Bram Stoker

Drácula y otros relatos de terror


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que hacen los contables.

      8 de julio.— Es un loco metódico. He dejado de vigilarle unos cuantos días para comprobar si se producía algún cambio en él, pero sigue igual; no ha tenido ningún cambio. Se ha separado de alguno de sus animales favoritos y ha adquirido uno nuevo. Consiguió cazar un gorrión al que ha domesticado casi por completo, ya que utiliza una técnica muy simple. Ya no hay tantas arañas, pero, las que quedan están muy bien alimentadas, ya que continúa cazando moscas para que estén bien nutridas.

      19 de julio.— Paulatinamente vamos progresando. Ahora tiene una valiosa colección de gorriones y moscas, mientras que las arañas constituyen ya un grupo minoritario. Al entrar en su habitación vino corriendo hacia mí y me dijo que tenía que pedirme algo, algo muy especial. Mientras hablaba, me acariciaba, igual que a un perro. Le pregunté de qué se trataba. Él, con una especie de arrobamiento en la voz y en el gesto, me respondió:

      —¡Un gatito, un bonito gatito, zalamero y juguetón, con quien yo pueda divertirme y al que pueda enseñar y alimentar!, ¡alimentar!, ¡alimentar! Tal petición no me cogió por sorpresa, ya que había estado observando de qué forma sus animales favoritos aumentaban y crecían en tamaño y vitalidad. Como no me seducía la idea de que aquella familia de mansos gorriones fuese exterminada de la misma manera que lo habían sido moscas y arañas, le dije que estudiaría el asunto. Le pregunté porqué preferiría a un gato, un gatito y la ansiedad le hizo contestar:

      —¡Oh, sí, me gustaría un gato! Solo le dije un gatito por miedo a que me negara uno más grande. No pueden prohibirme el derecho a compartir mi vida con un gatito, ¿verdad, doctor? De pronto puso una cara muy seria y en sus ojos vi una señal de peligro, ya que surgió en ellos una feroz mirada de reojo que implicaba el ansia de matar. Este hombre es un maníaco homicida en potencia. Pondré a prueba su carácter obsesivo, y observaré su reacción, así sabré algo más sobre él.

      Diez de la noche.— He vuelto a visitarlo y estaba sentado en un rincón, con cara de seria preocupación. Nada más entrar se arrodilló, suplicándome que le dejase tener un gato, pues su felicidad y su vida dependían solo de mí. Me mantuve firme, diciéndole que su petición no podrá ser atendida. Entonces, sin decir más, se sentó en el mismo rincón donde le encontré, y comenzó a morderse los dedos. Volveré mañana temprano.

      20 de julio.— Fui a verle a primera hora de la mañana, cuando el ayudante aún no había efectuado su última ronda. Se encontraba muy despierto y canturreaba una canción. Estaba extendiendo en la ventana el azúcar que había estado guardando. Enseguida me di cuenta que se estaba preparando para una muy cuidadosa caza de moscas, lo hacía muy alegremente. Di un vistazo por si veía el lugar donde guardaba los pájaros, pero no los encontré, así que le pregunté dónde estaban. Replicó, sin volver la cabeza para mirarme que habían salido volando. Observé que había algunas plumas por el suelo y en su almohada una gota de sangre, pero no hice ningún comentario. Marché de la habitación y le ordené a su guardián que me llamara si durante el día observaba alguna anormalidad en él.

      Once de la mañana.— El enfermero me ha dicho que Renfield se ha encontrado mal todo el día, vomitando muchísimas plumas.

      —Doctor, mucho me temo que se ha comido los pájaros —me dijo el guardián—, y que además ¡se los ha tragado crudos!

      Once de la noche.— Le he administrado un fuerte sedante, lo suficiente para que duerma tranquilo. Mientras dormía, saqué la libreta de su bolsillo para analizarla con calma. La idea que ha estado rondándome últimamente, confirma mi teoría. Mi maníaco homicida es un caso muy especial, así que habré de inventar una nueva clasificación para él, pues no coincide con el cuadro médico de ninguno de los otros enfermos; le llamaré maníaco zoófago (come-vidas), ya que lo que quiere es engullir cuántas vidas puede y conseguirlo de una forma acumulativa. Dio muchas moscas a una araña y muchas arañas a un pájaro; por eso, quería un gato, para que se comiese a los pájaros. ¿Qué animal habría querido después? Reconozco que sería muy interesante completar el experimento. Podría haberse llevado a cabo, con tal que hubiese una causa suficiente. La gente se burlaba de la vivisección y en cambio los resultados han sido magníficos. Si pudiese revelar el misterio de una mente así, si lograra descubrir la clave de las fantasías de un cerebro aunque fuese el de un loco corriente..., ¿por qué no contribuir al avance de la ciencia en la especialidad más difícil y de vital importancia: el conocimiento de la mente humana, como hicieron Burdon-Sanderson o Ferrier? ¡Con tan solo un signo de algo! Pero esto no debe obsesionarme, pues corro el riesgo de caer en la tentación. Un buen motivo, es un argumento de peso, podría darme la razón… ¿Es que no poseo yo también un cerebro excepcional?

      ¡Qué bien razona este enfermo! Los locos siempre lo hacen bien en su escenario. ¿En cuántas vidas valorará él a un hombre, si es que le concede alguna? He estado ojeando su libreta otra vez y he visto que el cierre del último balance es exacto. Hoy ha abierto una nueva cuenta. ¿Cuántos de nosotros no abrimos una nueva cuenta o balance cada día de nuestras vidas? Creo que fue ayer cuando todo mi pasado acabó con una nueva esperanza; hoy inicio una nueva etapa, partiendo de cero. Así será hasta que el Gran Juez me evalúe y cierre el libro mayor de mi cuenta con un balance a favor o en contra. ¡Ay, Lucy, Lucy, no estoy enfadado contigo ni con mi amigo, ya que su felicidad es la tuya! Conservo las esperanzas y trabajo… ¡Trabajo! ¡Solo trabajo!

      Si al menos tuviese una razón de peso para hallarme en el mismo estado de mi pobre amigo loco, un motivo generoso por el que trabajar, eso me complacería sobremanera.

      Diario de Mina Murray

      26 de julio.— Me siento angustiada y alarmada y escribir en este diario parece sosegarme; es como si conversara conmigo misma. Los símbolos taquigráficos también influyen, ya que es muy diferente de la escritura normal. Sufro por Lucy y por Jonathan, pues no tengo noticias de él desde hace mucho tiempo. Ayer el siempre tan amable señor Hawkins me remitió una carta suya porque yo ya le había escrito antes preguntándole si había sabido algo de él, así que me mandó esta carta nada más recibirla. Tan solo son unas líneas que ha escrito desde el castillo del conde Drácula, diciendo que ya volvía. No parecen de Jonathan; no las comprendo y eso me intranquiliza. Además, Lucy, aunque está muy bien de salud, vuelve a pasearse sonámbula por las noches. Su madre me lo ha contado y hemos acordado que yo cerraré con llave la puerta de nuestra alcoba para que no corra ningún peligro de los que la señora Westenra dice: subirse a los tejados de las casas; andar junto a los acantilados o precipicios y luego, de pronto, despertarse y caer al vacío con un grito de angustia que se oiga por todas partes. Pobrecilla, debe ser que está obsesionada por su hija y me ha confesado que su marido, el padre de Lucy, hacía lo mismo; se levantaba por las noches, se vestía y salía, siempre que nada se lo frenase. Lucy se casa el próximo otoño y anda preparando su ajuar y buscando una casa. La comprendo muy bien, pues yo estoy haciendo lo mismo; con la diferencia de que Jonathan y yo comenzaremos nuestra vida de una manera más sencilla; ambos tendremos que trabajar para vivir. El señor Holmwood —el honorable Arthur Holmwood, el hijo único de lord Godalming— estará aquí muy pronto, cuando pueda dejar Londres, pues su padre está muy delicado de salud. Y me parece que Lucy está contando los días, las horas y los minutos que restan para que llegue su príncipe azul.

      27 de julio.— Continúo sin saber nada de Jonathan y la intranquilidad me vence. ¡Deseo tanto que me escriba, me conformo con tan solo una línea!

      El estado de Lucy es peor cada día. Me despierto todas las noches cuando la oigo andar por el cuarto. Por suerte, no hace frío y así al menos, no corre peligro de coger alguna pulmonía. Pero, esta angustia y la premonición de que van a despertarme en cualquier momento está empezando a alterarme y cada vez estoy más excitada. Gracias a Dios, que la salud de Lucy está perfectamente. Han llamado con urgencia al señor Holmwood para que vaya a Ring a ver a su padre, que ahora se halla gravemente enfermo. Lucy está desolada por esta situación, pero la preocupación no afecta a su belleza. Está un poco más gordita y sus mejillas presentan un atractivo color rosado. Ha perdido ese aspecto anémico que antes tenía. Rezo por que continúe de igual forma.

      3 de agosto.— Otra semana sin noticias de Jonathan, ni tan solo el señor Hawkins no sabe nada de que me hubiera vuelto escritor. ¡Espero