Patricia Thayer

Corazón al desnudo


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y le costaría mover el material pesado. Pero en los treinta minutos que había estado con ella, se había dado cuenta de que Shelby Harris era lo suficientemente cabezota como para intentarlo.

      —El miércoles vendré con una cuadrilla para comenzar el trabajo del exterior —dijo él.

      Ella asintió pero no sonrió. Y por alguna razón, él se decepcionó. Después de todo, le estaba haciendo un favor.

      —Si tengo tiempo, quizá pueda ayudarle a quitar el…

      —No necesito que se compadezca, señor Covelli —dijo ella—. Ya lo haré yo.

      —No lo dudo, señora Harris. Pero no me estaba compadeciendo. Aquí, en Heaven Springs, lo llamamos ser amable.

      Capítulo 2

      SHELBY se quedó en el porche viendo como Rafe se marchaba en el coche.

      —Hombre arrogante —masculló mientras se sentaba en un escalón.

      ¿Con qué derecho mandaba sobre ella? Ningún hombre le decía lo que tenía que hacer. Ella no era como su madre, débil y sumisa, que dejaba que los hombres controlaran su vida y luego se marcharan. Ella recordaba que cuando era una niña, los hombres entraban y salían de la vida de Nola Harris. El padre de Shelby inclusive. Años atrás prometió que nunca dejaría que un hombre le hiciera daño.

      La mayor parte de su vida se las había arreglado sola y no iba a dejar que Rafe Covelli cambiara eso.

      Shelby miró hacia la casa, y de repente se sintió agobiada. ¿Cómo iba a hacerlo todo? Suspiró y recordó todo lo que había trabajado para ahorrar y comprar ese sitio. Era su casa. Se emocionó. Stewart Manor era suya.

      Se volvió y miró el prado. Había más rastrojos que hierba. Había que podar los arces. Y el seto que rodeaba el terreno.

      Se levantó y comenzó a bajar las escaleras, obligándose a no deprimirse. Siempre había conseguido enfrentarse a todo lo que le ocurría, y había sobrevivido. En ese sitio había mucho trabajo por hacer, pero podría hacerlo.

      Llegó a la parte trasera de la casa y vio que no estaba en mejor estado que la parte delantera. Había malas hierbas por todos sitios. El jardín de rosas estaba abandonado, pero algunos arbustos habían sobrevivido al abandono.

      Shelby continuó inspeccionando la propiedad y, después de atravesar una zona boscosa, se quedó de piedra al ver la casita. La pintura estaba cayéndose a trozos y la mayoría de los cristales estaban rotos… Respiró hondo para controlar su reacción y caminó hasta llegar a ella.

      En el porche había un balancín oxidado y ella comenzó a recordar. Un verano en Indiana, su madre y ella sentadas en el columpio esperando que llegara la lluvia. Shelby solo tenía seis años, pero recordaba esa época como la más feliz de su vida junto a su madre.

      Sintió un escalofrío y sus sentimientos amenazaron con aflorar. No podía dejar de pensar en la mujer que solía ir a visitarlas a la casita. Una mujer que vivía en Stewart Manor y que se llamaba Hannah. Era guapa y siempre sonreía. Cuando iba a visitarlas, siempre llevaba helado o galletas. Un día le llevó una muñeca.

      Después, una noche en que la señora Hannah fue a visitarlas, Nola mandó a su hija a la cama.

      Pero Shelby escuchó la discusión.

      Al día siguiente, Nola hizo las maletas y se marcharon de Stewart Manor. Se fueron en autobús y su madre nunca le explicó por qué.

      Poco después, Nola conoció a otro hombre, Orin Harris. Nola le dijo que sería su padre. Shelby no quería un padre, y menos a un hombre que trataba mal a su madre. Además Orin y Nola siempre estaban borrachos y por las noches discutían. Un día su madre se puso enferma, y como no había más familiares que pudieran cuidar de Shelby la dieron en adopción. Nunca más volvió a saber nada de su madre. Después le dijeron que había muerto.

      Shelby casi se dejó vencer por la tristeza, pero como otras veces, luchó y salió adelante. La negación era su protección para no hacerse daño.

      —Hola, ¿hay alguien ahí?

      Shelby se dio la vuelta y vio a un hombre mayor. Era bajito, y a medida que se acercaba, ella notó que cojeaba ligeramente. Tenía el pelo canoso y la cara sonrosada.

      —¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó Shelby.

      —Soy Ely Cullen, señora — dijo él y tendió la mano.

      Ella lo saludó.

      —Hola, Ely. Soy Shelby Harris.

      —Lo sé. Todo el pueblo habla de la nueva propietaria de Stewart Manor. Pensé que debía venir a darle la bienvenida —miró a su alrededor y suspiró—. Estoy seguro de que en su día era un sitio precioso —la miró—. Y volverá a serlo.

      —Va a costar mucho tiempo y mucho dinero —dijo Shelby—. Tengo intención de convertirlo en un hostal.

      Ely asintió.

      —¿Necesitará ayuda para cuidar de las tierras?

      —Me encantaría, pero por ahora lo único que puedo permitirme son estas dos manos —se las enseñó.

      —¿Y si no tuviera que pagarla?

      Shelby lo miró fijamente. No le gustaba aceptar ayuda. Y además, él no podría soportar el cálido y húmedo verano.

      —Es todo un detalle por su parte, señor Cullen, pero aquí hay mucho trabajo.

      —Lo sé. Lo hice durante treinta años.

      —¿Era usted el jardinero de Stewart Manor?

      Él asintió contento.

      —Solía podar las rosas de la señora Hannah. Cortaba el césped y perfilaba los bordes. Sé que ahora ya soy mayor y más lento. Para mí ha sido muy duro ver como este sitio se iba deteriorando tras la muerte de la señora Hannah —la miró a los ojos—. Todavía puedo ser útil.

      —¿Está seguro? Le estoy muy agradecida, Ely, pero no quiero que trabaje demasiado.

      —No lo haré. Mi nieto vendrá conmigo a hacer el trabajo duro.

      —Entonces insisto en pagarle.

      Él sonrió.

      —Ya lo arreglaremos. De momento adecentemos esto un poco.

      —Estoy deseándolo igual que usted —dijo Shelby, sintiendo que al fin las cosas estaban de su parte.

      Esa tarde, Rafe entró en Maria’s Ristorante y se sentó al final de la barra en la zona reservada para la familia de Maria.

      Era temprano para cenar, pero quería hablar con su hermano Rick y ese era el mejor sitio para encontrarlo. La mujer de Rick, Jill, había aceptado trabajar en el turno de tarde hasta que en otoño empezara a trabajar de profesora. Sólo llevaban casados un mes y eran inseparables.

      Rafe envidiaba a su hermano. Rick había encontrado el amor, y lo mejor de todo, no le había dado miedo perseguir lo que quería. Es decir, a Jill. Rafe no había tenido tiempo de encontrar una esposa. Tampoco es que quisiera una.

      Por si el conjuro de los Covelli no era suficiente para disuadir a Rafe de buscar una esposa, desde que dos años antes muriera su padre, tenía mucho trabajo que hacer. Como era el hijo mayor, se hizo cargo de Nonna Vittoria, María, su madre, y su hermana Angelina. Y no podía olvidar el negocio familiar, la constructora Covelli and Sons. Las cosas empezaron a ir mal cuando se dijo que la causa del accidente de su padre había sido la utilización de materiales inadecuados, y Rafaele Covelli era el contratista del edificio. Le llevó algunos meses, pero con la ayuda de Rick y de su primo Tony, Rafe consiguió que el negocio siguiera adelante. Seguían buscando la verdadera causa del accidente y Rafe prometió que no pararía hasta que no probara la inocencia de su padre.

      La familia comenzó a hacer otros