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E-Pack Se anuncia un romance abril 2021


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una pierna de Lauren a la cadera, se colocó para penetrarla y ella le clavó el talón en el trasero para guardar el equilibrio. Se retorció con fuerza e impaciencia contra él y sus apremiantes gemidos ahogaban el canto de los pájaros en cubierta.

      –Quédate… Quédate en San Francisco –la orden le brotó de los labios sin darse cuenta. Nada más decirlo se maldijo a sí mismo. Su intención era esperar a que hubiera acabado.

      Rápidamente pegó la boca a la suya en un intento de distraerla. Al fin y al cabo, no era más que una breve frase que podía pasar fácilmente inadvertida.

      Ella se detuvo y lo miró a través del agua que chorreaba de sus cabellos.

      –¿Qué has dicho?

      –Hablaremos después –extendió las palmas sobre sus hombros y bajó hasta sus pechos. Sabía que en una presentación publicitaria era fundamental elegir el momento oportuno, y conquistar a Lauren era la campaña más importante de su vida.

      –He oído lo que has dicho –dijo ella. Su expresión era cauta y reservada y no dejaba adivinar sus pensamientos–. No entiendo por qué cambias las reglas.

      –Eres tú quien ha levantado la prohibición de mantener relaciones sexuales –le dio una palmadita en el trasero, intentando mantener un contacto ligero mientras volvían a conectar–. Lo que hemos hecho lo cambia todo. Y no sé tú, pero yo quiero más.

      Ella se mordió el labio. Un atisbo de duda se reflejaba en su rostro, y Jason volvió a guiarla entre sus piernas con renovada esperanza.

      La expresión de Lauren se tornó triste.

      –¿Por qué? –levantó una mano para tocarle la cara–. ¿Por qué quieres más?

      No era la respuesta que había esperado, pero tampoco se había cerrado del todo. Jason buscó algún argumento que la hiciera cambiar de opinión y no encontró ninguno. Había empleado la artillería pesada desde que entró en su apartamento una semana antes. Pero tenía que haber algo que…

      Su BlackBerry emitió un pitido desde la encimera del lavabo. Jason lo ignoró, pero segundos después volvió a sonar.

      Lauren se apartó de él y agarró una toalla para envolverse.

      –Responde.

      –No –la agarró del codo–. Esto es importante. Quiero que tú y el bebé os quedéis conmigo. Pagaré todos los gastos que suponga trasladar tu negocio aquí, cualquier cosa que te lo ponga más fácil. Nueva York está demasiado lejos para la vida que quiero que tengamos en San Francisco –la frustración le oprimía la garganta mientras buscaba la manera adecuada de convencerla–. Maldita sea, Lauren. Es la decisión más lógica.

      Nada más acabar su razonamiento se dio cuenta de que no había sido el más acertado. Y lo peor era que no tenía ni idea de cuál podría ser. ¿Sería una cuestión de cabezonería por parte de Lauren? ¿De orgullo? Un mal presagio empezó a invadirlo.

      –No lo es –dijo ella. Agarró el BlackBerry y se lo tendió con más brusquedad de la necesaria.

      A Jason no le quedó más remedio que tomarlo. Su intención era apagarlo enseguida, pero se detuvo al ver la dirección de correo electrónico que aparecía en la pantalla.

      Era el detective privado que había contratado para que encontrase al ex contable de Lauren.

      El mensaje decía lo siguiente:

       *He localizado al sujeto, su cuenta en las Islas Caimán y otros datos de interés. La información está lista para ser enviada a la policía. Dime cómo quieres proceder.

      No podía ocultarle aquel mensaje a Lauren, aunque con ello aumentasen las posibilidades de que se quedara con él. Había perdido su oportunidad para conquistarla.

      La empresa de Lauren estaba a salvo y ella ya no necesitaba su dinero. Por tanto, no había nada que la retuviera en San Francisco.

      Lauren no tenía ningún motivo para quedarse. Jason no la amaba y nada hacía pensar que alguna vez lo hiciera.

      Desde el coche de Jason contempló las casas que se alineaban en la empinada calle. Durante una semana más, la casa de Jason también sería la suya. Había prometido que se quedaría dos semanas para ayudarlo a rematar el trato con Walter Prentice y cumpliría su palabra, aunque ya no necesitara su dinero.

      Tras recibir el mensaje en su BlackBerry, Jason le había hablado del detective que contrató para encontrar al contable y el dinero desaparecido, que resultó estar en una cuenta de las Islas Caimán. Las autoridades se disponían a detenerlo y ya habían congelado sus cuentas en otros países. Aunque no pudieran acceder a la cuenta o tuvieran problemas con la extradición, el criminal tenía tanto dinero en metálico guardado en otros lugares que ella acabaría recuperando lo que le pertenecía.

      Al cabo de una semana volvería a su pequeño apartamento de Nueva York, a los fríos inviernos y a su empresa. Gracias a Jason y a su detective había recuperado su vida y podría devolverle a Jason el préstamo. Tenía todo lo que deseaba.

      Entonces, ¿por qué se sentía tan vacía?

      Iba a ser una semana muy larga y desgraciada en casa de Jason. Había sido una ilusa al creer que podía hace realidad sus fantasías con él y después marcharse con el corazón ileso.

      Jason conducía en silencio a su lado. El olor de su cuerpo recién duchado se mezclaba con la calefacción del coche. La mañana era fría, pero no tanto como el nudo que le congelaba el pecho. Lo único que Lauren quería era llegar a su habitación, alejarse de Jason e ignorar la tentación que suponía cambiar sus planes por un hombre que ni siquiera le había dicho que la amaba.

      Porque ella sí lo amaba. Llevaba la certeza grabada en lo más profundo de su ser, pero la simple palabra bastaba para asustarla. Había visto lo que les hizo el amor a sus padres y no quería que a ella le pasara lo mismo. Al parecer, Jason era tan cauto como ella ante los sentimientos, ya que no le había demostrado que sintiera por ella algo tan complicado, inconveniente y maravilloso como el amor.

      ¿Y si ella se arriesgara y se lo dijera? Tal vez cuando estuvieran en casa, cenando frente a la chimenea, se atreviera a correr ese riesgo…

      Al llegar a lo alto de la colina, Lauren entornó los ojos para contemplar el amanecer y vio un coche de lujo aparcado frente a la casa de Jason. Él maldijo en voz baja y ella se enderezó en el asiento para mirar por la ventanilla. Un hombre alto y moreno estaba apoyado contra el coche y, al acercarse vieron que se trataba de Brock Maddox, el jefe de Jason. Iba vestido con un traje oscuro, y Lauren se preguntó si iría de camino al trabajo o a la iglesia. En cualquier caso, no le parecía buena señal que estuviera esperándolos.

      Jason detuvo el coche junto al de Brock y salió del vehículo. Lauren también se bajó, pero se quedó en la acera en vez de entrar en casa. La curiosidad era demasiado fuerte.

      –Buenos días, Brock –lo saludó Jason–. ¿Qué puedo hacer por ti?

      Brock se irguió y se metió las manos en los bolsillos.

      –Prentice no está contento.

      –¿A qué te refieres? –preguntó Jason con el ceño fruncido.

      –A la farsa de matrimonio que habéis montado.

      Lauren se estremeció al oírlo. Independientemente de cuáles fueran sus sentimientos, no quería que Jason perdiera su trabajo. Se acercó a él y le agarró el brazo con una mano temblorosa.

      –¿Quién dice que no es un matrimonio de verdad?

      Brock los miró a uno y a otro, como si estuviera dudando sobre la conveniencia de incluirla en la conversación. No parecía tener interés en entrar en casa y mostraba su actitud habitual, distante e incluso un poco indiferente. ¿Sería ése el modelo que Jason aspiraba a imitar?

      Lauren se frotó vigorosamente los brazos. Se le había puesto la piel de gallina. Al menos el barrio estaba tranquilo,