Jorge Ayala Blanco

El cine actual, confines temáticos


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2009

      De Bohman Ghobadi

      Con Negar Shaghaghi, Ashkan Koshanejad, Hamed Behdad

      En Los Gatos Persas, quinto largometraje del kurdo-iraní de 40 años Bohman Ghobadi (Tiempo para caballos borrachos, 2000; Las tortugas pueden volar, 2004), con guion suyo, de Hossein Mortezaeiyan y Roxana Saberi, la tierna letrista-vocalista gafotas Negar (Negar Shaghaghi) y su amigo guitarrista virtuoso Ashkan (Ashkan Koshanejad) se dedican clandestinamente al rock indie prohibido por antislámico en Teherán, desean con vivo fervor participar en un concierto en Londres y consiguen que un generoso maduro técnico en grabación los presente con el joven fanático de la cultura occidental Nader (Hamed Behdad), que ipso facto se convierte, pese a algunas desapariciones inquietantes, en su ángel de la guarda, los auxilia en los trámites del difícil / imposible permiso oficial correspondiente, los introduce con pintoresco anciano falsificador de pasaportes y visas que promete elaborarles mediante una buena billetiza los documentos faltantes, y los presenta con una auténtica cohorte de músicos subterráneos para integrar la banda roquera que viajaría con ellos pero cuando los chavos ya se creen más cerca de su sueño, el proyecto se les vendrá por todas partes aparatosamente abajo, como el héroe ensangrentado tras lanzarse en su fuga por una ventana. La balada subterránea se sumerge, hurga y navega en tono de docuficción de sótano escondite en sótano sórdido, para lograr que la entusiasta propuesta de los héroes no sólo nunca decaiga, sino se prolongue y se documente en un fascinante itinerario humano de personajes jóvenes inimaginables en Occidente, tan entrañables como ese maestro voluntario de niños refugiados iraquíes / kurdos / afganos a quienes hace tañer guitarritas imaginarias con los ojos cerrados, esa jazzista iraní de vozarrón afrodesgarrado y ese rapero escupelamentos tan sacrílegos cuan desesperados (“Dios, despierta, soy basura”). La balada subterránea no tiene empacho en armar y asestar, gracias a su avezado editor Haydeh Safi-Yari y sin previo aviso, más de media docena de verdaderos videoclips, uno por cada visita / etapa / rapsodia a músicos underground iraníes (de los que valerosamente se advierte que suman hoy más de dos mil), con inventivas estructuras audiovisuales distintas entre sí, o mutables sobre la marcha, para insertar subversivamente en ellos imágenes no sólo poéticas de chicuelos sonrientes y aves en el cielito lindo, sino una dantesca cotidiana de la miseria oculta en los suburbios de Teherán jamás antes expuesta. La balada subterránea recurre, para fijar su emoción, al elemental pasmo minimalista de intempestivos detalles inolvidables, sean la vocecita de nuestra Yoko con su Lennon medio bronco, los canarios bautizados como Scarlett y Rhett Butler en la cinta menos hollywoodesca de la galaxia fílmica, la simpatía hilarante de los viejos pillos ajusticiables, el ruego ablandamiento del policía sólo sugerido en una franja de comandancia entre mamparas negras, el uso coral-coreográfico-funeral de los exteriores baldíos al estilo de la folkotribal-musicológica Media luna del mismo Ghobadi (2006), la sumaria ejecución en off de un perro por “impuro” apenas decomisado por un patrullero, o las precipitadas insonorizaciones para el fallido concierto pop privado a la luz de gordas velas multicolores a causa de una electricidad cortada deliberadamente a instancias de algún anónimo vecino delator. Y la balada subterránea ha logrado hacer el grave retrato de una juventud de frescura optimista pese a todo, aunque penosamente desperdiciada, en un país ultrarretrógrado y filicida.

      El belicismo insustentable

      La ciudad de las tormentas (Green Zone)

      Estados Unidos-Reino Unido-Francia-España, 2010

      De Paul Greengrass

      Con Matt Damon, Amy Ryan, Greg Kinnear

      En La ciudad de las tormentas, sexto largometraje del hipersólido inglés de 55 años especialista en docudramas políticos Paul Greengrass (Vuelo 93, 2006; Bourne: el ultimátum, 2007), con guion de Brian Helgeland basado en el libro Vida imperial en la ciudad esmeralda: dentro de la zona verde de Bagdad del corresponsal iraquí del Washington Post Rajiv Chandrasekaran, el comandante del ejército estadunidense Roy Miller (Matt Damon) busca, busca y nada encuentra, allana y desafía el fuego de francotiradores, irrumpe e inspecciona, poniendo en riesgo su vida y la de su pelotón, al buscar con extremo cuidado por los alrededores de Bagdad las armas de destrucción masiva cuya noticia de su presunta existencia sirvió para desencadenar la invasión a Irak, pero todo es en vano, pues en los lugares claramente señalados por sus superiores sólo encuentra antiguas fábricas de inodoros sepultadas en caca de palomas o inofensivos almacenes subterráneos, por lo que se atreve a denunciar el hecho en una estratégica reunión militar, sin mayor efecto en el jefe de la CIA y representante-enlace del Pentágono Clark Poundstone (Greg Kinnear), demasiado preocupado por entronizar al presidente pelele Ahmed Zubaidi (Raad Rawy), si bien hallando cierto eco en el escéptico dinosaurio de la misma CIA Marty Brown (Brendan Gleeson) y en la enteca periodista del Wall Street Journal Lawrie Dayne (Amy Ryan), cuyos reportajes con fuentes sesgadas fueron decisivos para la declaración de la guerra, clavándole la duda al decepcionado soldadito de que las dichosas armas nunca existieron, cosa que comprobará al conseguir interrogar, a duras penas y con ayuda del humildemente orgulloso patriota lisiado local Freddy (Khalid Abdalla), al perseguidísimo general exdelator en espera de reconstruir su ejército ya disuelto Al Rawi (Yigal Naor), pronto brutalmente acribillado por fuerzas especiales con orden de no tomarlo prisionero para mejor silenciarlo. El belicismo insustentable sustituye las ya imposibles hazañas épicas del pasado por un puñado de propositivamente vacías acciones acezantes, frustrantes / fallidas y fulminantes, con calculadísima edición de Christopher Rouse y predominio subliminal, sin otro sentido que primero demostrar las supuestas fallas de inteligencia militar y enseguida poner en rotunda evidencia la perversidad de la triunfalista mentira presidencial que hace arrostrar peligrosos conatos de motín por el tráfico atascado en la calle, cruentos asesinatos para recuperar una libreta que enlista las casas de seguridad del oportunista general exinformante, un descenso a los infiernos de una cárcel-centro de torturas a ciegas contra los cautivos controlados por mastines o desechos en mazmorras, rastreos fuera de mandato y un inminente caos étnico incontrolable cuyas primicias ya se observan. El belicismo insustentable se agita inteligentemente y trepida en visiones panorámicas a veces irónicas (esa protofársica intrusión en un hotel de lujo para oficiales en recreo, el sorpresivo jalón-arranque de su prótesis posbélica al cojeante Freddy) para probar, comprobar y reprobar muy poco, o casi nada, sólo aquello que todo mundo sospechaba o ya sabía, que la fuente de las fuentes (un tal Magallanes) fue inventada en Jordania puesto que siempre había sido inexistente. Y el belicismo insustentable acaba estigmatizando seria, didáctica, contundente, activista, antiedificante y megalómanamente no sólo a los responsables de los engaños combativos, sino a su propia demostración tácita (pero nunca inútil: puntualizadora) y al patético héroe irritado irritante (puntual), tan aquejado de credulidad, obediencia, malestar y desencanto como todos los que se confrontan con él o simplemente lo rodean, ni buenos ni malos, pero de suyo melodramáticos e impotentes hasta la médula (“No te corresponde a ti decidir lo que va a suceder aquí”), quizá más bien ajenos a todo (“No daremos marcha atrás, ganamos”).

      El rescate masivo

      Sonata para un hombre bueno / John Rabe (John Rabe)

      Alemania-China-Francia, 2009

      De Florian Gallenberger

      Con Ulrich Tukur, Steve Buscemi, Dagmar Manzel

      En Sonata para un hombre bueno / John Rabe, segundo largometraje del exotista autor total bávaro de 36 años Florian Gallenberger (un episodio de Honolulu, 2000; Sombras del tiempo, 2005), el riguroso técnico ejecutivo de la Siemens alemana a punto de ser repatriado luego de 27 años en el Lejano Oriente John Rabe (Ulrich Tukur calvísimo pero sin talla de santón) resuelve permanecer en Nanking y enfrentar la masacre (sin reconocimiento oficial aún hoy) de civiles (300 mil) perpetrada por las tropas invasoras japonesas en diciembre de 1937, al frente de una Zona de Seguridad improvisada en torno a la central eléctrica que había ayudado a construir, para salvar la vida de otros 200 mil chinos allí refugiados, pese a la partida de su amada esposa Dora (Dagmar Manzel), a las burlas del apabullado médico inglés Wilson (Steve Buscemi implacable) y a su propia debilidad diabética urgida de