por el consejo. Pizza pedida.
Jeremy: Siempre que me necesites.
Esas palabras en cierta manera llegan a una parte de mí, las leo al menos cuatro veces antes de guardar mi celular. Mientras espero a que traigan mi pizza pequeña, no puedo evitar observar a Jeremy y Amanda. Ella de nuevo toca su mano mientras él parece estar explicándole algo.
Sí, esto sigue sintiéndose raro.
En algún momento cuando termino de comer decido ir al baño a lavar mis manos. Como siempre, dedico unos pocos segundos a ver mi reflejo en el espejo y repetirme que todo estará bien, que soy una luchadora y que algún día, viviré sin miedo de volver al pasado y salir lastimada de la mano de Ronald.
Saco de mi bolso un brillo labial y me aplico un poco. Vuelvo a mi mesa y nos disponemos a macharnos luego de realizar el pago. Soy la primera en pagar y salgo del local para contestar la llamada de mi hermano Alan.
Es agradable hablar con él. Si bien no somos cercanos, siempre me alegra saber que está bien y conversar con él es natural. Me siento agradecida de tener una buena relación con él. La llamada no dura más que unos pocos minutos y acabo con una sonrisa en mi rostro.
—Ah, lo bonito de esa sonrisa.
Me giro y me encuentro con Jeremy una vez más, podría ser que mi sonrisa crece un poco más.
—Pensé que te habías ido.
—Ya casi. —Asiente hacia su auto, recargada de este veo a Amanda hablar por teléfono—. Espero a Amanda.
—Ya veo… —Es todo lo que consigo decir.
—¿Fue buena mi recomendación?
—Fue una buena pizza, pero ya parece que sabes que no soy amante de la comida italiana.
—¿Y de qué sí eres amante, Kanet? —Se cruza de brazos a la altura de su pecho.
De inmediato mi mirada nota la manera en la que sus brazos se abultan y trago.
Asusta que luego de más de dos años, mi cuerpo por primera vez en lugar de sentir rechazo, despierta con una ola de lo que según mis recuerdos, se siente como una fuerte atracción.
Y alarma más de que dicha atracción sea hacia mi abogado.
—Eres mi abogado —nos recuerdo.
En respuesta, alza la vista al cielo y alza sus manos como si le implorara a alguien por paciencia, es un poco de divertido de ver.
—Le importas a tu abogado —dice, baja su mirada y sostiene la mía. Lamo mis labios y su mirada baja al gesto.
—Jeremy, ya estoy lista para irme —llama nuestra atención Amanda y solo entonces me doy cuenta de que estábamos envueltos en una intensa sesión de miradas.
Aclaro mi garganta y veo hacia un lado. Él le dice que le dé un minuto y luego siento su proximidad. Me toma por sorpresa cuando siento su mano en mi cintura y su respiración contra mi oreja.
—Espero que hayas disfrutado tu almuerzo —susurra y luego siento sus labios en mi mejilla en un suave beso de despedida.
Se aleja con una sonrisa aniñada y traviesa hacia su auto, le devuelvo el gesto y luego observo a Amanda, que no luce muy feliz. Veo el auto irse y de manera tonta llevo una mano a mi mejilla como si aún sintiera su gesto tan inocente.
—¿Quién era ese?
La pregunta de Chantel me saca de mis pensamientos, le sonrío mientras todos comenzamos a caminar hacia la galería. Tardo en responder.
—Ese era un hombre que trae consigo muchas emociones —murmuro.
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31 de mayo de 2013
La exhibición griega marcha muy bien. Todos parecen contentos. Amo mi trabajo y cuando tengo esta oportunidad de observar arte y rodearme de personas que lo aprecian tanto como yo, se siente bien.
También admito que este tipo de eventos me hace sentir hermosa. Hay algo bastante particular sobre vestirte elegante y sentirte bien. Ya sabes, te pones bragas de encaje y te sientes poderosa, sexy. Usas un vestido de seda realzando tus curvas y te sientes femenina y a gusto, como si no quisieras quitarte el vestido nunca.
No es el caso de los zapatos de tacón. Los domino bien, pero no son mis favoritos.
Tomo otro canapé mientras observo a las personas alrededor conversar, todos parecen a gusto. Laura y Chantel hicieron un buen trabajo. Claudia se encuentra con Robert a su lado mientras conversa con el dueño de la galería, y padre de Claudia, el señor Renette.
Tomo una copa cuando pasa uno de los chicos encargados del servicio. Quizá en poco tiempo debería irme, me apetece relajarme y ver alguna película en la comodidad de mi cama.
—Hola.
Me sobresalto y un poco de bebida cae al suelo.
—Lo siento, no pretendía asustarte.
—Llegar de espaldas a alguien y susurrar «hola» es el ingrediente perfecto para asustar.
—Lo siento. —Se ríe—. Solo quería hablarte.
Alzo la vista encontrándome con unos ojos marrones y un rostro muy masculino. Lo reconozco, es uno de los arqueólogos importantes del lugar y no precisamente el más joven. Quizás unos cuarenta años si las sutiles canas en su cabello no me engañan.
—Vale.
—Soy Lysander Beckers.
—Un gusto, Naomi Kanet.
No estrecha mi mano, se inclina y la besa. Con sutileza recupero mi mano porque no me gusta un contacto tan directo e íntimo cuando apenas estoy conociendo a una persona, eso me pone de los nervios.
—¿Cuál es tu función en la galería?
—Estoy en el departamento de restauración.
—Por supuesto. Manos finas para un trabajo tan importante y delicado.
—Muchos aquí están delirando sobre usted, he leído uno de sus trabajos de investigación y visto muchas de las piezas que ha encontrado.
—Eso me alegra. Me apasiona.
Ah, ya, un hombre apasionado. Qué bien.
En un principio estoy tensa porque por muy conocido que sea en su área, para mí resulta un desconocido, es un hombre más grande que yo y una parte de mí me advierte que así como está siendo un caballero podría transformarse en cuestión de segundos. Como Ronald. Pero pasados los minutos, estoy muy cautivada por sus historias y explicaciones, es como nutrirse de conocimientos. Hago preguntas que él responde y me hace reír en unas pocas ocasiones.
Sin darme cuenta los minutos pasan y se convierten en al menos una hora. Él comienza a coquetear de forma leve, como si intentara no asustarme y no lo hace, pero estoy confusa sobre si me interesa recibir sus halagos.
Cuando alguien llama su atención y me dice que regresa en breve, lo espero unos quince minutos, pero luego llego a la conclusión de que quiero irme a casa y me marcho.
No es fácil conseguir un taxi y cuando lo hago no puedo evitar quitarme los zapatos de tacón. Pago y bajo descalza tarareando una canción. Entro a mi edificio, subo en el ascensor y siento alivio cuando abro la puerta de mi apartamento.
Cierro la puerta y apenas doy dos pasos siento un papel debajo de mi pie descalzo. Me agacho y tomo la hoja:
No me gusta lo que estás haciendo, Omi.
Nivel de molestia: 5.8.
No más.
No me hagas llegar a 10.
Son letras impresas, pero me tiembla el cuerpo. Porque lo sé, una parte de mí lo sabe.
De repente, empiezo a jadear y a sudar y observo toda mi casa recargando la espalda