Luis de Lezama

Cuaderno de Emaús


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      necesito pensar en ti.

      Porque Tú eres el otro,

      mi prójimo.

      Y yo te necesito

      para seguir siendo mi presente.

      Nada soy sin ti.

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      NADIE

      Hoy he dicho a nadie que vive en mi casa simplemente que he llegado bien. Necesitaba comunicárselo a alguien después de mi viaje. Pero no tenía más que un simple contestador telefónico en mi casa.

      «He llegado bien», me he dicho a mí mismo desde el teléfono móvil al teléfono fijo para reencontrarme cuando llegue a casa que alguien me ha llamado.

      Nadie no estaba en casa.

      Nadie me deja a veces tan solo, tan vacío, que tengo que encontrar a Dios como sea para encontrarme con alguien. Es un Dios por obligación, es un Dios por recurso a mi soledad. Se alberga dentro de mi ser y me conmueve por su discreción para conmigo. No habla y, sin embargo, dice cosas. No siente, pero te hace sentir acompañado. No exige, pero me pide. Me habla de las personas como bendiciendo. No estorba cuando lo aparto de mi vida. Se agazapa y permanece. Es un estar presente sin estar que, cuando lo percibo, me impresiona cómo está. De tal manera que llena el vacío de nadie.

      Pero nadie qué impertinente es cuando se hace notar, cuando no te contesta, cuando se empeña en dejarte solo para acabar gritando:

      «Pero ¿es qué aquí no hay nadie?».

      22

      ESTE TIEMPO ES MÍO

      Anda Dios diciéndome al oído:

      «¡Este tiempo es mío!».

      Yo, celoso, le arrebato el reloj de arena con que cuenta.

      Anda Dios reclamándome atención.

      Y yo miro distraído hacia otra parte,

      como si no fuera conmigo.

      Anda Dios llamándome con esa aldaba del corazón

      que retumba en todo el cuerpo y se resiente.

      Es presión arterial,

      dolor de mi cabeza,

      congestión,

      frío,

      pasmo,

      calor…

      Estoy enfermo, pienso.

      Rara enfermedad que necesita alivio.

      Me tomo la temperatura

      y es por dentro.

      Por dentro. ¡Cómo me asustan los adentros!

      Prefiero mirarme en los espejos

      que por dentro.

      Mirar adentro me da miedo.

      Pero es tiempo de mirar adentro

      y hablar de tú a tú con mi relojero.

      23

      IGLESIA Y ORACIÓN

      La Iglesia no es el Reino de Dios.

      Yo espero que sea de otro modo.

      La Iglesia es el sacramento del Reino de Dios sobre la tierra. ¿No parece contradictoria?

      A veces me parece muy terrena…

      El Padrenuestro me llena.

      Es como redondo.

      Es la oración del redimido. ¡Y qué bella!

      La oración es el aliento vital.

      Si no hay oración, hay paro cardíaco.

      Un suspiro es oración.

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      OBEDIENCIA CRÍTICA

      Sin la obediencia crítica no vamos a ninguna parte.

      Los hombres de la Iglesia necesitamos la crítica y la autocrítica.

      La obediencia crítica nos hace más humildes y más sinceros servidores.

      Cuanto más alto se está, más obediencia crítica es necesaria.

      Parece un contrasentido, pero no lo es.

      Es la obediencia crítica la que te lleva al don de la templanza.

      No se puede exigir en nombre de Dios una obediencia ciega

      y luego rezar el Padrenuestro.

      Sin la crítica no se puede llegar a descubrir el «hágase tu voluntad».

      Sin la crítica uno no tiene criterios. ¡Sin la autocrítica, menos!

      ¡Y qué falta hace ahora tener criterios en la sociedad en que vivimos!

      25

      ORACIÓN

      Repetir las palabras también es oración.

      Repetir en rosario el Avemaría es oración.

      Repetir el verbo amar y declinarlo:

      «¡Yo te amo, Tú me amas! ¡Nosotros nos amamos!».

      Es una oración activa como la vida misma.

      Amor a Dios.

      Amor a Jesús.

      Amor a María.

      Repetir, repetir incansablemente

      hasta sentirse extenuado,

      como lo hace el amante con su amado.

      26

      COMUNIÓN

      Esa llamada telefónica que necesitas hacer cada tarde,

      cada noche,

      a alguien,

      al acabar el día,

      como una obligación convulsiva,

      es sed de comunión.

      Ese buscar incesante en Internet algo que te complazca,

      ese zapping continuado en la televisión,

      es sed de comunión.

      Necesitas comulgar con algo,

      con alguien,

      es el placer de sentirse compartido,

      atraído por otro,

      sumido por la voz o por la imagen de otro.

      Es un deseo de ser poseído y poseer.

      Ves cómo tienen coherencia aquellas palabras

      que llevaron a Jesús a decir:

      «Tomad y comed, esto es mi cuerpo…».

      La comunión de las ideas,

      del amor,

      de los sentimientos,

      hasta de los cuerpos,

      se deja sentir como un hambre especial del alma

      en nuestra frágil condición humana.

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