ético. No quieres el respirador. Nos hiciste prometer por años, que no te conectaríamos a ningún aparato. Sí, el esfuerzo de tu cuerpo por respirar es angustiante. Ya nos lo ha explicado el doctor Montes. Ya me he peleado con él. Ahora dice que soy cruel e inhumana. Y crueldad es una palabra que no quisiera evocar. Ni asociar. Una buena noticia: ¡logramos ponernos en contacto con Lulú! Va a venir a verte. ¿Quieres verla?
Es miércoles, 17 de septiembre.
“¿Quo vadis, Domine?” Quisiera decirte que a un lugar mejor. A veces creo que te irás volando o te desintegrarás, como Carlos Castaneda. ¿Ahora mismo, piensas en Las enseñanzas de Don Juan? ¿Sí te crees, a los años, todo ese viajezote excéntrico y mágico? Leí todos sus libros nada más porque tú los tenías completitos, y pues con tal de leer, yo leía lo que hubiese en los libreros. Ahora entiendo mis gustos lectores que llamaré, por tratarme con cariño, eclécticos. Pienso mientras te veo en El don del águila y Metafísica 4 en 1. ¿Qué pensabas encontrar ahí? No sé qué te espera. Igual podría ser el viento que un pasadizo de luz, como dicen. Quizá te espere el vacío. O sí te reciban tus padres. No lo sé. Te dará gusto ver a tu padre. ¿Cincuenta y cuántos años después se reencontrarán? ¡A penny for your thoughts!
Es jueves, 18 de septiembre.
Te vamos a conectar. Ya se ha ido Lulú, es jueves. Te aviso que es jueves. Respirarás. No habrá más angustia por respirar. Ya le he pedido disculpas al doctor. Ya le he avisado a tu sobrina. A mi madre. Cuando ellas lleguen ya no podrás hablar, pero respirarás. Te va a doler un poco cuando te pongan los tubos. Creo que todo estará bien. Concéntrate en la música. Sí, así es, no puedo traerte una tele, pero los teléfonos inteligentes hacen milagros tecnológicos: Lucia di Lammermoor, con la Callas.
Es noche. Mamá espera en el coche. Está alterada. La llevaré a casa. Sí, se te está hinchando el cuerpo. Te quitaron la sonda gástrica. No preguntes, por favor. Descansa. Se queda tu sobrina. Yo llego mañana, después del simulacro. Vas a oír la sirena a las diez de la mañana. No te alteres. No estará temblando. Es el simulacro nacional. Durará unos minutos. Después me dejarán entrar. Antes no. Descansa.
Es viernes, 19 de septiembre.
“¿Quo vadis, Domine?” Un estertor. Un tambaleo corporal, la arritmia que no cesa. El tintineo de los aparatos y la sacudida del cuerpo. Uno. Dos. Tres minutos en el infierno. Llegan las enfermeras.
Código azul. Llegan los doctores. Tu propio infierno. Inevitable. Un ruido sordo. Las cortinas cerradas. Las máquinas cuando dejan de registrar el latido cardiaco suenan en la. En un la agudo. Ignoro si en la mayor o menor. Pero es un la. El la de las once de la mañana en punto.
Las cortinas permanecen cerradas. Entro por debajo de ellas. Te cierro los ojos. Te miro por última vez e intento que tu corazón exaltado, a punto de salírsete del pecho, vuelva a ocultarse, pero tu piel ha dejado de ser suave. Tu cuerpo está tenso. Te quito el tubo que detenía tu lengua. Lo tomo. Lo aprieto. Como asidero. Cierro el puño con él.
—¿Quo vadis, Domine?
—Romam vado iterum crucifigi.
Es viernes, 19 de septiembre.
Y mañana, desafortunadamente, de este terremoto también habrá réplicas.
¿Quo vadis, Dominique?…
SISMO: Palabra para incluir en el Diccionario Familiar.
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