Iván López Casanova

Educar para la pluralidad


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a los hijos de un guion que nutra sus vidas de sentido valioso serán otras instancias quienes lo hagan, ya que el ser humano es alguien llamado a realizar una tarea vocacional. En este sentido, cuando la misión a la que un joven se siente llamado es pobre o, sencillamente, inexistente, tarde o temprano se sentirá defraudado y terminará en desencanto vital, en persona desmotivada y, posiblemente, en el cinismo existencial; aunque eso llegará más tarde, tal vez tras seguir un ideal poco valioso que terminará por defraudarlo.

      3. La necesidad de una identidad familiar fuerte

      Cuanto mayor sea la complejidad social, más necesaria será la construcción de una identidad familiar fuerte, como contrapunto, para así disponer de una honda capacidad crítica. Es decir, para evitar personalidades uniformes configuradas al dictado de los poderes dominantes, se hace muy necesario proporcionar en la familia una identidad familiar bien trabajada junto con un amor al mundo plural. Así se provee a los hijos de los resortes intelectuales suficientes para amar lo propio y para descubrir las carencias éticas y existenciales de las diversas cosmovisiones alejadas de la recibida en la familia.

      4. La comprensión de las ideas culturales de fondo que nutren la sociedad

      Con la educación familiar para la pluralidad se logrará la comprensión de las raíces de las que nacen las diferentes conductas morales, pues solo un conocimiento de algún grosor intelectual permite discernir que los frutos iniciales del hedonismo y del abandono de los jóvenes no son tan atractivos como parecen a primera vista. No es, por tanto, un discurso sencillo sobre problemas morales concretos, sino una formación para entender las grandes ideas de las que se nutren las diversas conductas morales que se presencian en las variadas relaciones interpersonales, a través de la televisión, internet, etc. Se trata de educar para conocer y razonar sobre el suelo cultural, sobre el fondo ético que sustenta las conductas de las personas.

      5. Explicar los valores propios y los ajenos

      No consiste en explicar solo los valores propios, sino también los ajenos que transitan por la sociedad plural. Se expondrán los pros y los contras englobados en los diversos planteamientos intelectuales, para que se puedan defender de las influencias negativas. También, de intentar que comprendan y aprecien los aspectos positivos que encierra cualquier movimiento cultural, aunque se encuentre alejado del nuestro. Interesa, entonces, evitar los reduccionismos y las simplificaciones, y fomentar la mirada intelectual que busca siempre lo que une a los demás por encima de lo que separa. Asimismo, de avivar la inquietud vital de aprender de todos, la actitud intelectual del rechazo total a lo falso y lo incoherente.

      Como campo fecundo en el que podemos unirnos con todos los demás miembros de la sociedad destaca el de educar para un desarrollo sostenible. Así pues, con el fomento en el hogar de la «conversión ecológica» familiar —usando la expresión de la encíclica Laudato si del papa Francisco−, cada familia tratará de incorporar conductas para ayudar a un cuidado sostenible de nuestro Hogar común, la Tierra. Para habitarla con el mimo que merece y para dejarla con el menor impacto negativo posible de cara a las generaciones venideras.

      6. Fomentar más la idea de ayudar a otros que la de protegerse a sí mismos

      No se persigue tanto sobreproteger a los hijos ante un ambiente adverso cuanto de transmitirles el ideal de ayudar a otras personas. En este sentido, la educación será positiva, orientada hacia hacer el bien, y no solo a defenderse ante un ambiente difícil. Educar para la pluralidad significa formar a nuestros hijos para transformar el mundo con acciones positivas. Dicho de otra forma, esta educación subraya la idea de la vida como don valioso y, a la vez, como responsabilidad para mejorar la sociedad. En concreto, esta actitud se reflejará en una educación llena de alegría y buen humor, pues ambos resultarán más necesarios cuanto mayor sea la crisis cultural que deben abordar los jóvenes.

      7. Enseñar la complejidad de lo real y a matizar los juicios: la serenidad sin violencia

      A través de esta formación comprenderán que no existe ningún camino en la vida que sea rechazable en bloque, y que quien excluye a alguien o lo ridiculiza por pensar distinto, en el fondo, es quien menos razones posee sobre sus propios argumentos. En otras palabras, aprenderán que cuanto menos firme es el suelo de las convicciones personales más fuerte suele ser la violencia empleada para rechazar a quien no piensa como nosotros. Y lo contrario: quien fundamenta bien su fondo moral entiende también la complejidad de cada ser humano y es comprensivo con los modos de pensar alejados del propio. Esto ayuda mucho a no sentirse ridículos por pensar de modo distinto a la mayoría, y a sentir pena por quien descalifica o excluye a alguien porque no comparte sus convicciones familiares, morales o religiosas. También servirá para alejarse de quien defiende sus ideas de modo vehemente: sabrán enseguida que les faltan argumentos.

      8. Tomar conciencia de vivir en un mundo muy injusto para la infancia y para los que menos poseen

      Por último, la educación plural propuesta provee de un ideal de justicia alto que detecta el contraste de una sociedad que, junto con valores muy positivos, presenta una cara perversa que puede pasar inadvertida: la gran injusticia de plantear problemas morales de gran envergadura en edades tempranas. De alguna manera, se puede decir que hemos trasladado los problemas de una sociedad adulta a los jóvenes sin experiencia. Y esto es muy injusto. ¿Por qué un niño al hacer una búsqueda en internet tiene que encontrar frecuentes estímulos, seducciones o escenas sexuales brutales cuando todavía es muy ingenuo? ¿Por qué un chico o una niña pequeña tienen que convivir con la crudeza de las separaciones y rupturas familiares y con una violencia frecuente, si no en sus propios hogares, tal vez en el de sus familiares, amigos, compañeros de colegio o vecinos?

      Y lo mismo podría referirse respecto de los millones de personas que pasan hambre y que resultan invisibles para quienes llegan perfectamente a final de mes. Esta realidad se ha de explicar de modo frecuente, para que en los hijos no prenda la indiferencia.

      Subrayo estas situaciones porque la comprensión de este mundo injusto es un motivo más para afrontar la superficialidad ambiental que domina en la sociedad. Y porque el ideal de justicia posee mucha fuerza al acercarse la adolescencia.

      Así se puede plantear la formación como la aventura de una existencia que aspira a la plenitud ética y como una donación para devolver lo que los demás nos han regalado. Y se desecha también la parálisis moral por el desaliento que produce la abundancia de corrupción y vulgaridad.

      Afortunadamente, son muchos los que se dan cuenta de que algo no está funcionando en nuestra cultura. En ese ir contracorriente, desde la educación para la pluralidad se potencia lo que el filósofo Alasdair MacIntyre denomina las virtudes de la dependencia reconocida: la generosidad, la misericordia, la piedad, el perdón, el agradecimiento, la ternura y, sobre todo, el cuidado.

      Esta base educativa estimula a los adolescentes para superar su tendencia camaleónica a mimetizarse con el ambiente dominante para ser aceptados. También los vacuna para que no se encapsulen en un mundo artificial donde sostener los valores