Luis de Lezama

Cuaderno de Emaús


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y pienso que llegan muy cansados a sus hogares.

      Una vez más escribo de noche. Escribo mi Cuaderno de Emaús. Este es un cuaderno de apuntes. Es un cuaderno de campo y de ruta. La ruta de mi casa al barrio que hago todos los días desde el centro de Madrid a las periferias, donde encuentro a otros caminantes desconocidos y siempre nuevos rostros. Han crecido las casas, hay nuevos inmuebles, hay nuevos desconocidos. De vez en cuando me sorprende lo que me cuentan y reflexiono sobre ello. A veces tomo notas que están en este cuaderno. Aunque soy caminante y se me dan bien los bares, las tiendas y el súper, llevo cara de confesionario, y escuchar lo hago con gusto, porque aumenta mi sabiduría. Escuchar, escuchar cuanto he escuchado en tantos años. El consejo es más bien breve y más breve cuanto más larga ha sido la escucha.

      Es, pues, este cuaderno un itinerario de viajes, de viajes sencillos del día a día, porque rara es la jornada que no tengo un acompañante desconocido como tú a quien acabo de encontrar en el camino.

      Te hablo ya mientras llegamos a la posada. Te escucho mientras pongo la mesa, como tantas veces, parto el pan y escancio el vino.

      1

      LA DUDA

      La duda es el principio de la ciencia.

      La incertidumbre, el mejor camino de la fe.

      La certeza no es fe. Es evidencia.

      Lo evidente no tiene valor.

      Es aceptado sin merito fácilmente.

      Dios nace en el principio de la duda.

      Dios es aceptar lo que no se ve.

      Hay una intuición de Dios

      que no se manifiesta en prácticas de religión,

      sino en actitudes de vida que conforman un modo

      de ser religioso sin ser consciente de ello.

      2

      MUNDO INTERIOR

      Cuando uno tiene un mundo interior rico y abundante,

      se hacen cortas las horas y los días.

      Uno se fatiga en sí mismo

      y no da tiempo a sacarlo todo al mundo exterior.

      Aun haciéndolo,

      uno está extenuado

      y no da la imagen lozana y fresca hacia fuera

      que uno siente en su interior, a pesar de la fatiga.

      Los demás se asoman a tu mundo como extraños

      y tú no sientes nada más que un largo silencio,

      profundo.

      Y unas grandes ojeras inexplicables,

      inexplicables…

      Como si hubieras pasado una noche de amor intensa.

      3

      LAS GAFAS

      Ya fue todo un tiempo pasado.

      Ya es otro tiempo.

      Tiempo nuevo aquel en el que noté que necesitaba gafas para leer de cerca.

      Y me hablaron de las bifocales.

      Y descubrí que era un poco más viejo, porque lo calificaban de presbicia.

      Y todo cambió a mi alrededor, porque desde entonces, para leer, busco las gafas, tengo las gafas. Las necesito. Ellas y yo formamos un matrimonio indisoluble.

      ¿Dónde están mis claros ojos agudos, perspicaces, negros, profundos, de mirada penetrante?

      Sí. Tengo la vista cansada de tanto mirar por los otros, de tanto posar los ojos en los hombres, mis hermanos, buscando amar y ser amado.

      Pero ahora necesito gafas, filtro que impone el tiempo pasado.

      Las limpio con cariño. No me gusta que haya motas como nubes que enturbien el buen mirar a los demás.

      Siempre he querido ver las cosas claras. Ahora que me falla la vista quiero que el artilugio me las aclare más.

      ¡Necesito gafas!

      A veces las enfundo para probar a ver como antes, sin artificio, como cuando vivía sin artificio y amaba libremente sin artificio.

      Pero no, ¡necesito gafas!

      Me acompañan a todas partes como si fueran algo de mí mismo, crecidas en mi nariz, cabalgan sobre ella y me cuentan lo que ven.

      Aun cuando reposan hablan de mí mismo: cuentan mi ancianidad prematura y dicen a los demás que he vivido, las cosas que he visto, el tiempo pasado medido en dioptrías.

      Son ellas, mis gafas, para siempre mis testigos. Extraño artilugio que tiene algo de reloj sin maquinaria, de termómetro sin mercurio.

      Ah, ¡frágil compañía! Ortopedia del tiempo. Te has convertido en el rey de mi vida de astigmático y miope.

      Las gafas me hacen humilde y dependiente:

      «¿Por favor, alguien ha visto mis gafas?».

      4

      EL SACERDOTE

      El sacerdote diocesano vive su aventura humana en solitario.

      Es un ave extraña.

      A diferencia de otras, necesita nido, pero se lo hacen.

      Es su hogar un tanto inestable:

      hoy aquí, mañana allí,

      sin saber por qué ni nadie que se lo aclare.

      Fabrica su vejez lleno de incertidumbre.

      Difícilmente puede prever cuál es su final ni dónde.

      Si se afinca, se le critica.

      Si se apega, se le censura.

      Si se enamora de alguien o de algo, se le hace la vida imposible.

      Si busca el plato de lentejas, se le trata de mercenario.

      La pobreza es apellido de fraile,

      que no del sacerdote diocesano,

      porque siempre se le tiene por hacendado.

      Se le presupone el bien y el don.

      No tiene claustro y, sin embargo, vive en clausura.

      Su convento es el espacio.

      Su templo, la casa de Dios en medio de las casas.

      Ahora el jersey a rayas, la camisa de rockero, el blue jeans y hasta

      la pulsera de moderno desenfadado.

      Hasta hace poco, la tirilla del damero blanco de su signo,

      camisa de clergyman,

      negro de ala de mosca,

      gris desvaído.

      Zapatos capaces de pisar en charcos y, aunque no sepa tocarla,

      guitarra de romántico perdido.

      Sacerdote diocesano,

      hombre del mundo,

      bajo sueldo,

      rockero circunstancial según su barrio,

      sainete de cóctel intelectual,

      teólogo moderno y luchador empedernido.

      Sacerdote