María Inés Falconi

Caídos del Mapa 13


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hacía eso. Graciela la miró de reojo, pero no dijo nada. No se la hacía fácil.

      —Papá es injusto –dijo Juli de repente.

      —No es injusto. Tiene miedo de que te pase algo –le contestó Graciela.

      —¿Qué me va a pasar, ma? Es una marcha retranquila. Van todas.

      —Julieta, ya conocés a tu papá. No va a cambiar de opinión.

      —¿Y vos estás de acuerdo?

      —¿Con qué? ¿Con el aborto?

      —No, ma. Con lo que papá dice.

      —En parte sí y en parte no. Creo que exagera un poco, pero esto es una familia, y las decisiones se toman en conjunto.

      —¡Mentira! Porque si se tomaran en conjunto me dejarían opinar y ustedes no me dejan.

      —Sí, te dejamos opinar, pero también te cuidamos porque vos todavía sos chica y no te las sabés todas –Graciela cerró la canilla y buscó un repasador para secarse las manos.

      —Eso es mentira –dijo Julieta–. Acá el único que decide es papá y vos le hacés caso como una tonta y aceptás cualquier cosa que él diga.

      —¡Julieta! Cuidado con lo que decís.

      —Lo que digo es cierto. Vos no defendés tus derechos. Hacés todo lo que papá quiere y nunca me defendés a mí, tampoco.

      —Julieta, estás enojada y por eso estás diciendo cualquier cosa. Esto no tiene nada que ver con los derechos. Ya cuando crezcas…

      —¡¿Ya cuando crezca?!... ¿Qué va a pasar cuando crezca si me están educando con una visión completamente machista?

      —¡¿Que qué?!

      —Nada, ma. Nada. No lo vas a entender. Vos sos de otra época.

      Julieta pegó media vuelta y se volvió a encerrar en el cuarto. La vía del diálogo se había terminado.

      Julieta no podía creer que se fuera a perder la marcha que había estado planificando durante tanto tiempo con sus compañeras y con Agus. ¿Y si iba igual?... ¿Y si llamaba a la tía Miriam y le decía que la pasara a buscar?...

      No, la tía Miriam era muy copada, pero seguramente ya le habían avisado que su papá no la dejaba ir y no se iba a jugar a llevarla por las suyas. Tampoco le podía pedir ayuda a Agus, porque seguro le iba a contar a su mamá que, sin duda, le iba a contar a “su” mamá.

      No pensaba quedarse en su casa mientras todas iban a la marcha. Ni soñando. Tampoco se animaba a ir sola. Ni la tarjeta “SUBE” para pagar el pasaje tenía. ¿Cómo iba a viajar?

      Le mandó un mensaje a Connie.

      No era tan obvio. ¿Cómo iba a conseguir esa autorización?

      ¡Qué complicado todo! Eso de la autorización no lo había pensado y era cierto que, sin una nota firmada por su mamá, no la iban a dejar salir de la escuela. Y ella era pésima falsificando la firma… Nunca lo había podido hacer. Su hermano, sí. Fran era un genio imitando la firma de su mamá. Le salía igualita. Pero, ¿cómo se lo pedía? La iba a buchonear antes de que terminara de firmar. Salvo que…

      Agarró una hoja de carpeta y escribió con lápiz.

      La leyó, borró “cinco”, puso “diez” y salió en busca de su hermano. Lo encontró en su habitación, jugando al Minecraft, como siempre. Entró y cerró la puerta. Después esperó. Sabía que lo peor que podía hacer era interrumpirlo.

      Francisco la miró de reojo, sin dejar de prestar atención a la pantalla. Tanto respeto era sospechoso.

      —¡Cuidado! Un “cripper” ahí –le avisó Julieta.

      Fran lo eliminó inmediatamente.

      —No lo había visto –dijo.

      —Raro. Vos sos un genio jugando a esto. ¿Este es tu mundo o estás jugando con alguien?

      —Es mío. A esta hora nunca engancho a nadie. Está bueno, ¿no?

      —Re.

      Había que empezar bien, pero Fran no era tonto.

      —¿Qué querés? –preguntó. Los elogios nunca llegaban gratis.

      —Necesito ayuda.

      —Por eso pregunto. Es obvio.

      —Me pusieron amonestaciones –mintió.

      —¡No!

      Ahora sí, Fran sacó la vista de la pantalla.

      —¿A vos?

      Julieta jamás tenía amonestaciones, ni retos, ni suspensiones ni nada que no fuera una conducta intachable, perfecta y ejemplar.

      —Sí, por una pavada. Necesito que me firmes la notificación. Papá está que vuela y si le muestro esto me mata.

      —Ok. Negociemos.

      Julieta esperaba eso.

      —La compu. Una semana en el horario que quieras –propuso.

      —Dos semanas.

      —Diez días.

      —Diez días y tu alfajor.

      —Hecho.

      —Durante los diez días –agregó Fran.

      —Te aprovechás.

      —Vos viniste –dijo Fran volviendo la vista a la pantalla.

      Julieta le dio la hoja y una birome.

      —¿En lápiz? –preguntó Fran, sorprendido al ver la nota.

      —Sí, no encontraba la birome cuando me la dictaron. Después la paso.

      —¿Te rateaste de dónde?

      —De la clase, nada. Ni siquiera me ratee. No entré e hicieron un escándalo.

      —¿Y cómo yo no me enteré?

      En la escuela, las noticias corrían a través de las paredes.

      —No sé. Fue en la última hora. ¿Cómo voy a saber por qué no te enteraste? Firmá, ¿querés?

      Francisco apoyó la birome en la hoja y de pronto, volvió a mirarla.

      —¿Amonestaciones? –dijo extrañado.

      —¡Sí, amonestaciones, nene! ¿Vas a firmar o no?

      —Nunca escuché que le pusieran amonestaciones a nadie.

      —Me las pusieron a mí. Son solo para los de séptimo. ¡Dale!

      Claramente, Francisco la estaba haciendo sufrir y Julieta tenía que esforzarse para que no se le volaran los pájaros.

      Finalmente firmó. Dibujó cada letra con cuidado y le entregó la hoja.

      —Bastante bien –comentó Julieta quitándole importancia a la situación.

      —¿Bastante bien?... Está perfecta.

      —Gracias –le dijo Julieta yéndose–. Ojo, si contás una palabra, se terminó el trato. ¿Estamos?

      —Ah… re. No soy buchón. Tu problema.

      Julieta,