Jorge Ayala Blanco

El cine actual, confines temáticos


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el film colectivo Honolulu, donde las banales decisiones juveniles de un fin de semana se convertían en cruciales opciones vitales, aquí el protagonista se verá forzado a tomar una decisión tras otra a todo lo largo del relato (y así lo asienta en su diario perdido / rescatado que se lee en off), decisiones que desde un primer momento sabe cruciales, que lo comprometen y lo ponen en riesgo físico, que toma prácticamente sin saber por qué casi al estilo Camus (como el doctor de La peste), porque está condenado a ser libre a lo Sartre, a comprometerse con su circunstancia y con los demás, eligiendo, siempre eligiendo, decidiéndose a elegir entre continuar rigiendo la instalación eléctrica alemana o entregársela al canallesco relevo mediocre, entre guarecerse con cientos de empleados bajo la despreciable bandera nazi desplegada en el patio o exponerse todos a los bombardeos inclementes, entre aceptar la presidencia de la zona de seguridad o rechazarla, entre huir a Europa ya con jaulita en mano sobre la escalerilla del barco o quedarse sosteniendo la esperanza del área salvadora, faltándole diplomáticamente al respeto al príncipe nipón para hacerse escuchar por él, haciéndose de la vista gorda ante los 800 soldados chinos escondidos bajo candado en el colegio de la aún atractiva profa francesa Duprès (Anne Cosigny) en silencio enamorada de él, definiendo la suerte de los 20 rehenes chinos que podrán salvarse como sucedáneos del chofer germanohablante gratuitamente ejecutado, saliendo con su grupo de notables a enfrentar afuera de los portones los fusiles ya apuntados contra la población civil unificada, y así. El rescate masivo narra (aunque de manera colateral), como en las tempranas Sombras del tiempo de Gallenberger, donde cierta pareja de jóvenes amantes hindús del pasado esclavista se reunía y separaba a la fuerza tras pagar por turno sus rescates a la fábrica de tapetes a la que habían sido vendidos, un conato de tragedia romántica interracial, también planteada en la ignominia, si bien casi por completo elíptica e ilustrativamente conjurada, entre el atormentado judío consejero de embajada ahora protegido de manera infamante por los nazis exterminadores de su familia Rosen (Daniel Brühl) y la joven fotógrafa china al rape Langshu (Zhang Jingchu), que arriesgaba el pellejo (o su violación colectiva) todas las noches para llevarle de comer al hermanito. El rescate masivo recurre a temerarios paralelos de la ficción multinacional (y sus parasitarias espectacularidades de superproducción) con tomas de archivo, visiones carniceras de cadáveres reventados (en noticieros auténticos, en artificio tremebundo), crueles ejecuciones sumarias bellamente encuadradas y una indigna concepción de los chinos rescatados cual obedientes adultos-niños y pobres diablos sumisos, todo ello sin miramientos ni escrúpulo alguno. Y el rescate masivo terminará coreando con aplausos agradecidos y aclamaciones finales la posibilidad de rehabilitación y reivindicación justicieras de un héroe civil compasivo, laico, valeroso y contradictorio ¿como todos?, que supo llevar el pacto bélico hitleriano-nipón imperial hasta sus extremas consecuencias paradójicamente humanitarias, aunque el buen hombre muriera en el aborrecimiento aliado y el olvido.

      El tragisainete carcelario

      Celda 211 (Cellule 211)

      España-Francia, 2009

      De Daniel Monzón

      Con Alberto Ammann, Luis Tosar, Marta Etura

      En Celda 211, destemplado film 4 del mallorquino genérico a veces cienciaficcional de 41 años Daniel Monzón (El corazón del guerrero, 2000; La caja Kovak, 2006), con guion suyo y de Jorge Guerricaechevarría basado en la exitosa novela negra única del sevillano cincuentón Francisco Pérez Gandul, Goya a la mejor película de 2009, el pacífico funcionario novel de prisiones Juan Oliver (Alberto Ammann) con linda esposita de seis meses de embarazo Elena (Marta Etura) se queda atrapado por accidente en la celda 211 de la prisión de Zamora donde se ha producido un espantoso suicidio desesperado, a causa del cual todos los presos se amotinan de repente, en vaga demanda de mejoras sustanciales que nuestro aterrado héroe corruptible ayudará a precisar, escribir y negociar, tras fingirse un encarcelado homicida en primer grado más y haberse hecho amigo del cabecilla de la revuelta con walkie-talkie Malamadre (Luis Tosar horripilante al rape), hasta que la muerte de su mujer por los excesos de las fuerzas antidisturbios y la revelación de su verdadera identidad por otro funcionario cobarde lo obliguen a cercenarle la oreja a uno de los terroristas de ETA despectivamente tomados como rehenes, tanto como degollar al delator, cuando ya la represión oficial está en trance de acabar con todos en un imparable aunque vistoso baño de sangre. El tragisainete carcelario se apoya en escenas tan shocking como una abertura de venas a lo largo bajo un chorro de agua, un strip masculino con partes pudendas en off sin calzones, descuelgues de vigilantes Duros de Matar, doble subida en hombros cual premio a la faena taurina, atrocidades diversas y guiñolescas brutalidades a granel, todo ello valorado por declamatorios diálogos feroces que aquí resultan de risa loca (“No es la primera vez que estoy en una de éstas, así que vamos a dejarnos de hostias y a tocarnos los huevos, ¿vale?”), o apenas aptos para intimidar pomposos abarroteros afónicos (“Como le pase algo a mi colega, suelto los cabrestos e invito los sanfermines, ¿vale?”). El tragisainete carcelario no aporta gran originalidad ni en su truculencia fílmica ni en su tremebundismo dramático, pues todas sus estructuras visuales y temas profundos se han tomado, derivado o plagiado (¿en un homenaje premoderno a cierto cine español actual de presunta calidad en su conjunto?) de películas extranjeras claramente superiores, tan célebres como El experimento de Oliver Hirschbiegel en 2001 (esa progresiva manifestación privilegiada de la bestia depredadora esencial del hombre gracias al cautiverio), Vergüenza de Ingmar Bergman en 1968 (ese pobrediablo manso que sólo parecía aguardar condiciones favorables para manifestar su crueldad y revelar su abyección solapada), Mad Max más allá de la cúpula del trueno de George Miller y Ogilvie en 1985 (ese fotogénico carnaval furibundo-caótico de picados, contrapicados, esperpentos sádicos, tumultos y hoyos apocalípticos), o de cintas no tan célebres (pero que merecerían serlo) como el soberbio drama carcelario alemán El proceso de envilecimiento de Franz Blum de Reinhard Hauff en 1973 (esa inversión de los valores morales por los nuevos intereses creados). El tragisainete carcelario conserva del sainete los retruécanos del engaño prolongado pero insostenible ab infinitum por el inminente descubrimiento de la mentira, su endeble resorte narrativo, y guarda de la tragedia los jadeos del fatum a fortiori, la estructura en unidad de lugar (la cárcel con exteriores sólo por TV) y de tiempo (compactado, imperceptiblemente elíptico, con sensibleros flashbacks intermitentes de la cogida conyugal matutina) y de acción (paralela, en virtud de la antecámara raciniana de los dirigentes carcelarios), así como la esquemática dicotomía violenta entre policías buenos tipo, Almansa (Manuel Morón) y malos tipo el torturador Utrilla (Antonio Resines) que se refleja también entre los presos dominantes, con el asqueroso infiltrado Apache (Carlos Bardem) a la cabeza, culminando en un gratuito reguero de cadáveres envueltos en sacos para impresionar, motivando además la seudocrítica homilía jurídica final. Y el tragisainete carcelario sólo quería demostrar a fin de cuentas, según afirman sus promotores, que “el haber matado no está reñido con la integridad, y actuar como un guardián de la ley no está peleado con ser un hijo de perra”, con faldas y a lo loco sanguinolento, uy qué miedo, joder.

      La chaviza psicomiserable

      Gasolina

      Guatemala, 2008

      De Julio Hernández Cordón

      Con Carlos Dardón, Gabriel Armas, Francisco Jácome

      En Gasolina, inventiva y severa ópera prima con presupuesto indigente del autor total guatemalteco-mexicano de 33 años formado en nuestro CCC, Julio Hernández Cordón (cortos previos: Km 31, 2003 y Maleza, 2008; documentales: Sí hubo genocidio, 2005, y Norman, 2005), con bajísimo presupuesto e intérpretes sin mayor experiencia actoral, tres ociosos y malhablados adolescentes clasemedieros de 16 años residentes de una exclusiva colonia cercada de Guatemala capital llamados Gerardo (Carlos Dardón), Raymundo (Gabriel Armas) y Nano (Francisco Jácome) roban gasolina a los autos de los vecinos para deambular sin rumbo en el auto de la madre de uno de ellos (Patricia Orantes) y atravesar la noche, transgrediendo sus límites geográficos y de clase, hasta el atropellamiento accidental de un indígena en la carretera, la quema de su cuerpo, aún resollante, rociado con gasolina, y el distinto amanecer en una playa cercana. La chaviza psicomiserable convierte los enfrentamientos cotidianos en hábito y prácticamente