soy encantador?
—Para ser un abogado ese no ha sido el mejor argumento. —Me sorprende que bromee. Da un sorbo a su batido y come de a poco su dulce—. ¿Siempre quisiste ser abogado?
—No. Ahora soy un niño bueno, pero solía ser malo.
—¿Chico malo?
—No del malo drogadicto acosador de niños indefensos. —Rio—. Solo no tenía tiempo de ser el mejor estudiante y peleaba cuando oía que fastidiaban a Doug. O si me molestaban a mí.
»Mis notas no eran las mejores porque a veces faltaba si me ofrecían algún trabajo y también me pillaron algunas veces con las manos bajo las faldas muy largas de mis compañeras. —Me inclino hacia adelante como si le fuera a contar un secreto—. Dormí con la profesora de matemáticas cuando tenía quince años.
Pretendo que suene relajado y como una experiencia enriquecedora, cuando la realidad es que fue una experiencia amarga, humillante y denigrante, una que hasta el día de hoy no olvido. Trato de decirme que si bromeo sobre ello, el peso de aquello disminuirá y no dolerá tanto, pero tal racionamiento no funciona. Aun me atormenta.
—¿Qué?
—No te espantes, no fue algo regular y trato de olvidarlo. Ahora soy bueno.
—Eso debe alegrarme, supongo.
—Pero nunca puedes quitarle a un chico del todo su lado malo.
—Claro, significa entonces que debajo de este sonriente chico dorado hay aún un descarriado chico malo.
—Bueno, no puedo asegurar eso. Y no me llames chico dorado.
—¿Qué hay de malo en ser llamado chico dorado?
—Solo no me llames así, por favor.
Rasco mi barbilla, espero nunca más ser llamado así. Que ella use ese apodo solo lo hace peor. Naomi nota que estoy afectado de manera negativa por ello y todo el avance que habíamos hecho desaparece, de nuevo vuelve a estar incómoda y como si quisiera irse corriendo. Maldigo internamente por eso, no es lo que pretendía.
—Lo siento, no pensé que…
—No es nada malo sobre ti, son cosas de cuando estaba más joven. Ya sabes, algunas cosas no son agradables de recordar.
—De acuerdo, solo Jeremy.
—También puedes llamarme hombre ardiente.
—Mejor lo dejamos como Jeremy.
—Al menos lo intenté.
Se encoge de hombros y como de mi pastel, no está tan relajada como antes, pero al menos no parece asustada así que decido que es el momento para hablar del motivo de nuestra reunión.
—Tengo el número de teléfono del abogado de Ronald. —Da un respingo y palidece un poco, sé que de igual forma debo seguir hablando—. Concreté a través de su asistente una cita con él.
—¿Es un buen abogado?
Hago una mueca, tengo una política de nunca mentir a mis clientes y este abogado es bueno. Muy bueno y no se toca el corazón para dejar a los monstruos libres.
—Lo es, pero…
—Tú también lo eres —agrega ella haciéndome reír.
—De hecho, yo iba a decir que no siempre gana los casos, pero me gusta más esa continuación de mi oración.
—No voy a ver a Ronald.
—Solo es una cita con su abogado. Tranquila, no tienes que ir. Esto es algo entre abogados.
—Bien.
—Pero alguna vez, tú…
—Tendré que verlo. —Se estremece y ve su batido—. Solo espero que esa vez sea para firmar el divorcio.
—Haré lo posible para que solo se trate de esa vez.
—Verlo es mi peor pesadilla. Me ordeno no tener miedo, pero no puedo evitarlo.
Sus palabras tocan una fibra sensible en mí. Desde afuera sería fácil juzgar sus reacciones, pero yo que viví con mi familia ese tipo de violencia, sé que no es fácil. Son monstruos que te dañan física y mentalmente, se convierten en pesadillas que se alimentan de tu miedo, uno que no puedes controlar.
—Dame tu mano.
—¿Qué?
—Que me des tu mano.
Dudosa me la entrega. Es una mano suave y delicada. Y no tengo que ser raro evaluando o haciendo frases románticas y cursis sobre su mano, aun cuando me encuentro pensando que me gustaría tomarla por mucho más tiempo.
»Cuando Doug y yo estábamos pequeños estrechábamos nuestras manos y apretábamos para hacer una promesa. Así que ahora voy a hacer una contigo.
—¿Una promesa?
—Así es, yo Jeremy Nathaniel McQueen te prometo que vas a divorciarte de Ronald y conseguiremos una orden de restricción que no pueda ser renovaba. Una que lo mantenga siempre lejos de ti. Vas a ser libre, tener una vida maravillosa y no volverás a tener miedo de vivir y ser feliz. Lo prometo.
Le doy un apretón a su mano y cuando la libero, ella solo me observa. Me remuevo sin saber qué significa esa mirada y por qué hace que algo leve y agradable se instale en mi pecho.
—No esperaba eso.
—¿No tomaba tu antiguo abogado tu mano para hacer promesas? —bromeo intentando aligerar el hecho de que me hizo sentir de una forma extraña con una mirada.
—Nadie nunca me ha prometido que seré libre de él… Hasta ahora.
—Hasta mí.
—Yo… gracias, no tengo palabras.
—No tienes que agradecerme.
—Sí que tengo que hacerlo. Todos siempre dicen que entienden lo que sucedió… Pero no creo que las personas sepan lo que es estar asustada de continuar mi vida. Es como si ya no supiera cómo avanzar y dejarlo atrás. Pero tú…
—¿Qué?
—Tú pareces saberlo, no dices solo palabras al azar. Lo dices con convicción.
—¿Y sabes que es lo mejor? Que yo cumplo mis promesas, Naomi.
Capítulo dos
Naomi
19 de marzo de 2013
—Dime, la verdad, ¿cómo está todo?
Me contengo las ganas de pasar la mano por mi cabello porque eso ocasionaría dejar pintura en él.
—Mamá, no miento, estoy muy bien.
—¿Seguro? No debes mentirme.
Mamá nunca supo a tiempo qué monstruo era Ronald, no la culpo, él me escondió del mundo y las personas no notaban lo que pasaba, y todo los que podrían saberlo estaban muy lejos de mí. Eso no impide que ella no deje de culparse por no escuchar a tiempo mi grito de auxilio, supongo que resulta difícil saber que quien maltrataba a tu hija era a quien recibías en tu casa con una sonrisa y como a un hijo.
Mamá no me obligó a casarme con Ronald, no me obligó a creer que después del primer golpe no vendrían los siguientes, ni mucho menos me obligó a cegarme ante los cambios que se iban dando en su personalidad. Pero supongo que de alguna manera hay culpas que aunque no nos pertenecen es difícil no asumirlas.
—Mamá, no estoy mintiendo —suspiro—, tengo un nuevo abogado.
Cambio de tema porque no