Antonio González de Cosío

Bloggerfucker


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dio un golpe en la mesa y, desorbitando los ojos, salió de la cocina dejando a Lorna con cara de póker. Volvió en un momento llevando en los brazos un montón de revistas, que puso sobre la mesa de la cocina. Las abrió y, con cuidado, comenzó a arrancar algunas páginas. Fue después al comedor de donde trajo una caja de madera que usaba como frutero y vertió en el fregadero las perfectas manzanas verdes que contenía. Dejó la caja en la mesa y puso las páginas cortadas allí. Hizo varios viajes y volvía trayendo los objetos más diversos: perfumes, alguna joya, un minibolso de noche, un lipstick…

      —¿Qué te traes?

      Helena, triunfante, le mostró la caja llena de objetos a Lorna.

      —Cariño, ¿qué es lo que todo el mundo desea?

      —¿Es una pregunta filosófica? —preguntó Lorna, temerosa.

      —No, es práctica y frívola. Trabajamos en revistas de moda, no en la ONU.

      —Pues… lo nuevo. Por aburrimiento de lo viejo, supongo.

      —Sí, lo nuevo. ¿Y qué pasa cuando no puedes conseguirlo?

      —Te obsesionas. Recuerda cómo te pones cuando te dicen que hay lista de espera para comprar algo —dijo Lorna con una risilla.

      —Exacto. Lo nuevo que se consigue pronto pierde la gracia muy rápido. Deja de interesar. Pero cuando algo es nuevo y no puedes tenerlo, te obsesionas, lo buscas. Lo quieres más y más. El deseo dura mucho más y se vuelve igual de estimulante que conseguir lo que buscas. Ésa es la revista qué tenemos que hacer. Juntas.

      Lorna la miró con sorpresa. Helena siguió. Estaba a mil.

      —Mira, toma esta caja. ¿Qué ves ahí?

      —Pues no sé… es como cuando te despiden y te llevas tus cosas en una cajita.

      —Puede ser. ¿Y cómo llamarías a eso, lo que está dentro de la caja?

      —¿Un reflejo de quien eres, de tu vida?

      —Exacto. Un reflejo de una vida que puede ser soñada, deseada y que podemos crear nosotras. Mira: ambas perdimos el trabajo por culpa de este frenesí que tienen las editoriales por vender cantidad. La calidad ya es lo de menos. Nosotras deberíamos buscar justo lo contrario. Imagínate, en una caja ponemos textos escritos a máquina, viñetas originales… ¡Fotos! De una calidad brutal que hasta las podrías enmarcar. Y aquí viene la parte más interesante: en lugar de publicar un anuncio, ponemos el producto real. ¿Te imaginas? No ver una página publicitaria del nuevo perfume de Chanel, sino olerlo y tenerlo. Y no me refiero a una mierdita de muestra, ¿eh? No: un producto real.

      —Wow. Ya quisiera que a mí las crudas me hicieran este efecto. Qué bárbara.

      —¿Qué te parece? —dijo Helena con los ojos muy abiertos.

      —¡Me encanta! ¡Es una idea de puta madre! Claro que hay que trabajarla mucho, ver costos, producción… pero me parece una bala. Una cosa: con los anuncios hay que tener cuidado, no podemos meter en la caja un rollo de papel de baño.

      —Nada de papel de baño, ni quesos ni nada que anuncie Yuri. Eso déjaselo a Cosmopolitan. Sólo anunciantes de moda y belleza de gran nivel. Iremos por lo alto, será selecto para que no parezca la canasta del súper; déjale las latas de chiles y el champú de jojoba a los influencers. Será enfocado, preciso. Fino. Esto es lo que hará que la gente lo desee… y no todo mundo podrá tenerlo.

      —¡Ay, sí, me encanta! Que sea como cuando abres el estuchito rojo de Cartier y sientes que se te sale el corazón del pecho.

      —¡Eso es! Estuche… ¡Étui!

      4

      Ni crema ni nata

      Con un poco de miedo, Lu Moreno, directora de marketing de Statement, la firma de maquillaje más influyente del momento, miraba a ese variopinto grupo de personajes que tenía al frente. Los escrutaba, uno a uno, como para “darles el golpe”. Alrededor suyo, los individuos reían y bromeaban entre ellos, pero, sin quitar ni por un momento la vista de sus celulares. Escasamente se miraban entre sí y, cuando lo hacían, era a través de la cámara de video del teléfono; les encantaba filmarse los unos a los otros, para preguntarse, en voz en off o en modo selfie, qué era lo que estaban haciendo ahí. Se trataba de los bloggers e influencers de moda y belleza más importantes del país, convocados para el lanzamiento de Cruise, la nueva colección de maquillaje de la firma.

      —A ver, Esteban: dinos dónde estamos —dijo un joven youtuber al reconocido Esteban P (@esteban_dido, 900k seguidores), un influencer multimedia famoso por cobrar grandes sumas no sólo por sus publicaciones, sino por su mera presencia en cualquier evento. Famoso también por quitarse el apellido Pérez y dejar sólo la “P” para no sonar a uno del montón.

      —Pues estamos en el desayuno de Esteimen, la supermarca de cosméticos que nos va a presentar su nueva colección —dijo mirando a la cámara y con una seriedad como si lo estuviera filmando Spielberg.

      El youtuber, ya metido en su papel de entrevistador, prosiguió:

      —¿Y piensas usar alguno de los productos que presenten hoy?

      —Pues si hay billete de por medio, por supuesto —dijo con una risa absolutamente falsa.

      —¿Tú te maquillas?

      —¡Ay, niño, ya, que se me enfrían los huevos! Sí, sí me maquillo, y tú también deberías: es divine —y con un gesto tan ensayado como su risa, hizo a un lado el teléfono de su vecino. Cómo detesto que me sienten junto a los beginners. No tienen ni idea de lo que hacen, pensó.

      —Eres un pesado. Bájale ya al estrellato —le dijeron, en broma y no, dos gemelas que estaban sentadas frente a él: Miriam y Marian Mendoza Meneses, que se hacían llamar las Igualitas (@igualitas, 550k). Ambas tenían un canal de YouTube —linkeado a su cuenta de Instagram— donde hacían el ya famoso “Do & Don’t” de moda; una decía lo que se debería hacer y la otra lo contrario. Los otros bloggers se burlaban de ellas porque sus consejos nunca se basaban en reglas o conocimiento de moda, sino simplemente en lo que les salía de las narices; y ya podría ser la Sahariana de Yves Saint Laurent: si no les gustaba, para ellas estaba “out”.

      En otro lado de la mesa, unos ojos oblicuos miraban también de un lado a otro a los asistentes. Era Wendy Wong, autora del blog Chinoiseries y de una muy visitada página en Instagram (@chinatumadre, 820K). Hija de chinos y nacida en Puebla, México, fue bulleada en su infancia y juventud hasta decir basta. El mote de “China Poblana” fue un lastre para ella hasta que se dio cuenta de que podía transformar aquella ofensa en un arma a su favor. Se convirtió en la porcelana del mundo de la moda, y su talento e inteligencia eran tan grandes como mala su actitud.

      La Wong fue pasando con la mirada uno a uno a sus compañeros reafirmando los juicios preconcebidos que tenía de todos ellos. Por ejemplo, corroboraba su desprecio por las Igualitas porque consideraba que todo lo que escribían era incierto, impreciso y subjetivo. Y estaba segura de que a nadie le importaba un pepino la opinión de esas mermadas mentales. Las apodaba las “Mentirosisters”. Una vez juzgadas y condenadas, la Wong siguió con La Carola, una blogger transgénero que en su Instagram (@princesscarola, 380K) mostraba fotos y daba tips para orientar a drags, transgéneros y mujeres corpulentas a sacarse el mejor partido posible. La Wong se refería a ella como Carlos, su nombre previo al cambio de sexo, y, por ello, La Carola no podía verla ni en pintura. Y no es que tuviera nada en contra de ella, simplemente pensaba que el cambiarse de sexo no la hacía una influencer sino una oportunista. Juzgada. Su siguiente víctima fue GoGorila (@papitoGoGorila, 450K), un youtuber de moda masculina que, paradójicamente, casi nunca subía fotos suyas vestido: se fotografiaba al lado, encima o debajo de la ropa, pero su cuerpo en pelotas era el foco de todas sus publicaciones. La Wong, por supuesto, pensaba que lo suyo no tenía nada que ver con la moda y no sólo lo consideraba igual de oportunista que La Carola sino que además era escoria. Así de simple. Su juicio al resto de los comensales se vio interrumpido por un mesero que, accidentalmente, le tiró un poco de café en la manga.

      —Ten