Jorge Ayala Blanco

El cine actual, confines temáticos


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(como asaltabancos por tradición familiar), su determinismo (de generación en supergeneración), sus protectoras y solidarias amistades entrañables en la ignominia (y ocasionales puñetazos cariñosos a la Hawks), sus traumas cebados desde la infancia (tan compartidos e insuperablemente bien repartidos como los del Río Místico de Eastwood, 2003), sus crueles capos imbatibles de apariencia inofensiva (ese florista provecto Fergie / Pete Postlethwaite con su intimidante guarura unicelular Rusty / Dennis McLaughlin), sus sabuesos malditos como el antipático agente del FBI Frawley (John Hamm) extorsionadores hasta de infelices drogadictas con bebé y apoyados por ratas delatoras, su amoralidad y su sociocientificismo vivencial, de la misma manera que lo hicieron, antes de Affleck, el Scorsese de la Pequeña Italia neoyorquina (Calles peligrosas, 1973; Buenos muchachos, 1990) y el Gray de la Pequeña Odesa judeorrusa también neoyorquina (Cuestión de sangre, 1994; Amantes, 2008) e incluso el infaltable Brooklyn / Crooklyn, asimismo en Nueva York de Spike Lee (desde Haz lo correcto, 1989), aunque desde ópticas y una escritura fílmica pretendidamente más deliberadas, autoconscientes, propositivas y perfeccionadas. La idealización asaltante apoya su prurito de mesmerizante thriller posmoderno en el mesmerizante virtuosismo cronométrico (editado por Dylan Tichener) de sus tres megaasaltos (a un banco / un transporte de valores / un estadio de baseball), siempre diferentes, con elementos y sorpresas jamás vistos, hasta en sus persecuciones de autos / patrullas / camioneta blindada / ambulancia chocones o volteados, ya lugarcomunescos y tediosamente previsibles en cualquier derivado rutinario del más brillantestridente a huevo Michael Mann (a partir de Fuego contra fuego, 1995), si bien simbolizándose en cierto coito cual pasitos ciegos hacia una playa-abismo y en el uso de máscaras-disfraces sensacionales (Santa Muertes hilachos / monjas podridas / policías / FBIs / paramédicos / ómnibuseros), sin cesar renovándose y reinventándose casi musicalmente sobre la marcha, de diez modos ingeniosos, cual tema con cien variaciones intempestivas a la vez. Y la idealización asaltante trepida y trepida, hacer olvidables sus debilidades evidentes (esa temerosa galana ñoña que sólo sabe ocultar datos y cultivar jardincitos idiotas, ese monologal triunfo lleno de amorosos billetes sembrados y paciente espera) y concluir poniendo en evidencia su hipocresía esencial mediante un letrero aclarando que en Boston también hay ciudadanos honestos a quienes va dedicada la cinta.

      El rebote billonario

      Red social (The Social Network)

      Estados Unidos, 2010

      De David Fincher

      Con Jesse Eisenberg, Rooney Mara, Andrew Garfield

      En Red social, séptimo largometraje del hiperviolento apaciguado de 48 años David Fincher (El club de la pelea, 1999; La habitación del pánico, 2002; El curioso caso de Benjamin Button, 2008), con guion de Aaron Sorkin basado en el libro Los billonarios accidentales de Ben Mezrich, el tranquilo nerd exestudiante de Harvard con genial capacidad para la programación y creación de redes sociales cada vez más atractivas al añadir datos sobre la propia intimidad de sus miembros Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg como angelote pasoliniano de cabecita rizada) ha debido recurrir a socios e inversores cada vez más desalmados en su camino hacia la red macroexpansiva mundial Facebook, pero también desecharlos, o limitarlos en los porcentajes de las acciones de la empresa en la que aún mantiene mayoría, por lo que ahora enfrenta colosal demanda billonaria en un tribunal federal que lo confronta con ellos, con su trayectoria y con sus recuerdos personales. El rebote billonario graba a mil por hora pero siempre en huecograbado la efigie apenas sensible de un héroe a fin de cuentas tan enigmático e insondable como el inasible asesino sin rostro de Zodiaco (Fincher, 2007), con la atonía de un psicótico sentado ante su computadora, salido de la nada cual vil hacker reprimido escolar para absorber los mundos alternos de universidad tras universidad, en medio de una galería de personajes-brizna, jamás tridimensionales, si bien tan agudos y sabrosos como el revanchista acomplejado excondiscípulo universitario Eduardo Severin (Andrew Garfield) aterrado ante la furia de su nalguita asiática autoperpetuada, de los elegantísimos herederos Gemelos Winklenoss (Armie Hammer, Josh Pence) aunque caprichosos competidores fanáticos en remo, o el narcisista demoniaco megalómano mundial ya de Napster fundador Sean Parker (Justin Timberlake). El rebote billonario excluye, entre seráficos diálogos sarcástico-autoirrisorios (“Estoy más solo que un dedo amputado”) y sobreinformativos-crípticos a la Mamet, toda dimensión ensayística del tema, sobre el impacto sociológico de las redes sociales, o los cambios mentales-relacionales y la desaparición del sentido de la intimidad gracias a ellas, por ejemplo, en beneficio de su dimensión biográfica (tipo ejecutoria testimonial de The Biography Channel), histórica (la desconocida e inconfesable trama histórica clandestina de Facebook desde que era The Facebook y amigos que la acompañaban y saquearon), anecdótica (con detalles levemente obsexos: el ligue líquido vuelto facilísimo, las cogidas con chavas instantáneas en el mingitorio masculino, las orgías con coca en backgrounds desenfocados), mitológica / automitológica (la última reconversión beligerantelitista implosiva de El club de la pelea vuelto otra Habitación del pánico), satírica (enfrentamientos con adultos y maestros ridículos por ignorantes, encorvados ante la riqueza, cobardes e incapaces de entender lo nuevo) o abiertamente encomiásticos (de los neojóvenes voraces y vengativos, de los magnates tiburones y su fauna eterna). El rebote billonario traza la perfecta epopeya capitalista puesta al día, en la línea del relativismo prismático de El ciudadano Kane (Welles, 1941) y la histeria antivirtual de Poder que mata / Network (Lumet, 1976), en frío, sin pathos ni guiñol psicológico ni estridencias en su retrato caleidoscópico y ferviente, con ritmo vertiginoso de thriller de suspenso, negándose a juzgar ni las grandezas o las miserias de su personaje (evidentes sólo para el espectador anónimo y distante), sabiendo estar a la altura de las circunstancias juveniles, ascendentes e inhumanas actuales. Y el rebote billonario desemboca en la imagen final del billonario más joven del mundo consultando los datos sentimentales y proponiéndosele como amigo virtual de su guapa exchava Erica Albright (Rooney Mara) que, por haberla insultado públicamente en la red, lo cortó sin piedad a la luz artificial de un bar y jamás quiso regresar con él, clavándonos la duda de si el invento de Facebook, con 500 millones de usuarios, era sólo la obra de un veinteañero despechado e infeliz en inútil tentativa y trance de recuperar a su novia, añorándola en la soledad y en el contacto imposible, hurgando por toda la red y más allá (pero nunca más acá), sin remedio buscándola, cual irrecuperable Rosebud de ese precoz masoquista judío poswoodyallenesco, ¿tan representativo de tu nueva generación?

      El musical mudo

      Hiroshima

      Uruguay-Argentina-España-Colombia, 2009

      De Pablo Stoll

      Con Juan Andrés Stoll, Noelia Burlé, Guillermo Stoll

      En Hiroshima, tercer largometraje pero primero en solitario del TVrealizador de programas humorísticos y exvideoclipero autor total uruguayo de 35 años Pablo Stoll (ya sin su lamentado codirector suicida Juan Pablo Rebella de 25 watts, 2001, y Whisky, 2004), explícitamente definida por su realizador como “un musical mudo”, el solitario dependiente de panadería por la mañana y cantante de antro por la noche Juan (Juan Andrés Stoll) se levanta muy temprano, labora, regresa a casa a pie, se cita con su hermano (Guillermo Stoll), se entera por un video de que ha ganado un sorteo para solicitar empleo, realiza escrupulosamente las tareas hogareñas enumeradas en un pizarrón, vende en el mercado viejas cintas en Súper 8 y un proyector (a sabiendas de que “El cine en estos tiempos no tiene mucha salida”), transita ufano en bici por las anchas avenidas montevideanas, visita a su novia enfermerita de pelitos lacios (Leonor Courtoise), se presenta a la chamba sorteada pero pronto abandona sus pruebas de cómputo e inglés, toma el ferrocarril a las afueras, busca un amigo ausente en una panadería que ya no existe, deja quemarse los pollos en el asador de un vecino por jugar un rato al futbol con amigos ocasionales, le roban sus ropas por bañarse en el mar, se sexorrefugia con la cogelona mesera gordis Noelia (Noelia Burlé), que se le avienta de a caballazo en la calle y se lo tira y le presta un overol azul, consigue por ahí una propuesta de chamba sin proponérselo y se regresa en bici a la ciudad para acometer su cantada. El musical mudo registra los actos de sola jornada juvenil como única trama significativa para llevar al originalísimo cinehumor minimalista uruguayo (tajante, en seco, medio