—Soy tu abogado, para eso estoy. —Recuesta su espalda de la silla—. Cuando estés divorciada, ¿Qué es lo primero que harás?
—Si llego a estar…
—Empezaste mal. No es un caso hipotético, va a ser un hecho. Entonces, debes decir «cuando esté divorciada».
—De acuerdo. —Sonrío—. Cuando esté divorciada, venderé mi anillo de bodas…
—¿Aún lo tienes? —Parece desconcertado.
Nunca he hablado sobre mi anillo con alguien, ni siquiera con mi mamá, es algo muy simbólico para mí, él representa años de maltrato y dolor.
—Es su propiedad y dijo que si algo le ocurría yo pagaría, supongo que esa amenaza se quedó muy profunda en mi sistema. —Me encojo de hombros—. No lo uso, de hecho, está en donde no puedo verlo. No lo vendería por querer dinero, lo haría solo porque sé que él odiaría tanto eso.
»Suena infantil, lo sé. Pero ponerme ante él con algo tan pequeño como eso, para mí se sentiría como un gran logro.
—Si para ti significa tanto, entonces no es algo infantil. ¿Qué más harías?
—Me iría a tomar una copa y le diría a quien se siente a mi lado: «hola, soy Naomi Kanet y estoy divorciada».
—¿Podrías agregar «y mi atractivo abogado Jeremy McQueen me ayudó»?
—Le quitaré la palabra «atractivo».
—No estoy de acuerdo, pero está bien. Me conformaré.
—Bien.
—¿Qué sería lo siguiente?
—Tengo ahorros y nunca he tomado vacaciones en el trabajo, las he acumulado, por lo que quizá viajaría.
—¿A dónde?
—No lo sé. Quizá algo exótico. Un paisaje que se grabe en mi memoria y que al cerrar los ojos solo quiera pintarlo sabiendo que nunca será tan perfecto como en la realidad. —Cierro mis ojos imaginándolo y no puedo evitar sonreír.
Era uno de mis planes de adolescente, antes de Ronald. Otro plan que se fue al carajo.
—Esas son cosas muy geniales para hacer cuando estés divorciada.
—Sí. Solo espero hacerlas. —Rio—. Una cosa es decirlo, otra es hacerlo.
—No te veo como una cobarde.
—Pero muchas cosas me asustan.
—¿Y? Todos tenemos algo a qué temerle. Eso no hace a una persona un cobarde. ¿Conoces a alguna persona que no tenga algún temor?
—¿Le temes a algo, Jeremy?
—Le temo a muchas cosas, Naomi, pero lo importante es que aún con mis miedos, me levanto y enfrento cada día, no me doblego por ellos y busco ir por más. Tú puedes ir por más.
—Gracias.
Él no lo sabe, para mí sus palabras son muy valiosas y significativas. Desde Ronald me aislé del mundo, no tengo amigos con los cuales hablar sobre mis sentimientos, temores o experiencia, hasta hace poco que conocí a Hilary y para mí, todo esto significa tanto.
—Te diré algo.
—¿Qué? —No puedo evitar sonreír.
—Tú haces esos tres puntos cuando te divorcies o…
—¿O? —pregunto con genuina curiosidad.
—O te daré el empujón que necesites para que lo hagas. Pero debes hacerlo. Lo harás.
—Sí, quisiera verte dándome ese empujón. —Ruedo mis ojos.
—Ya te dije, yo siempre cumplo mi palabra y acabo de hacerte otra promesa.
Capítulo tres
Jeremy
8 de abril de 2013
Es muy cierto que hace poco tiempo que conozco a Naomi, pero creo que ya identifico ciertas cosas en ella y me temo que esas cosas comienzan a gustarme.
Cuando trato de explicarle algo, el ceño se frunce y ladea la cabeza hacia el lado izquierdo. Cuando está pensativa presiona un dedo sobre sus labios: lo cual noto mucho. Demasiado. Cuando algo no le gusta sacude la cabeza aun sin interrumpirme mientras hablo y cuando quiere que me calle rueda sus ojos. Pero lo que más me gusta es que cuando algo la divierte sus labios se curvan en una sonrisa algo ladeada y sus ojos se entrecierran. Y es la expresión que tiene justo ahora.
Y su piel, ¡Dios! Esa piel de chocolate me tienta de una manera que no debería suceder. Hay miles de mujeres con las que podría involucrarme y mis ojos están dirigiendo su atención a ella, no sé cómo evitarlo. No sé si quiero evitarlo.
—¡Basta!
—¿No te gusta reír?
—No cuando siento que si sigo me orinaré.
—Buen punto.
Observo al frente viendo a los niños jugar en el parque, Naomi también lo hace. En un principio se me hizo raro que las pocas veces que no la encontraba en su apartamento al buscarla, se encontrara aquí, pero supongo que ya no me extraña. Aunque nunca le pregunto sobre ello.
—Son lindos los niños, ¿verdad? —me pregunta viendo a un par de niños jugar con la arena—. Seguro que son unos diablillos y se llevan mucha energía, pero son tan puros e inocentes.
—Me gustan los niños. Mientras no lloran. Y son divertidos, también son pequeñas fuertes, cuando se caen siempre, a pesar del dolor y el miedo, se levantan.
—Son inocentes —agrega sonriendo—. Me hace feliz que Hilary vaya a tener un bebé, tengo la esperanza de disfrutar un poco de él.
—¿Un poco? Mejor ponte en la fila, ya hay un montón de personas codiciando a mi sobrino.
Ella ríe, pero luego hay una mueca triste en su rostro mientras ve hacia otra niña jugando. Sus ojos se ven llenos de tristeza y tanto anhelo que es algo doloroso solo de ver.
—Yo no tendré eso —dice en voz baja—. Cuando Ronald me atacó por última vez, estaba embarazada y no lo sabía. Lo perdí y hay tanto daño en mí que no tendré esa oportunidad de nuevo.
Lo sabía. Lo supe desde que vi su informe médico, pero ella nunca me lo dijo hasta ahora. Siento un malestar cuando voltea a verme y veo tristeza en su mirada.
»No sabré lo que es llevar a un ser vivo dentro de mí. No pataditas, no ecos y no toda la locura que conlleva estar embarazada. Solo queda sentarme a ver cómo le sucede a los demás, pero no a mí. Soy una idiota por haber esperado tanto tiempo para hablar, por haber esperado lo peor. Lo dejé ir destruyendo todo lo que soy. Callé demasiado tiempo.
—No es tu culpa. Ninguna mujer víctima de violencia doméstica es la culpable de que la maltraten.
—Pero no dije nada, estuve ahí tanto tiempo. No lo entenderías…
—Te equivocas. Lo entiendo muy bien.
Suspiro, así como ella nunca habló de sus problemas para ser madre, yo tampoco lo he hecho sobre la basura que un día vivió bajo el mismo techo que mi familia y yo.
—¿Cómo?
—No siempre mamá fue libre. No siempre fuimos libres. —Paso mis manos por mi pantalón—. A mi papá me siento más cómodo llamándolo Jean, porque somos más conocidos que familiares. Mis padres nunca se casaron, vivieron juntos y luego nací. Nunca tuve su apellido y tampoco me importó. —Me encojo de hombros—. Un día decidió irse y fue honesto, yo aún era