Darlis Stefany

Conquistando a Jeremy


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luego de dos semanas de solo contacto por correos.

      —Claro, está bien. Pero debo desocuparme en dos horas, tengo una reunión.

      —Está bien, no voy a robarte mucho tiempo.

      —Vale.

      —¿Estás bien? Estás actuando un poco extraño.

      Solo estoy muy excitado y no quiero espantarte.

      —Estoy muy bien. Vamos.

      La observo caminar delante de mí y trato de evitar que parezca que me la vaya a comer con los ojos, pero estoy seguro de que fallo miserablemente.

      ◌◌◌◌

      Es una tortura. He estado sentado en su sofá sabiendo que hace un momento se estaba bañando y ahora se está vistiendo. Estoy incómodo y comienzo a sentirme un poco irritado con este descontrol y esta bochornosa situación.

      Cuando estoy haciendo mi trabajo no se supone que este tipo de cosas sucedan, suelo ser muy profesional, pero con Naomi las cosas no son fáciles.

      —Listo —dice apareciendo con el cabello húmedo y una sonrisa.

      Tomo un profundo respiro volviendo mi vista al frente. Estoy tan irritable que podría tener uno de mis pocos momentos idiotas, pero me controlo mientras me pongo de pie y la sigo a la cocina para verla.

      La piel de Naomi luce como un dulce chocolate de leche que quiero lamer y saborear.

      —Me gusta el chocolate.

      —A mí también —responde haciéndome saber que lo he dicho en voz alta—. ¿Estás bien con una ensalada y tiras de carne? Es algo rápido de hacer porque sé que llevas prisa.

      —Eso estaría bien.

      Sonrío cuando la escucho tararear una canción a medida que cocina, luce a gusto, relajada y feliz, ha bajado la guardia frente a mí y me hace sentir afortunado.

      —¿Tuviste mascota alguna vez, Jeremy? —Su pregunta me toma por sorpresa.

      —No, cuando teníamos a la basura en casa —hago referencia a Paul y ella lo entiende—, él no nos dejaba y luego, cuando él ya no estaba, yo iba a la universidad y vivía en una residencia. ¿Y tú?

      —Tuve una perrita y murió de vejez, lloré mucho. También tuve un hámster una vez cuando estaba en la escuela, fui una buena cuidadora.

      —Apuesto a que lo fuiste.

      —¿Tendrías una mascota ahora?

      —No lo sé, vivo solo y hago mucho trabajo afuera por lo que ahora no tengo el tiempo suficiente para cuidar de una mascota.

      —Creo que a mí me gustaría una mascota. Quizá un loro.

      —¿Un loro?

      —Sí, para enseñarle a hablar y nunca tener silencios. Pero no me gusta tener a aves enjauladas, me recuerdan a lo que es sentirte atrapado.

      —¿Qué tal un gato?

      —No lo sé, podría ser, aunque creo que este apartamento es pequeño por lo que tendría que ser una mascota pequeña. Cuando era niña quise tener una ardilla de mascota. —Ríe.

      —Eso no es tan raro como querer cavar un hoyo en el jardín para llenarlo de agua salada y tener un tiburón de mascota, era mi sueño, aunque Doug me recomendaba que mejor consiguiera un delfín para que pudieran darnos paseo. —Rio ante el recuerdo—. Supongo que teníamos mucha imaginación.

      —¿Sabes bailar?

      —¿Quieres invitarme a bailar? —pregunto sin poder evitar mi sonrisa.

      —Solo hago una pregunta sencilla.

      —Sí, sé bailar. Mamá nos hacía bailar con ella mientras ponía la radio. Son recuerdos bonitos y felices. Tú, por supuesto, que sabes bailar, después de todo perteneciste al grupo de baile.

      —Pero hace muchísimo que no bailo. Estuve pensando en meterme en clases de baile, como un pasatiempo.

      —Eso estaría genial, yo iría a verte.

      —¿Lo harías?

      Sí, seguro me pondría igual que verla hacer yoga, pero parece que soy masoquista.

      —Lo haría.

      —Quizá podrías meterte conmigo.

      —No creo que me vaya lo de hacer pasos de bailes dignos de una película juvenil de competencias.

      —O podrías solo inscribirte conmigo a un curso de salsa, mambo, tango… ¡Cualquier cosa de esas! —Se ríe.

      —Solo estás tomándome el pelo, bien que te mueres por inscribirte a un grupo de baile de pasos súper geniales de dar volteretas y toda esa magia.

      —¿Toda esa magia? Eres muy divertido. Contigo parece que nunca puedo dejar de sonreír.

      —Y eso me hace feliz, pintaré una sonrisa en tu rostro siempre que tenga la oportunidad. Tenlo como una promesa.

      Ella me observa durante largos segundos en los que las cosas se sienten diferentes entre nosotros, luego aclara su garganta y vuelve a la comida haciéndome otra pregunta cotidiana que nos lleva a más conversación. Se siente tan bien.

      Capítulo seis

      Naomi

      8 de noviembre de 2013

      —Hola, mamá.

      Mamá deja de limpiar el estante lleno de sus libros de autoayuda y motivación, antes de alcanzarme en la puerta de la casa y abrazarme.

      —Mi vida, no puedo creer que estés aquí.

      Rio y la abrazo con fuerza. Es una de las cosas que más extraño al vivir lejos: sus abrazos. Ningún abrazo nunca se sentirá tan amoroso como el suyo. Es la única persona que puedo saber con certeza que nunca va a fallarme. Beso de manera sonora su mejilla tomando su rostro en mis manos.

      Siempre me ha divertido que mamá sea muy baja de estatura, desde mis doce años yo era más alta que ella. Tengo mucho parecido físico con mamá, papá solo se encargó de darme la estatura y complexión, aunque no me hubiese quejado ni un poco de ser voluptuosa y rellenita como mi mamá. Para mí es la mejor mujer del mundo.

      —Te eché de menos, mami.

      —Y yo a ti mi chocolatico dulce.

      —Recuerda no decir ese apodo frente a mis amigos.

      Teniendo en cuenta que Claudia no me ha dado nunca vacaciones a menos que me enferme de gravedad o de algo contagioso, mi única opción consiste en venir un viernes para marcharme el domingo. No son todos los días que me gustaría estar en la casa en la que crecí, pero me conformo con ello.

      Siempre ha sido un problema en mi vida: conformarme.

      Me sigue mientras camino hasta mi antigua habitación para dejar mi mochila. Sonrío apenas pongo un pie adentro. Las paredes son blancas y tienen un montón de salpicaduras de pinturas en ella. Tuve dificultad para decidirme por algún color y Ronald me preguntó por qué no solo escogía un color, que no era tan difícil.

      Recuerdo que solo rodé mis ojos y le dije que callado estaba mucho más lindo, se molestó de una forma divertida que luego me hizo reír y cuando fui a por pintura, solo decidí comprar una blanca, pensando que era una decisión diplomática. Entonces luego vi el resultado y era tan clínico que tomé mis pinturas y comencé a arrojarlas a las paredes, hasta el techo. Tuve que comprar muchas pinturas más. Cuando papá llegó del trabajo su rostro se puso muy carmesí y parecía estar luchando con su enojo. Salió de mi habitación y volvió cinco horas después para decirme que yo era una artista, que