Eduardo Ruiz Sosa

Anatomía de la memoria


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a la muchacha de la historia del Flaco Zambrano: Lida era Lida Pastor, la hija de la boticaria que dejaba entrar a los Enfermos;

      En el libro todos se conocen pero nadie lo sabe, le decía Orígenes;

      y era cierto.

      Al sol de hoy yo me encargo de la botica, le dijo Macedonio, antes trabajé en una fábrica, y antes de eso en otra fábrica, y antes de eso en un hospital, y antes en una estación de radio y antes en un periódico;

      por seguir la corriente Salomón le preguntó:

      ¿En qué sección?;

      En la de limpieza, le respondió Macedonio, y a veces hacía algo de electricista y de mecánico, porque antes de eso estuve en un taller mecánico también;

      y se dio cuenta el biógrafo de que el boticario era algo así como una estatua, que estaba de pie detrás del mostrador y que no movía los brazos al hablar, que casi no se movía nada en él: un poco los ojos, un poco las cejas y la frente, y la boca, que arrastraba las palabras cuando Macedonio decía que conoció a Lida en el año setentaynoséqué porque él había tenido un accidente cuando era joven y venía a la Botica Nacional a comprar antibióticos y sueros y cosas para el dolor, porque le dolía mucho;

      ¿Qué le pasó?, le preguntó Salomón, pensando que tal vez tenía que ver con esa inmovilidad al hablar, o ese arrastrar de los labios en las palabras como si las llenara de saliva porque no había otra forma de que se deslizaran hacia los oídos ajenos:

      Un accidente, le dijo, luego las cirugías y esas cosas que siempre salen mal, terminé odiando a los médicos, y ahora voy con bata blanca como ellos; y su investigación ¿de qué es?;

      Sobre los Enfermos, le dijo el biógrafo, tratando de hacer un énfasis imposible en la mayúscula para evitar las confusiones,

      y Macedonio:

      Ella sabe mucho sobre los enfermos y sobre las enfermedades; y lo dijo sin hacer un especial énfasis en ninguna letra, pero Salomón no podía notarlo;

      ¿Y usted, Macedonio, sabe algo de los Enfermos?,

      un énfasis repetido e imperceptible en la oralidad;

      el boticario tenía más o menos la edad de Orígenes, de Eliot Román, de Isidro Levi;

      Supe de una mujer, le contestó Macedonio, que empezó a toser en el año cuarentaydós, apenas un asomo rumoroso, me dijo una vez Amalia Pastor, yo no me lo estoy inventando, así me lo contó ella, ¿verdad?, me dijo que era una tía lejana, hermana o prima de algún otro familiar lejano, y nunca dejó de toser: cada vez la velocidad de la contracción de los pulmones y la diferencia de presión torácica y atmosférica era mayor: una tos más y más violenta que con los años le impidió estornudar, le impidió reír, le impidió decir palabras que llevaran las primeras tres vocales y redujo su vocabulario a las palabras que llevan las últimas dos: hay un retrato suyo en la casa, lejos de la puerta del patio interior para evitar una neumonía: aparece tosiendo una larga O con los ojos cerrados y la lengua a medio salir pegada al labio inferior y cubriendo los dientes como si ofreciera en una almohadilla carnosa la posibilidad de una joya; había perdido, me explicó Amalia Pastor, la costumbre que tenemos de colocar sobre la boca el puño cerrado o la mano abierta porque quizá se habituó a la velocidad de los espasmos,

      y luego estoy yo, le dijo, yo también he estado enfermo, y tuve una suerte absurda, o una voluntad absurda, de meterme en trabajos donde se me hacía más evidente la enfermedad,

      pero Amalia Pastor ya falleció, y ahora la botica es de Lida, y cuando volví, hace unos años, me dejó a mí de encargado porque ella tiene mucho trabajo con sus enfermos, a veces le ayudo porque trabajé en un hospital, pero ella los conoce, usted debería hablar con ella, aunque es verdad que a ella no le gusta hablar con nadie, a veces tampoco habla conmigo, pero aquella vez, cuando hacía semanas ya que nos conocíamos, cuando éramos jóvenes, me dijo un día:

      A mi madre la perdí hace años,

      pero luego un día fuimos a conocer a su madre,

      y yo pensé que no hay hija que no pierda a su madre constantemente;

      ¿Eso le dijo Lida Pastor?, le preguntó Salomón;

      Eso me dijo, y entonces vinimos aquí: yo ya había estado en la botica: siempre que estuve con ella era aquí, detrás de este mismo mostrador, y me había contado que aquí entraba mucha gente, que por las noches dejaban que se escondieran los estudiantes, pero esa vez entramos por la puerta de la casa:

      al principio me pareció que entrar ahí era como echarse un rato a dormir en mediodía, ¿verdad?, después del pasillo de la entrada hay una sala enorme: de un lado los muebles son rojos, los sillones de terciopelo rojo, o de algo que se parece al terciopelo o al color rojo, y del otro lado los muebles son muy altos y cuando uno se sienta los pies le cuelgan sin tocar el suelo, y todo tiene un tacto pegajoso de algo que estuvo ahí antes y ya no, como si a todo se le hubiera pegado una sombra húmeda y plastificada,

      ahí es donde empiezan las pinturas,

      o empiezan ya desde la pura entrada, pero está tan oscuro que no se les presta atención. La casa es impresionante, pero las pinturas son lo que más lo atrapa a uno. Y los andamios: hay una especie de pasillo elevado por toda la casa, una especie de segunda planta al pie de las pinturas, como si alguien estuviera reparando las paredes o los techos, pero luego uno descubre que lo que reparan son las pinturas. Luego hay dos pasillos: uno atraviesa un patio interior lleno de matas verdes, y el otro atraviesa dos habitaciones. También ahí hay pinturas en los muros. Pero en los muros, no colgadas de clavos ni apoyadas en las paredes: pintadas sobre los muros: el marco pintado también, y todo el contenido. Luego los dos pasillos se unen y hay más espacio y más luz. Un salón con algunos libros, el comedor, la cocina. Y al fondo la puerta del patio. Todo está lleno de pinturas. El patio es un parque enorme, lleno de árboles y de frutas tiradas en el suelo. Aquello no se acaba. No llegamos al final no sé si porque tuve miedo o porque ella tuvo miedo o porque la madre apareció detrás de nosotros cuando ya estábamos a medio camino por las baldosas azules y blancas que atraviesan el patio, ¿verdad?,

      así fue, en aquel tiempo las cosas eran de ese modo.

      Cuando Estiarte Salomón volvió a su casa después de pasar un par de horas con el boticario, encendió la grabadora y volvió a escuchar aquellas palabras arrastradas como culebras en un lodazal, recordó el olor a alcohol del trapo con el que Macedonio repasaba una y otra vez el cristal del mostrador con la mano zurda y la sensación que tuvo cuando por fin le vio la derecha que había tenido dentro del bolsillo de la bata blanca durante casi todo el rato de la entrevista:

      una mano incompleta:

      el índice y el corazón casi del todo amputados, y el pulgar, como si fuera una aleta, o el extremo inferior de una pinza de cangrejo, se cerraba con el anular y el meñique en un puño puntiagudo y aquello parecía, de alguna manera, la cabeza de un conejo;

      recordó Salomón la facilidad con la que Macedonio le fue contando todo como si le tuviera una confianza de años, y que insistía una y otra vez en que debería hablar con Lida Pastor, pero que sería imposible.

      Entonces el biógrafo empezó a transcribir las palabras del boticario conforme iban saliendo de la grabación:

      Macedonio le dijo que Amalia Pastor había mandado que todas las pinturas o fotografías que había en la casa, las que colgaban de algún clavo, las que reposaban sobre algún mueble, se pintaran en la pared. Alguien lo hizo, seguramente, y al parecer con una pericia impresionante:

      Ahí está la historia de mi familia, le dijo Amalia Pastor a Macedonio;

      Y empezó a contarme la historia de cada uno de ellos, de los antepasados y los cuadros. No me dijo, en cambio, por qué había hecho pintar las imágenes sobre la pared. Creo que había una razón poderosa, ¿verdad?, no un simple capricho, pero no me atreví a preguntarle, decía el boticario,

      Aquél de allá, me dijo, es mi bisabuelo,

      y Macedonio señalaba con la zurda