Patricia Thayer

Corazón al desnudo


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crees que ya es hora de ponerse a trabajar?

      —Está bien —contestó Rick y se dirigió a la casa—. Estaré en la tercera planta, por si necesitáis algo.

      Rafe presentó a Charlie, el otro hombre. Llegó un camión con el logotipo de Norton Construction.

      Shelby ignoró la mirada de Rafe y se dirigió a hablar con el hombre que estaba bajándose del camión.

      —Hola, soy Shelby Harris —dijo—. Y usted debe de ser Gus —el hombre aparentaba unos treinta y tantos años. Era corpulento e iba sin afeitar. Aunque todavía era temprano, ya llevaba la ropa sucia.

      —Hola, señora —dijo Gus Norton. Miró a su alrededor—. Veo que Covelli está reparando el exterior. No me extraña que no haya aceptado sus tarifas. Yo le haré la reforma por menos dinero.

      Shelby sabía que estaba cometiendo un error.

      —Como le dije por teléfono, ahora no tengo dinero para hacer mucha reforma.

      Él asintió y puso una media sonrisa.

      —No se preocupe, encanto. Me dijo que quería buscar una solución.

      Shelby se arrepintió. Se había equivocado al pedirle un presupuesto a ese hombre.

      —Bueno, hola Rafe —dijo Gus—. He oído que estás arreglando unas fachadas. Es una pena que no puedas dedicarte a la construcción nueva por lo que pasó con tu padre.

      —Estoy haciendo exactamente lo que quiero hacer, Norton —dijo Rafe con frialdad.

      Shelby observó como los dos hombres echaban chispas.

      —¿Desde cuándo aceptan que trabajes en la ciudad, Norton?

      Gus sonrió.

      —Charlie. Si alguna vez quieres trabajar en la construcción de verdad, llámame.

      Charlie se disponía a decir algo, pero miró a Shelby, lo pensó mejor y se marchó.

      Shelby acompañó a Gus a la casa y le indicó qué era lo que tenía que mirar. Fue a la cocina e hizo un café. Necesitaba cafeína.

      La tarde anterior se la había pasado delante del ordenador. Desde que había llegado a Haven Springs, llevaba retraso en su trabajo.

      El negocio le iba muy bien y no era un buen momento para mudarse de Louisville, pero tenía tantas ganas de vivir en su nueva casa. Estaba pagando por ello. Si no terminaba el trabajo, no tendría dinero para restaurar su nuevo hogar.

      Hogar. Esa palabra le resultaba extraña. En casi veintinueve años, no había podido llamar así a ningún sitio.

      —No puedo creerme que hayas llamado a ese hombre para que te haga un presupuesto.

      Shelby se volvió y vio que Rafe Covelli estaba apoyado en la puerta.

      —Le dije, señor Covelli, que necesitaba hacer algunos arreglos en la casa. No deja de llover solo porque yo no pueda pagar la reparación del tejado.

      —Yo arreglaré el tejado. En la buhardilla hay material suficiente para hacer un arreglo decente. Podré acabarlo en unos días. Después podrás tomarte algún tiempo para hacer el resto de la reforma. Pero no contrates a ese cretino. Créeme, no distingue un martillo de un cincel.

      Shelby estuvo a punto de sonreír, pero no lo hizo. Tenía curiosidad por saber por qué Rafe Covelli quería rescatarla. Quizá solo debía aceptar su ayuda.

      —No aceptaré su caridad. Le pagaré.

      —Puedes pagarme echando a ese cretino, que dice ser constructor. Stewart Manor se merece lo mejor. Y eso soy yo —Rafe entró en la cocina y se detuvo a mirar los armarios de roble.

      Shelby sonrió.

      —Son bonitos, ¿verdad? Pero no creo que formen parte de la casa original.

      Rafe pasó la mano por la madera pulida.

      —No, los pusieron hace veinte años.

      —¿Cómo lo sabe?

      —Porque los puso mi padre —estaba tan orgulloso que Shelby envidió el amor y el respeto que él sentía por su padre.

      —Lo que más me gusta de esta cocina son los armarios —dijo ella.

      —Y si quieres a esta casa tanto como yo creo que la quieres, deshazte de Norton.

      —Deje de darme órdenes, señor Covelli.

      —Me llamo Rafe.

      Shelby lo miró a lo ojos y tragó saliva.

      —¿Qué dices, Shelby? ¿Hacemos un trato? Yo te arreglo el tejado si le dices a Gus que se vaya.

      —Le he dicho que no voy a aceptar su caridad. Quizá podamos hacer un trueque. ¿Qué le parece si yo le enseño informática?

      —Estás bromeando.

      —Lo toma o lo deja —dijo Shelby.

      Rafe no podía creerse lo que estaba ocurriendo. Estaba negociando para tener el privilegio de reparar el tejado. ¿Desde cuándo daba su brazo a torcer? Cuando Shelby fue arriba a darle las malas noticias a Gus Norton, mereció la pena.

      En cuanto ella regresó a la cocina, llegó un muchacho corriendo.

      —Señora Harris. Señora Harris.

      Shelby salió y Rafe la siguió.

      —¿Qué ocurre, Josh?

      —Mi abuelo. Se ha caído —el niño señaló hacia el prado.

      Shelby salió corriendo y Rafe fue detrás. Al llegar al jardín de rosas vieron que Ely Cullen estaba tumbado en el suelo.

      —No lo muevas —dijo Rafe y se arrodilló junto al hombre—. Ely, ¿puede oírme?

      —Claro que puedo oírte —el hombre intentó incorporarse—. He perdido el equilibrio. Me ha fallado la rodilla —se sentó con ayuda de Rafe.

      —Espera. Déjeme que mire si se ha roto algo.

      —No tengo nada roto. Solo mi orgullo.

      —Quizá debíamos llevarle al médico —sugirió Rafe mientras sacaba un pañuelo y limpiaba un arañazo que Ely tenía en la cabeza—. ¿No le duele nada?

      —Hijo, a mi edad siempre duele algo.

      —Abuelo, quizá debas de ir. Tienes heridas en el brazo y en la cara —el joven estaba preocupado.

      —Josh, me he caído en la hierba. Estoy bien. Ya he dicho que me falló la rodilla. Solo necesito un poco de ayuda para ponerme en pie.

      Rafe ayudó al hombre a levantarse. No parecía mantener el equilibrio.

      —Ely, ¿qué hace aquí a las siete de la mañana?

      —Estoy trabajando para la señora Shelby. Voy a arreglar el jardín.

      Rafe había escuchado suficiente. Shelby Harris no solo había contratado al peor constructor de la zona, sino también a un hombre de setenta y siete años para que trabajase en el jardín. Ayudó a Ely a sentarse en una silla de jardín.

      —Le traeré un vaso de agua —dijo Shelby.

      Rafe la detuvo.

      —Creo que debemos llevar a Ely a la clínica.

      —No necesito ir —contestó Ely.

      Rafe miró a Shelby con preocupación. Ella tragó saliva y él notó que tenía miedo.

      —Por favor, Ely. Estaría más tranquila si fuéramos. Después de todo me siento responsable.

      El hombre mayor sonrió.

      —No ha sido culpa suya.

      Shelby quería darle un beso al anciano.