Sally Green

Los reinos en llamas


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ella me lo dijo. Y en Donnafon ambos aprovecharon cualquier momento para pasar tiempo juntos. Y por esa razón, la reina casi pierde la vida. Pero lo que ahora está en juego es mucho más grande, Ambrose. No es sólo la vida de Catherine la que pende de una balanza, también todas nuestras vidas. Ella es nuestra reina. Su honor tiene que estar por encima de todo reproche y su lealtad a Pitoria debe ser incuestionable.

      —¿Y yo soy cuestionable?

      —Mi señor es un buen hombre y un buen soldado, Ambrose. Y necesita demostrarlo.

      —¿No lo he hecho ya?

      Tanya sonrió.

      —Todos debemos probarlo una y otra vez. Ahora disfute de la comida antes de que se enfríe.

      EDYON

      CALIA, CALIDOR

      —Éstos son los procedimientos para el día de tu investidura —el príncipe Thelonius le entregó un pergamino a Edyon—. Todo está organizado. Habrá celebraciones en todo Calidor. No podría sentirme más feliz. Tú eres el futuro de este reino.

      Edyon ya había sido reconocido como el hijo de Thelonius, pero la investidura era un procedimiento formal para confirmar sus funciones y títulos: ahora era un príncipe, el príncipe de Abasca, y lo más importante, el heredero al trono de Calidor. Edyon echó un vistazo a los eventos enumerados en el pergamino, pero considerando que él era el futuro del reino, su nombre no se mencionaba muchas veces.

      —Gracias, padre. Me aseguraré de seguirlo al pie de la letra. Pero, hablando de letras, ¿puedo plantearle un problema? Cuando vine de Pitoria traje conmigo un mensaje importante del rey Tzsayn y la reina Catherine. Eso fue hace una semana. La carta era una solicitud urgente de ayuda de su parte. Siento que debemos responder, y pronto.

      Edyon requirió de toda su fuerza de voluntad para no gritar “¡Ahora!”, pero pensó que era poco probable que su padre, a quien había visto por primera vez la semana anterior, se tomara a bien algo así. No obstante, era ahora que se necesitaba la ayuda. Cuando Edyon salió de Pitoria, se habían enterado de que Aloysius estaba concentrando humo de demonio. Una vez que obtuviera el suficiente para vigorizar su ejército de jovencitos, no habría forma de frenarlo. No había tiempo que perder. Thelonius había derrotado a su hermano Aloysius en la última guerra y todos contaban con él para hacerlo de nuevo.

      —Tienes razón, Edyon. Y he decidido que enviaremos una delegación a Pitoria para asegurarnos de que estamos plenamente enterados de la situación ahí.

      ¡Una delegación! No parecía gran cosa. Edyon había imaginado que su padre enviaría a todo el ejército una vez que entendiera la dimensión de la amenaza. Pero una delegación era mejor que nada, y ya era un primer paso. Quizás entonces los dos reinos podrían trabajar juntos compartiendo información, hombres, suministros…

      El canciller, lord Bruntwood, dio un paso adelante y se dirigió a Thelonius:

      —Su Alteza, siento que es mi deber recordarle los viejos problemas relativos a los tratos con tierras extranjeras, y también ponerlo al tanto sobre otro pequeño problema.

      El rostro del canciller nunca parecía demostrar ninguna emoción verdadera; su sonrisa era aduladora, el ceño distante, la tristeza rutinaria. Y a Edyon siempre le daba la impresión de que ese hombre necesitara desesperadamente soltar una flatulencia y estuviera haciendo un gran esfuerzo por retenerla.

      Quizás ése sea su pequeño problema.

      —¿Qué problema? —Thelonius frunció el ceño.

      —Habladurías, Su Alteza. Rumores. Chismes. Relacionados con Edyon —el canciller hizo una mueca como si la flatulencia le estuviera provocando muchas molestias internas.

      —Espero que no haya más objeciones a que Edyon sea legitimado —la frase venía de lord Regan, el amigo más querido de Thelonius, el hombre que se había encargado de localizar a su hijo y entregarlo a salvo en Calidor. Aunque, por supuesto, no había resultado según el plan, debido a Marcio…

      Pero ahora Edyon no pensaba en Marcio.

      El canciller se giró hacia Regan y lo corrigió.

      —En realidad, no hubo objeciones a la legitimación, sólo preocupaciones sobre un precedente que se está sentando.

      Regan asintió.

      —Por supuesto, así es, preocupaciones, no objeciones.

      —Y ya las hemos resuelto. No hemos sentado ningún precedente —lo interrumpió Thelonius.

      —Muy bien, Su Alteza —aceptó el canciller.

      El primer obstáculo para la legitimación de Edyon era que Thelonius no se había casado con la madre de Edyon. Un buen número de nobles estaban preocupados por el hecho de que al colocar a Edyon en línea al trono, se permitiría que todos los hijos ilegítimos se presentaran a reclamar tierras nobles. Nadie tendría seguridad. El sistema se desmoronaría. Reinaría el caos donde ahora había orden.

      Edyon se había preguntado cómo lidiaría su padre con esta difícil situación y asumió que llevaría semanas o meses considerar y analizar los puntos legales, pero el rey había ignorado el tema con facilidad. Thelonius había afirmado que él se había casado con la madre de Edyon en una ceremonia en Pitoria. Que se habían casado y se habían divorciado rápidamente. Los papeles se habían extraviado, pero Thelonius tenía un diario de los acontecimientos. Lord Regan, quien había viajado con él a Pitoria dieciocho años atrás, había sido llamado para confirmar todo. Y así, con tal facilidad y velocidad, la mentira se había convertido en verdad.

      A Edyon, no obstante, le resultaba menos fácil confirmarlo. Estaba sorprendido de descubrir que, aunque podía mentir sobre la mayoría de las cosas, no podía mentir sobre su madre o su propio nacimiento. Él era el hijo ilegítimo de Thelonius. Sus padres no habían estado casados y toda su vida había sido moldeada por ese hecho. Ese hecho lo había convertido en la persona que era ahora y siempre había estado decidido a no avergonzarse de ello. Cuando el canciller lo presionó para confirmar la mentira de Thelonius, Edyon descubrió que lo máximo que podía hacer era no negarlo. Había argumentado:

      —Yo no estaba allí. Estaba en el vientre de mi madre. Y ella nunca me habló de aquello —Edyon sintió que sólo podía decir eso, ya que no era una mentira completa, pero tampoco era toda la verdad.

      Thelonius no tenía tales reparos e incluso una noche embelleció la mentira, aunque es cierto que lo hizo después de unas copas de vino, hablando de la boda como si hubiera sucedido:

      —Una relación sencilla, unas promesas intercambiadas, una playa, el mar, jóvenes amantes, pero estábamos casados —había mirado a los ojos de Edyon con una sonrisa—. Y todos están de acuerdo en que eres mi viva imagen. Tu cara, tu estatura: eres igual a como era yo hace veinte años. Es obvio que eres mi hijo —y eso era verdad. Al menos no había argumentos, preocupaciones u objeciones sobre eso.

      —Aunque todavía hay aprensiones entre los nobles —la voz del canciller interrumpió los pensamientos de Edyon.

      —Ah, entonces ahora son aprensiones —murmuró Regan.

      —Los nobles siempre tienen motivos de aprensión —Thelonius suspiró, miró a Edyon y agregó—: Acerca del dinero, del poder, del futuro.

      Y ahora aprensiones respecto a mí.

      —Y siempre debemos tener cuidado de calmar sus preo­cupaciones —continuó el canciller—. La carta que Edyon trajo de Pitoria, la solicitud de unir fuerzas con Pitoria, despierta una vez más el temor de que Calidor pueda perder su independencia ante un vecino más fuerte. Es un viejo temor, pero no menos convincente por lo antiguo, Su Alteza. Existe la preocupación de que cualquier asociación con Pitoria sea desigual, puesto que Pitoria, un reino mucho más grande y más poblado que Calidor, pasaría a dominar. Lo que puede comenzar como ayuda, podría terminar con nosotros