Andrés Dávila Ladrón de Guevara

Ganar sin ganar


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en su labor ni alcanzó gran dimensión individual o colectiva. No tuvo la contundencia necesaria para comprobar su superioridad. Sin embargo, consiguió un triunfo que, para arrancar en el Mundial, era indispensable. Hizo cerca de 550 pases acertados y, tal vez en ese regular 2 a 0, quedó demostrada su jerarquía, su nueva mentalidad y su competitividad. Una reflexión a posteriori deja la inquietud por la no utilización de dos delanteros. Poner desde un comienzo los cinco volantes era entendible por la intención de manejar el balón antes que nada y darle ritmo al equipo que enfrentaría los duros compromisos contra los europeos. No obstante, al menos en ese primer tiempo de 0 a 0 y escasas llegadas, hizo falta alguien que abriera la cancha y llegara hasta el fondo con mayor disposición. La no inclusión de un jugador de tales características permitió imponer el estilo y pasar el susto del debut, pero faltó poco para que ese empate se convirtiera en un problema insoluble con las desconcentraciones del final del primer tiempo. Se ganó, por 2 a 0, y eso bastaba. Pero ni los jugadores ni el técnico ni la prensa ni los hinchas estaban satisfechos. Colombia era mucho más y tenía que demostrarlo.

      “La primera victoria en un Mundial” tituló la prensa al día siguiente y se nos hinchó el pecho de emoción como si fuera lo más importante de nuestras vidas. Colombia en el Mundial podía volver romántica hasta una piedra pómez. Habían vuelto a resonar los himnos populares, los verdaderos: temas rumberos, las cumbias, los porros y la salsa. Joe Arroyo cantaba, Zumaqué cantaba, Raíces tocaba. Fiesta, pura fiesta. “Ese Pibe, ese Pibe, ¿lo viste?”. “Un crack”. “Higuita no se ha mostrado”. “¿Sí viste lo que decía esa güeva de Ramiro? Que dizque este es el único partido que vamos a ganar en el Mundial”. “Si supiera que prácticamente estamos en la final”. “¿Contra quién nos tocará, ah?”. “De pronto contra el mejor equipo que se ha visto hasta ahora”. “¿Contra esas bestias alemanas?”. “Sí, a la fija”. “¿O sea que jugaremos dos veces contra ellos?”. “A lo mejor”.

      Alemania había asustado desde el comienzo, cuando goleó sin misericordia a los yugoslavos, pero no les teníamos miedo. Solo una cadena radial trataba de hacernos ver débiles y menores a nuestra condición. De todas formas, el siguiente partido era frente a los derrotados del domingo por 4 a 1. Confiábamos en ganarles también, si “El Guajiro” estaba en su día.

      Ahora la ciudad estaba más tranquila, pero el gusanito del Mundial hacía estragos por todas partes. Valderrama, Mathaeus, Makanaki, la mascota número 7 y el escudo de Irlanda se habían vuelto dificilísimos para los cambiadores. Sin embargo, ciertos papás obligados desembolsaban verdaderas fortunas por cada lámina. Incluso, algunos vendedores descarados les mostraban a los niños el álbum lleno hasta la última página. A estos se les iban las babas de la envidia y el deseo.

      El 14 volvió a jugar Colombia, a las diez de la mañana, en Bolonia. Un rival que nos conocía de memoria era la pesadilla del momento. Otra vez a comernos las uñas, a agotar la botella de aguardiente y a frotarnos las manos para quitar el sudor. Uno o dos gritos obscenos al árbitro y el corazón que latía a mil por minuto…

      Colombia vs. Yugoslavia (0-1) (Susic)

      Partido difícil. Primer enfrentamiento contra un equipo europeo que, además, necesitaba reivindicarse después de la aplastante derrota frente a Alemania. Tenían un detallado conocimiento de Colombia por la presencia en el cuerpo técnico de Popovic y Draskovic. El partido comenzó con dos equipos que se respetaban y trataban de imponer sus características de juego para controlar el partido. La primera media hora fue excelente para Colombia, dueña de la media cancha. Tuvo llegada, manejo y perfecta disposición defensiva y ofensiva.

      Tal vez un solo pecado: en su afán por aprovechar el buen momento y definir el partido, se olvidó de aquietar el balón, de quitarle ritmo a los europeos y de acabar de desconectarlos con una fórmula a la que no le tienen respuesta. Luego de ese lapso, y con un ingrediente de desgaste físico y juego fuerte de los yugoslavos, el partido cambió de dueño. Los últimos quince minutos mostraron a una Yugoslavia que, luego de no tener ni el balón ni el terreno, salió a atacar y logró cortar la comunicación del equipo nacional. Sin embargo, no hubo llegadas de riesgo.

      Los primeros veinte minutos del segundo tiempo se mantuvieron en la misma tónica, con la diferencia de que hubo varias llegadas de peligro que mostraron que los yugoslavos sabían romper el sistema zonal de Colombia. En uno de ellos, el remate del centro delantero, recién ingresado, rebotó en el pecho de Higuita. Algunas dudas sobre el fuera de lugar pueden explicar esta situación, aunque también el acertado cambio del técnico. Otro acierto del estratega europeo fue colocar un líbero delante de la línea de cuatro que incomunicó a los volantes colombianos, los anticipó, los confundió y terminó ganándoles gracias a su fortaleza física y a algo de violencia.

      Al minuto 25, más o menos, Colombia logró equilibrar el juego y volvió a manejar el esférico. No llegaba con peligro, pero tenía el balón, lo trasladaba por todo el terreno y hacia un acertado uso de los cambios de frente. Ante las dificultades para acercarse con riesgo, los colombianos intentaron pálidamente la media distancia, aunque siempre desviada. “Barrabás” Gómez buscó convertirse en la alternativa de ataque, pero no tuvo fortuna. Maturana arriesgó con la entrada de Rubén Darío Hernández por Freddy Rincón. En dos o tres piques por su costado, confundió e inquietó a la defensa. Los pases los recibía de un inspirado Higuita que cortaba todos los balones y detenía todos los pelotazos del equipo contrario, cerca de la mitad de la cancha, para convertirse en generador de contragolpes. En ese buen momento de Colombia, cuando Yugoslavia había perdido el manejo del partido y no se le veía en disposición de arriesgar, llegó el golazo de Susic. Por el costado izquierdo de la defensa colombiana, los balcánicos rompieron el pressing. Stojkovic metió el pase al vacío, queda enganchado el “Chonto” Herrera, y el volante yugoslavo la recibió de pecho y, sin dejarla caer, fusiló a Higuita.

      Vinieron luego los peores cinco minutos de la selección desde que fue convocada. El desespero trajo desánimo y desconcentración. En ese lapso, una llegada de los yugoslavos pega en el palo. Los colombianos perdían todos los balones en tres cuartos de cancha y dejaban armado el contragolpe del contrario. Para rematar el mal momento, Perea cometió una mano innecesaria dentro del área y el árbitro no dudó en sancionar el penal. Higuita lo detuvo, Colombia pensó y Yugoslavia se recogió un poco en su campo y decidió cuidar el 1 a 0. Después Colombia atacó desordenadamente, pero sin regalarse ni descomponerse. No obstante, la asimilación de la derrota no fue suficiente y perdió su estilo de juego. La entrada de Estrada por Redín no sirvió y dejó en claro que Fajardo tiene que estar, como mínimo, en el banco y que Iguarán no es efectivo frente a la velocidad y potencia de los europeos. Había que insistir en la habilidad, en el juego a ras de piso y en el ritmo lento y pausado. El equipo quiso llegar al pelotazo, al ‘ollazo’, al área, que, obviamente, ganaron los europeos. Aun así, Hernández logró acercarse con algún peligro gracias a su habilidad. El partido terminó y la clasificación de Colombia, tan anunciada y tan deseada, quedó pendiendo de un hilo. El siguiente rival era la tromba alemana que goleó a los yugoslavos y debería hacer lo mismo con los Emiratos y con los colombianos. Pero los partidos hay que jugarlos primero, diría Maturana, y tendrían que escucharlo los portadores de malos presagios.

      “Se embolató la clasificación”, anunció la prensa y nadie dijo nada más. Aparecieron los periodistas, del primer día, como aves de rapiña sobre su presa agonizante. Los hinchas callamos ante la realidad, pero saltamos ante los buitres. Había que cambiar algunas cosas. Sin embargo, no era para tanto. Un aficionado, incluso, pensó en viajar a Italia a pegarle a los que eran capaces de sacar armas tan sucias para empañar nuestro desempeño.

      —“¿Faltan delanteros? No creo, porque llegamos varias veces”. “Y entonces, ¿qué nos pasó?”. “Un error”. “De esos que nunca faltan, ¿cierto?”. “Sí, hermano, ¡qué vaina!”. “Fresco, que contra Alemania mejoramos, y además no estamos eliminados todavía”. “Ah, lo que pasa es que me da rabia, hermano, jugando bien. Es que jugamos mejor que ellos, y vienen y nos ganan, ¿ah?”. “Fresco, no te pongás a llorar que no sacás nada”.

      Claro, ni siquiera el penal que tapó Higuita sirvió para evitar la derrota, aunque sí había