Bogotá caminó cabizbaja de norte a sur y viceversa. Valderrama había bajado de precio momentáneamente y muy pocos preguntaban ahora por los afiches a todo color con las firmas en alto relieve. La preocupación rondaba en las caras de los adultos y la confianza en la de los niños, que seguían jugando en los potreros como si nada hubiera pasado. Se llamaban a sí mismos Leoneles y Andreses, sin pena ni vergüenza en sus rostros. La gente los oía gritarse y pensaba que, siendo tan pequeños, nada podían saber de fútbol.
El estadio Giuseppe Meazza de Milán era precioso, el mismo de la inauguración; allí aparecieron los hinchas alemanes como fanáticos romanos en tiempos de César. Rugían, gritaban y coreaban, con voces de tenores borrachos, a sus ídolos. Parecían pedir sangre. Por un túnel salieron los protagonistas: 11 hombres de rojo como judíos indefensos y 11 leones hambrientos vestidos de blanco. Durante la segunda parte del himno colombiano, se escuchó muy claro el grito de “Deutschland, Deutschland”. No había dudas: Colombia era el visitante y Alemania, el local.
Colombia vs. Alemania (1-1) (Littbarski, Rincón)
Era el partido esperado desde el sorteo en diciembre. El desafío del fútbol colombiano para mostrar su verdadero nivel y su verdadera dimensión. La posibilidad de confirmar un innegable avance técnico y táctico y la verdadera jerarquía competitiva del equipo, puestos en duda por quienes, en las horas previas al cotejo, olímpicamente olvidaban las pruebas suficientes que se habían dado en estadios de todo el mundo. Ganar parecía imposible frente a una máquina que había logrado nueve goles en dos partidos y que se perfilaba como candidato al título mundial. Empatar era para muchos, y en especial para cierto resentido sector del periodismo, un sueño de quienes creíamos en Maturana, en el equipo y en el proceso. Los despectivamente tratados como soñadores sabíamos que había con qué, pero dudábamos por la magnitud del contendor. Perder era lo lógico. Con un optimismo muy raro se pensaba que un 1 a 0 en contra nos daba posibilidades de clasificar como uno de los cuatro mejores terceros, con dos escasos puntos y dependiendo de los demás resultados. Una derrota por ese marcador nos dejaría satisfechos, en cambio la goleada nos pondría en nuestro sitio y, obviamente, nos produciría tristeza por no haber mantenido el 0 a 0 frente a Yugoslavia. Algunos fieles de Maturana y su combo preferíamos aceptar la opinión general de dientes para afuera, pero confiábamos calladamente en las posibilidades.
El antídoto era claro: robarles el balón, jugarles a ritmo de bolero y extremar la marcación en zona y el funcionamiento de la línea y el fuera de lugar. Atacar sería la respuesta a unas avalanchas que, al no fructificar, los confundirían, los desgastarían y les harían perder los papeles. Solo que había que cuidarse hasta el último minuto. Un primer punto a favor fue la suspensión de Andreas Brehme, reemplazado por Pflügler.
Desde un principio, Colombia puso el partido en la nevera. Ciertamente, Alemania ya estaba clasificado y esto, sumado al inmenso favoritismo, los pudo hacer aflojar. Pero también es verdad que, desde el primer minuto, empezó el aplicado trabajo de Colombia en defensa y ataque. En los primeros quince minutos, se evitó que Alemania se acercara con peligrosidad. El pressing a los costados, el fuera de lugar y los anticipos de Higuita a Voeller y a Klinsmann desarmaron paulatinamente a los alemanes. Cada vez que Colombia recuperaba el balón intentaba retenerlo a uno o dos toques, pero sin afán. Tampoco se cayó en un exceso de faltas, y, por el contrario, al herir el orgullo alemán, ellos fueron los que pegaron sin consideración, favorecidos por un mediocre árbitro irlandés que solo creía en el dolor de los alemanes. Los colombianos triangulaban en todos los sectores y, aunque los alemanes apretaban la salida, la suficiencia individual ayudaba a superar la marca. En una sola ocasión, el gran ariete alemán Rudi Voeller hizo una genialidad y se la globeó de puntazo a Higuita. Higuita respondió y envió el balón por encima, luego de una espectacular estirada hacia atrás.
Después del minuto quince, vino el mejor momento de Colombia. Luego de soportar el anunciado chaparrón alemán, que terminó siendo una leve llovizna, el equipo se apoderó de la media cancha, empezó a tocar hacia adelante, a ubicar sus líneas cerca a la mitad de la cancha y a desnudar los problemas defensivos de la imperfecta maquinaria alemana. En dos ocasiones, se hicieron jugadas de más de quince pases continuos, sin que la fuerza y potencia física de los alemanes alcanzaran para cortar los avances. En dos ocasiones, también, se acercó Colombia al gol. Estrada, cerca de la esquina derecha, amagó, giró y tocó suavemente para Valderrama. Este ingresó al área, tocó el balón preciso a los pies de Fajardo quien la quiso asegurar y descolocar al arquero. En forma increíble desperdició la ocasión más clara de anotar. Pocas jugadas después la llegada fue por el otro extremo. Rincón picó al vacío por la izquierda, controló el balón, amagó, entró y frenó, volvió a amagar y frenó, volvió a amagar y centró (su marcador todavía lo está buscando). Estrada se levantó entre dos defensas, midió el golpe de cabeza y la envió por encima del horizontal. Colombia no apretaba el ritmo sino que tejía con precisión sus avances, sin apuro, con jerarquía y criterio. En defensa hacía equivocar a los alemanes que entregaban mal, erraban los pases y, cuando se desesperaban, pegaban descaradamente. Pensamos que un gol a esa altura podía ser una maravilla, pero también un peligro porque, heridos los alemanes, podían reaccionar sin consideración y así eran más peligrosos. Colombia se tomó un respiro y Alemania se volvió a acercar, pero sin real peligro.
Faltando cinco minutos vino la doble falta sobre Valderrama, luego de que también habían golpeado a Rincón. Intentó driblar y lo golpearon. Se levantó del primer golpe y, en el segundo intento por gambetear a su adversario, lo volvieron a bajar. Quedó tendido en el piso y el árbitro no permitió el ingreso del cuerpo médico y tampoco sacó una justa tarjeta amarilla. Cuando algún alemán caía, inmediatamente podía ser atendido. Valderrama permaneció allí contra la grama, mientras el partido continuaba. Álvarez cobró, por sus propios medios, la falta sobre su compañero. Una violenta plancha sobre un alemán le valió la tarjeta amarilla. Sin embargo, esta acción equilibró las cargas. Los colombianos también pegaban y no se iban a dejar. Entró la camilla y sacó a Valderrama, quien pocas veces se queda en tal situación. Al poco rato volvió y tuvo que jugar el resto del partido soportando el rugido de los fanáticos alemanes cada vez que tocaba el balón, pues no le perdonaban lo que consideraban un papelón antifutbolístico. Empero, había que parar esa irracional violencia e indicarle al árbitro que fuera neutral. Terminó el primer tiempo, al cual se le había acabado de aquietar el ritmo con todos estos sucesos, y quedó la duda sobre el estado real del “Pibe”. La labor táctica había dado sus frutos, era cuestión de repetirla en el segundo tiempo con la misma concentración y sin desaprovechar las oportunidades de gol.
Beckenbauer, en la banca, se veía descompuesto, furioso y extrañado (imagen que quedó grabada pues contrastaba con su tranquilidad, su elegancia y su gesto de satisfacción después de cada goleada). Para el segundo tiempo, dispuso cambios. Sin embargo, la intención fue desbaratada por una escapada de Estrada sobre los cinco minutos. Se llevó el balón y remató fuerte ante la salida del arquero, quien logró rechazar. Después, Colombia perdió llegada y le costó acercarse a predios alemanes. Estos tampoco llegaban con claridad y sus hábiles y peligrosos delanteros perdían ante la velocidad mental de Higuita, caían como principiantes en repetidos fuera de lugar o eran incapaces de superar la fortaleza en los cierres de Perea y la desfachatez de Herrera y Gildardo para ganar balones con viveza gracias a un amague o un dribling. Se llegó a los 30 minutos, los alemanes se habían mostrado peligrosos en una entrada por el centro que Matthaeus resolvió con un globo, sobró a Higuita y fue a estrellarse en el horizontal. Pero René reaccionó y llegó a puñetear el balón al tiro de esquina, luego de superar la arremetida de Voeller.
Los últimos quince minutos los jugó Colombia con la tensión propia de quien se juega su clasificación a la siguiente ronda. No era solo el empate contra Alemania, sino la posibilidad de seguir en la lucha. Con criterio, entonces, volvió a aparecer Valderrama para hacer correr el balón por toda la cancha, sin regalarlo, sin rifarlo y sin comprometerlo. El reloj, desobediente y odioso, se negaba a correr. Cuando faltaban cinco minutos, era claro que Alemania no sabía cómo llegar al gol, pero tampoco cejaba en su intento. Rincón, el “Pibe” y Leonel trataban de llegar a un arreglo con los alemanes, mientras la tensión y el paso lento de cada segundo incrementaban