sin embargo el mar continúa agitado, aunque el barco se ha estabilizado.
29 de julio.— Otra nueva tragedia: esta noche, un solo hombre montó la guardia, ya que el resto de la tripulación se hallaba demasiado cansada para doblarla. Al amanecer, cuando llegó a cubierta el encargado del relevo no encontró a nadie. Ahora estamos sin segundo oficial y con una tripulación atemorizada. El segundo y yo decidimos ir armados y estar alerta.
30 de julio.— Última noche. Nos acercamos a Inglaterra y eso nos complace. Todas las velas desplegadas. Tiempo magnífico. Me retiré a descansar y dormí profundamente. El segundo me despertó para notificarme que los dos hombres de guardia y el timonel habían desaparecido. Ahora solo restan dos marineros, el segundo y yo, para llevar el barco.
1 de agosto.— Dos días de niebla, y sin atisbar una sola vela. Aguardaba alcanzar el canal de la Mancha para pedir socorro o entrar en algún puerto, pero resulta imposible divisar algo. Sin hombres para ejecutar las maniobras de las velas, me veo obligado a navegar con viento en popa. No me atrevo a arriarlas, porque después no podríamos izarlas de nuevo. Al parecer vamos a la deriva, como si fuéramos atraídos por un terrible destino. El segundo es el más pesimista de la tripulación. Los marineros ya han perdido el miedo; trabajan resignados a lo peor. Estos son rusos; el segundo es rumano.
2 de agosto, medianoche.— Me acababa de acostar cuando oí un grito. La niebla me impedía ver algo. Salí a cubierta precipitadamente y me topé con el segundo. Me dijo que vino corriendo pero que no vio ni rastro del marinero que estaba de guardia. Uno más ha desaparecido. ¡Ayúdanos, Señor! El segundo cree que habremos sobrepasado ya el estrecho de Dover, ya que por unos instantes, la niebla, menos espesa, dejó entrever el Cabo Norte. Si así es, nos hallamos en el mar del Norte y solo Dios puede guiarnos entre la niebla, que parece seguirnos como una fiel compañera.
3 de agosto.— A medianoche fui a relevar al que estaba al mando del timón, pero cuando llegué a la sala no encontré a nadie. El viento se había calmado y al tenerlo de popa, el barco no era zarandeado. No me atreví a dejar el timón solo, así que llamé a gritos al segundo, que al momento subió corriendo a cubierta con escasa ropa. Su aspecto era demacrado, los ojos extraviados y despavoridos; mucho me temo que le ha atacado la demencia. Se acercó, pegando su boca a mi oreja y me advirtió con voz ronca y susurrante al unísono: «Eso está aquí. Ahora lo sé. Anoche, mientras hacía la guardia, lo vi. Tiene las trazas de un hombre, alto, muy flaco y tremendamente pálido. Se hallaba en la proa, mirando a lo lejos. Me acerqué a él con sigilo y le apuñalé; pero el cuchillo lo atravesó como si allí solo hubiese aire». Y mientras hablaba, sacó un cuchillo y furioso, asestaba violentas puñaladas al aire, como queriendo destruir una fuerza invisible. Después prosiguió: «Él está aquí y lo encontraré. Quizá se esconda en la bodega, metido en una de las cajas. No pienso dejar ninguna sin abrir y examinar. Usted encárguese del timón». Con una mirada de advertencia e indicándome silencio y discreción con un dedo sobre sus labios, se fue abajo. Soplaba un viento de contra y no podía dejar el timón. Le vi subir de nuevo a cubierta, cargaba con una caja de herramientas y una linterna; luego volvió a irse por la escotilla de proa. Se ha vuelto loco, completamente loco. Es inútil que trate de detenerlo. No puede estropear esos cajones que están facturados como «arcilla», así que lo peor que puede pasar es que los manosee un poco. Ahora, me confío a Dios y espero a que la niebla escampe. Más adelante, si no puedo entrar en algún puerto debido a este maldito viento, arriaré las velas y pediré socorro…
Esto llega a su fin. Acabo de oír un grito de terror que me ha dejado helado. A continuación el segundo salió a cubierta con los ojos fuera de sus órbitas y el rostro totalmente transformado, igual que si llevara puesta una máscara de terror.
—¡Sálveme! ¡Sálveme! —gritaba mientras miraba al banco de niebla que había a su alrededor. El horror se convirtió en desesperación y entonces me dijo con voz firme: «Capitán, será mejor que venga usted también, antes de que sea demasiado tarde. Él está allí. Ahora conozco su secreto. El mar me librará de él. ¡Es la única salvación!». Y sin pensarlo dos veces, se arrojó al mar, antes de que pudiera decir algo que le frenara de hacer una cosa así. Ahora, yo también sé su secreto: fue este demente el que se deshizo de los hombres uno tras otro, y ahora él mismo se ha hecho justicia. ¡Qué Dios me asista! ¿Podrá creerme alguien cuando llegue a puerto y cuente esta terrible historia? ¡Cuando llegue a puerto! ¿Lo conseguiré?
4 de agosto.— La niebla impide que el sol brille, pero como soy hombre de mar, sé perfectamente que ahora está amaneciendo. No me atrevo a ir a la bodega, ni tampoco a dejar el timón, por eso me he quedado toda la noche en medio de la oscuridad y lo he visto. El segundo hizo bien arrojándose al mar. Es mejor morir como un hombre; nadie puede poner en duda el honor de un marino que muere en el mar. Pero yo soy capitán y no puedo abandonar mi barco. Sin embargo, detendré a ese monstruo: ataré mis manos al timón cuando mis fuerzas empiezan a flaquear y entre mis dedos colocaré algo que él —o eso— no se atreverá a tocar. Después, tanto si hay viento favorable como si no, mi alma y mi honor de capitán quedarán a salvo. Me siento cada vez más débil y la noche se me echa encima.
Si vuelve a mirarme a la cara, es posible que no pueda reaccionar a tiempo… Meteré mi diario en esta botella y si naufragamos quizás alguien lo encuentre y puede que comprenda...
Ciertamente, el veredicto ha quedado abierto. No hay pruebas tajantes y nadie puede decir quién cometió los asesinatos, ya que nadie ha podido por el momento, demostrar nada. La gente del pueblo cree que el capitán es un héroe y que deben hacerle un funeral público. Ya se ha dispuesto que el cadáver sea llevado en un convoy de barcas que remontarán el Esk durante un tramo y después se le volverá a traer al rompeolas de Tate Hill, desde donde será subido por la escalinata de la abadía, ya que será inhumado en el cementerio del acantilado. Más de cien propietarios de botes ya han dado su nombre para acompañarle hasta su descanso eterno.
No se ha vuelto a saber nada del temible perro. Mañana asistiremos a las honras fúnebres y, de esta forma, se cerrará este nuevo «misterio del mar».
Diario de Mina Murray
8 de agosto.— Lucy no pudo dormir en casi toda la noche. La tempestad fue espantosa y los rugidos del viento que retumbaban con enorme fuerza en las chimeneas consiguieron helarme el corazón. Las bruscas ráfagas recordaban cañones que disparaban a lo lejos. Y lo que más me extrañó es que al final Lucy no se despertara, solo en dos ocasiones vi como se levantaba y se vestía. Por suerte me desperté a tiempo las dos veces, y conseguí desnudarla y meterla nuevamente en la cama, sin que ella se despertase. Su sonambulismo es francamente raro, pues en cuanto su voluntad se encuentra con algún obstáculo, su intención desaparece y vuelve en el acto a la normalidad.
Esta mañana, las dos nos hemos levantado muy temprano y nos hemos ido al puerto para ver si había alguna novedad desde anoche. No había casi nadie por allí y aunque el sol lucía hermoso en compañía de un aire fino y fresco, el mar continuaba queriendo demostrar, con sus olas, su gran braveza y poder. Sin saber por qué me alegré de que Jonathan no estuviese anoche en el mar, sino en tierra firme. Aunque en realidad, ¿cómo sé si se halla en el mar o en tierra? ¿Dónde está? ¿Cómo se encuentra? Mi preocupación por él no para de crecer. ¡Ojalá supiese cómo obrar en un momento así!
10 de agosto.— El funeral del capitán ha sido patético. Parecían haberse congregado en el lugar todas las embarcaciones del puerto y entre varios capitanes llevaron el féretro sobre sus hombros desde el muelle de Tate Hill hasta el cementerio. Lucy me acompañó temprano para poder verlo todo bien desde nuestro viejo banco, mientras el cortejo de embarcaciones subía río arriba hasta el viaducto y daba la vuelta. La vista desde allí era formidable y pudimos seguir casi toda la procesión a la perfección. El capitán fue inhumado muy cerca de nosotras, así que llegada la hora nos subimos al banco para verlo mejor. La pobre Lucy parecía muy afligida. Estuvo inquieta todo el tiempo y empiezo a pensar que su estado permanente de nervios es fruto del insomnio. Hay algo extraño, pues no admite que exista algún motivo para su desasosiego. Puede ser que haya un motivo añadido: esta misma mañana, el pobrecito señor Swales