Natalia López Moratalla

Humanos


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y el de los primates, y que debió ser el evento primario de la separación de Homo —en la forma Homo habilis— desde Australopitecos, está asociado a los cambios en la reorganización de los cromosomas sexuales; de ahí el interes de tratarlo en un libro de los vinculos familiares.

      He dedicado gran parte de mi tarea docente a transmitir lo que se iba sabiendo acerca del proceso evolutivo, especialmente sobre la aparición del hombre. Una antigua alumna, que investigaba el cromosoma humano Y, en vistas a conocer mejor la fertilidad masculina, me envió su primera publicación: «Esto le interesará». Y efectivamente, guardo su publicación, ya un tanto amarillento el papel, en la “carpeta de importantes”.

      Como es conocido, todos los pares de cromosomas proceden uno del padre y otro de la madre, por lo que tienen regiones homólogas, que contienen los mismos genes. El pequeño tamaño del cromosoma Y hace que sea diferente la dotación genética del par de cromosomas sexuales XX en la mujer y del XY en el varón. A lo largo de la evolución, la disminución del tamaño y del número de genes del cromosoma Y se debe a que han pasado del Y al X acumulándose en este X. Ambos, varón y mujer, tienen cromosoma X y, por tanto, una información que se caracteriza por participar en la construcción y el funcionamiento del cerebro.

      El trabajo de este equipo ponía de manifiesto que solo en el par de cromosomas sexuales humanos existe una región de homología X-Y específica —Xq21.3 con Yp11—, que contiene genes candidatos para ser la base molecular de la aparición de la lateralización de los hemisferios cerebrales en la que se apoyan los rasgos cognitivos. Es decir, solo para la construción del cerebro humano un fragmento del cromosoma X, en concreto el 21.3 del brazo largo, el brazo q, del cromosoma X hubo de trasladarse al Y, en concreto, al brazo corto, el brazo p, de este en su región 11 (Figura 1.7).

      Fig. 1.7 . Ente otras zonas de homología de los cromosomas X e Y humanos se presenta la del X 21.3 del brazo largo con región 11 del brazo corto del Y. Está invertido en el cromosoma Y respecto a la orientación que mantiene en el cromosoma X.

      Se muestra así que para la aparición del hombre se dio un evento evolutivo único, podríamos decir, insólito, y en dirección contraria a la evolución del resto de mamíferos y primates: un paso de información genética del X al Y. No se conoce que haya ocurrido ninguna otra vez.

      Tal reordenación cromosómica específica permite que exista en ambos cromosomas del par sexual humano un gen (PCDH), entre otros. Este gen codifica una molécula de adhesión, una especie de pegamento, expresada en el cerebro y que está implicada en las interacciones específicas entre neuronas. Los genes localizados en este fragmento en X-Y afectan al grado de asimetría. Al mismo tiempo, las dos formas del gen, localizadas una en el cromosoma X (PCDHX) y la otra en el Y (PCDHY), se expresan en diferente momento del desarrollo del embrión mujer y del embrión varón, y contribuye a causar el dimorfismo sexual del cerebro humano. Se debe a que al pasar del X al Y, sufrió un cambio la orientación en la hebra del ADN y, por eso, la regiones reguladores son diferentes: los del cromosoma Y se regula por las hormonas sexuales masculinas y la del X por las femeninas. Sin este intercambio entre los cromosomas X e Y, la construcción del cerebro no tendría la posibilidad de procesar los estilos que distinguen la corporalidad masculina y la femenina.

      Se ha discutido a favor y en contra acerca de la influencia que la modificación de los cromosomas sexuales pueda tener en la especiación en el mundo animal. No creo que un mecanismo como este pueda dar lugar a la aparición de una especie animal nueva desde uno y una. La aparición de una nueva especie de primates desde otra precursora, por reordenación cromosómica, necesariamente requiere un aislamiento reproductor, una barrera a la reproducción que se establece a lo largo de unas pocas generaciones.

      Pero pensemos por un momento en lo que decía al principio acerca de que no podemos entender nada relativo al hombre si no tenemos en presente que la biología humana no es zoología.

      Mi propuesta es la siguente: la aparición de la primera mujer y del primer varón en el mismo evento evolutivo —reordenaciones cromosómicas y el paso de información del cromosoma X al Y— supone que como seres humanos se saben varón y mujer y como tales establecen un reconocimiento procreador. Son, de suyo, esposo y esposa con encargo de iniciar la familia humana. Con independencia de que existiera o no una barrera reproductora zoológica con sus antecesores no-humanos, el primer hombre se “prendaría” de la belleza de la primera mujer. Eso nos dice el Génesis. La primera vez que me di cuenta en clase y acuñé espontáneamente el término reconocimiento procreador, un alumno que parecía haberme entendido dijo «¡Acaba de tirarse de la moto!». Sí, realmente me pareció ver por primera vez algo que me resulta evidente.

      Este dato, amigo lector, no es una mera curiosidad. Pudo ser así o de otra forma. Pero esta explicación tiene cierta coherencia. Es un hecho que el mecanismo, que conocemos por ahora, por el que un fragmento del cromosoma X pasa al Y, sin perderse del X, requiere una duplicación del X. Por tanto, el genoma completo humano 44 XXXY.

      Puede explicarse biológicamente, no demostrarse, que Adán y Eva fueran concreados desde ese preciso genoma genérico. Por tener un cromosoma Y sería el Adán genérico, no personal. De ese genoma completo, o naturaleza humana, al separarse 22 XX —Eva persona, “costilla de Adán”— queda 22 XY, Adán persona. Un varón y una mujer que crean la familia humana, como primeros padres.

      Insisto en que no pretendo demostrar nada. Sí afirmar que hay razones para aceptar y enseñar que el origen del hombre del que habla con tanta profundidad el Génesis, nos sugiere mucho más que un mero “mito de Adán y Eva”. El lenguaje del Génesis es simbólico, expresando así la realidad más profunda de lo que describe: la igualdad radical entre varón y mujer, concreados en el tiempo. Dos personas de la misma naturaleza, de los que provienen todos los humanos en los diversos linajes, que, a lo largo de dos millones de años, se han expandido y diversificado en poblaciones en toda la Tierra.

      Obviamente, no pretendo sentar cátedra o decir la última palabra sobre este proceso. El mecanismo pudo ser otro que aún no haya sido descubierto, pero por lo que conocemos hoy, este lo explica y no disponemos de ningún dato que lo ponga en tela de juicio.

      Lo importante es que la biología humana concuerda con la antropología de la persona, para la que el hombre es siempre un ser familiar. De nuevo me surge la convicción de que ¡estamos muy bien hechos!

      El cerebro tiene dos niveles de complejidad: el nivel que depende del estado de las neuronas —que constituye lo que se denomina la reserva cerebral —y el nivel —reserva cognitiva— que depende del estado de las conexiones entre ellas.

      La funcionalidad del cerebro depende de la herencia recibida —y con ella de los componentes de las neuronas y el mayor o menor desarrollo de las áreas cerebrales—, y de los cambios que con la vida sufra el material genético de las neuronas; lo que supone unproceso epigenético, como hemos indicado anteriormente.

      Tras el nacimiento —en el ambiente exterior al seno materno— el cerebro recibe la acción de una gran cantidad de estímulos que permiten el desarrollo de las fibras cuyo conjunto constituye el conectoma. Con la entrada en la adolescencia se alcanza un conectoma más intenso, que se perfila de forma diferente de unos a otros según sus vivencias. Esta estructura madurará y al final de la adolescencia habrá construido la configuración propia de cada uno.

      El funcionamiento del cerebro y de la psique de cada persona depende de sus dos reservas. La reserva cerebral es pasiva en cuanto lo recibido de la herencia genética y el estado de las neuronas cuantifican la reserva. La reserva cognitiva describe un mecanismo activo; esto es, la arquitectura de las conexiones cerebrales, que se haya ido configurando a lo largo de la vida, por la que fluye la información con una dinámica propia.

      Fig. 1.8. Los dos niveles de complejidad del cerebro pueden medirse como reservas, cuya suma separa el límite de los trastornos psíquicos.

      Ambas