarició su húmedo sexo mientras se apretaba contra su estómago, para que pudiera sentir la erección que le había provocado.

      –Vaya, no llevas ni sostén ni braguitas. No sé si darte unos azotes por exhibirte así o aceptar el regalo que, por lo visto, pretendías hacerme.

      Violet volvió a gemir.

      –¿Qué es lo que te excita tanto? –continuó él en voz baja–. ¿Mis caricias? ¿O la idea de que te dé unos azotes?

      Violet guardó silencio, porque no quiso confesarle que las dos cosas la excitaban. Y él, que se dio cuenta, sonrió con malicia.

      –¿Hay algo que quieras decirme, Violet?

      –No sé a qué te refieres… –dijo, sin aliento.

      –¿Ah, no? Pues yo creo que sí, porque tus reacciones son demasiado intensas para un placer tan ordinario –afirmó, apretándole otra vez las nalgas–. Estás al borde del orgasmo, y apenas te he empezado a tocar.

      Las palabras de Zak rompieron el hechizo y, aunque ella ardía en deseos de dejarse llevar, se acordó de lo que había pasado en su primer encuentro y recuperó la cordura. La había rechazado, la había condenado a un sentimiento de humillación que le duró varias semanas. Y no iba a cometer el mismo error.

      Esta vez, sería ella quien lo rechazara a él.

      Decidida, le puso las manos en los hombros y lo empujó.

      –Violet…

      –No me importa lo que pienses. No quiero esto.

      –Define «esto» –dijo él, clavando la vista en sus ojos.

      –No tengo por qué definir nada. No me interesa lo que tú me puedas dar. Ni ahora ni nunca.

      –Una afirmación muy arriesgada, ¿no crees? –declaró Zak, irónico–. ¿Estás segura de que no te arrepentirás más tarde?

      Ella dio un paso atrás y luego otro, porque el primero no fue suficiente. Estaban demasiado cerca y su cuerpo insistía en traicionarla. Pero no permitiría que la rechazara de nuevo y que se atrincherara después en la mala opinión que tenía de su familia, una opinión que confirmaría si se acostaba con él.

      –Estoy segura –mintió–. No quiero que me toques.

      Zak frunció el ceño, la miró un momento y asintió.

      –Está bien. Tienes mi palabra de que no volveré a tocarte. Por lo menos, hasta que vengas a mí y me lo pidas… O no, hasta que me lo ruegues.

      Violet tragó saliva.

      ¿Qué era eso? ¿Un desafío?

      Mientras se alejaba, tuvo la sensación de que ya era tarde para ella. Había empezado a perder la partida, y Zak lo sabía de sobra.

      ¿En qué diablos estaba pensando al decir que volvería a él y le rogaría que hicieran el amor?

      Habían pasado cinco días desde su tórrido encuentro en la ducha, y se sentía como si Violet lo hubiera hechizado. Ni siquiera le divertía el trabajo, aunque iban tan bien que habían levantado dos ecocabañas en cinco días en lugar de en seis.

      Era desesperante. Hacía lo posible por mantener las distancias con ella, pero no conseguía dejar de admirar su cara, su flexible y voluptuoso cuerpo y las largas piernas que insistía en enseñar con su manía de ponerse vaqueros tan cortos como ajustados.

      En cuanto a su ética laboral, no podía ser más admirable. Hacía lo que le pedían y lo hacía con entusiasmo, superando todas sus expectativas.

      Por supuesto, aún tenía reservas sobre lo que podía pasar a largo plazo, pero era evidente que se había equivocado al pensar que fracasaría. Violet era lo que decía y mucho más. Violet lo estaba volviendo loco.

      Aquella noche, cuando ya habían terminado de trabajar, ella soltó una carcajada que llamó su atención inmediatamente.

      –La próxima vez, avisa –dijo, rompiendo a reír de nuevo.

      Zak entrecerró los ojos al ver que uno de los trabajadores sostenía una botella de aspecto sospechoso mientras admiraba el trasero de Violet, que se había inclinado porque había empezado a toser. Y la causa de sus toses era más que obvia: el Pombe, una bebida alcohólica de la zona.

      –¿Se puede saber qué estáis haciendo? –bramó, interrumpiéndolos.

      Todo el mundo se quedó helado.

      –¿A ti qué te parece? –replicó Violet, enojada–. Estamos de fiesta.

      –Pues deberías divertirte con bebidas menos… potentes.

      Los integrantes de la cuadrilla lo miraron con incomodidad, pero Violet lo hizo como tantas veces, con desafío. Y Zak, que estaba acostumbrado a que todo el mundo lo tratara con deferencia, lo encontró interesante. Quizá, demasiado.

      ¿Sería esa la razón de que no pudiera resistirse a incordiarla?

      –¿Y dónde estaría entonces la diversión? –replicó ella.

      Zak la tomó del brazo repentinamente y dijo a los demás:

      –Si os apetece, os podéis pasar por mi tienda. Pedí que me llevaran champán para celebrar el buen ritmo del proyecto. Tomad lo que queráis.

      Como era de prever, el anuncio fue recibido con entusiasmo, y la cuadrilla se dispersó enseguida.

      –¿Podrías dejar de manosearme? –preguntó Violet cuando se quedaron a solas.

      Él la soltó, pero se plantó delante de ella.

      –¿Cuánto Pombe has bebido?

      –¿Ya estás controlándome? –protestó.

      –No, pero te arriesgas a sufrir una resaca tremenda si abusas de ese brebaje.

      Violet se limpió la boca con el dorso de la mano, concentrando la atención de Zak en sus lujuriosos labios.

      –Gracias por tu preocupación, pero eso es problema mío. ¿O es que he hecho algo que comprometa mi trabajo?