Iván López Casanova

Educar para la pluralidad


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la necesidad de realizarlo dentro de un grupo de iguales, de amigas y amigos de la misma edad. La primera directriz se nutrirá, fundamentalmente, de la educación familiar; pero la segunda dependerá sobre todo del ambiente social.

      Ahora bien, ¿qué desenlace se vislumbra si no hemos sabido preparar a los hijos para afrontar el contraste entre los valores familiares y sociales al llegar la adolescencia?

      Como refleja la anécdota del comienzo del capítulo, a los hijos se los debe formar con profundidad, porque no son idiotas. Es posible que para algunas facetas de la vida sean ingenuos y que, dependiendo de su edad, no puedan comprender algunas ideas demasiado abstractas. Pero en una sociedad compleja, se requiere una educación con profundidad intelectual. Para impartirla, sus padres necesitarán comprender con un cierto rigor los rasgos esenciales de la cultura en la que respiran. Así les ayudarán para luchar contra la tendencia al mimetismo y contra el miedo al ridículo, rasgos que irán creciendo al acercarse la edad adolescente, el tiempo en el que cristaliza o fracasa la educación familiar.

      La cuestión no es sencilla. Pero evidencia la necesidad de abordarla con una cierta hondura, adecuada a la edad de cada hijo, para evitar el desconcierto futuro o la resignación. Los jóvenes necesitan una educación fuerte en la que sean tratados como personas que aspiran a un mundo perfecto, a una civilización donde prevalezcan el amor, la justicia y la belleza. Donde experimenten el respeto a la libertad de conciencia, sin relativismo. Porque los chicos pequeños y los adolescentes, aunque posean cierta ingenuidad y aún no hayan llenado su mochila con muchas experiencias, guardan en su interior una capacidad grande para comprender el mundo moral, tal vez mayor que la de muchos adultos.

      La mejor vacuna contra la superficialidad la proporciona el conocimiento de la aventura del pensamiento, pues evita imitar las modas culturales simplemente porque las sigan las mayorías o porque las aplaudan los medios de comunicación. También, la sabiduría fortalece frente al temor de ir contra corriente y frente a la inseguridad o al disimulo para no parecer atrasados o incultos.

      El filósofo francés también planteó la complejísima cuestión −que llega hasta nuestros días− de cómo maniobrar en la sociedad plural para no ceder ante el relativismo. O dicho con otras palabras, cómo tratar la apuesta por los valores buenos y conjuntarlos con los que se niegan a aceptarlos y los transgreden. En definitiva, la compleja articulación entre democracia y pluralismo de una parte, y las conductas negativas de otra, tan importante para la educación familiar en el mundo actual.

      B. Aplicaciones para la educación familiar para la pluralidad

      Ahora podemos desarrollar las bases teóricas de una propuesta educativa para abordar el problema del contraste entre los valores educativos familiares y los valores sociales dominantes al llegar la adolescencia de los hijos.

      1. La educación para la pluralidad nace del respeto profundo a las personas, no del relativismo

      Cada persona posee el derecho intangible a la libertad de conciencia ante el que solo cabe una actitud de respeto. Por ello, cada uno debe forjar su mundo interior y ostenta, por tanto, el derecho a comunicarlo y difundirlo libremente. Así pues, aunque sus ideas sean contrarias a las recibidas en nuestra familia, requiere nuestro respeto −el mismo que exigimos para nuestras convicciones−, porque la libertad es lo que nos hace seres humanos, y lo que posibilita el encuentro con la verdad. Se debe, entonces, tolerar las opiniones que consideremos pobres o equivocadas, no por una postura relativista ni aun por neutralidad, sino por un profundo amor a la libertad. Con otras palabras, esto supone educar en la actitud radicalmente opuesta a la indiferencia o al escepticismo y, a la vez, formar para buscar la verdad en el mundo plural, pero sin tensiones innecesarias.

      2. Educar en la idea de mejorar la sociedad y de transformar el mundo con nuestra vida

      Precisamente, el respeto a la conciencia de toda persona constituye el trampolín perfecto para educar bien en los ideales propios, los que consideremos adecuados, y para explicar por qué otras formas de entender el mundo nos parecen negativas. Al sortear tanto el relativismo como el dogmatismo, se accede a una educación preñada de amor a los demás y de respeto a sus ideas; y eso va unido a la conciencia fuerte de tarea para acercarlos al bien. Asimismo, esto supone proveer a los adolescentes de la idea de la vida como aventura, de la existencia como una preciosa novela de acción