José Antonio Pagola Elorza

Jesús, maestro interior 4


Скачать книгу

Canto o plegaria

      – Padrenuestro (todos juntos, de pie, con las manos unidas)

      – Abrazo de paz

      SUGERENCIAS PARA EL GUÍA

      Nota. La mejor preparación para guiar el encuentro es hacer previamente la lectura orante del texto que será proclamado en la parroquia, monasterio o casa de espiritualidad.

      1. Sugerencias para el inicio del encuentro

      1. Primeras palabras:

      – Nos sentamos cómodamente, nos relajamos.

      – Nos hacemos conscientes de nuestra respiración. Respiramos despacio, con calma, sin forzar nada.

      – Vamos acallando nuestro ruido interior. Hacemos silencio.

      2. Repetir:

      – Señor Jesús, estás en mi corazón (dos, tres, cuatro veces).

      – Señor Jesús, estás en lo íntimo de mi ser (dos, tres, cuatro veces).

      3. Repetir estas u otras frases:

      – Jesús, tú me miras con amor.

      – Me quieres como soy.

      – Me amas con ternura.

      – Te siento cerca.

      – Necesito tu ayuda.

      – Me das paz.

      2. Al proclamar el Evangelio:

      – Tus palabras son espíritu y vida.

      – Tú tienes palabras de vida eterna.

      – Maestro, ¿dónde vives?

      – Señor, que se me abra mi corazón.

      3. Al iniciar la meditación del Evangelio:

      – Creo, Señor, ayuda a mi poca fe.

      – Hágase en mí según tu palabra.

      – Señor, si quieres, puedes limpiarme.

      – Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.

      – Maestro, que vuelva a ver.

      – Ten compasión de mí, que soy pecador.

      – Señor, dame de esa agua y no tendré más sed.

      4. Acción de gracias al final del encuentro:

      – Es bueno dar gracias al Señor.

      – Dios mío, te daré gracias por siempre.

      – Damos gracias al Señor, porque es bueno.

      – Te damos gracias, porque nos has escuchado.

      – Alma mía, recobra tu calma, que el Señor ha sido bueno contigo.

      – El Señor ha estado grande con nosotros y estamos contentos.

      PRESENTACIÓN

      En el volumen tercero hemos orientado nuestra lectura orante del Evangelio a recuperar en nosotros y en nuestras comunidades la espiritualidad de Jesús, marcada por una confianza absoluta e incondicional en un Dios al que experimenta como Padre-Madre. Esta confianza en Dios es clave en la espiritualidad de todo seguidor de Jesús. Así, antes de nada, hemos tratado de despertar en nosotros la experiencia de Dios vivida por Jesús (capítulo 5); luego, nos hemos detenido en meditar concretamente la confianza de Jesús en el misterio de Dios (capítulo 6); después, hemos reafirmado nuestra confianza descubriendo que Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a su Hijo querido (capítulo 7); por último, hemos escuchado a Jesús, que nos invita a todos a no vivir agobiados, sino confiando siempre en ese Padre que nos ama con entrañas de Madre (capítulo 8).

      En este volumen cuarto vamos a orientar nuestra lectura orante en otra clave de la espiritualidad de Jesús, centrada en la compasión como principio de actuación. Según la tradición bíblica de Israel, la ordenación religiosa y social del pueblo elegido estaba regida por un principio formulado así en la tradición bíblica: «Sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Levítico 19,2). Sin embargo, Jesús, con una lucidez y audacia sorprendentes, introdujo para siempre en la historia humana un principio nuevo: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (Lucas 6,36).

      Estas palabras no son propiamente una ley o un precepto más. Se trata de introducir y actualizar en el mundo la compasión de aquel que es Padre y Madre de todos. Esta llamada a la compasión es la gran herencia de Jesús a la humanidad. El único camino para construir en cualquier cultura y en cualquier época un mundo más justo, fraterno y solidario. El único camino para renovar nuestra fe cristiana, caminando hacia una Iglesia más evangélica, más humana y más creíble.

      CAPÍTULO 9

      SED COMPASIVOS COMO VUESTRO PADRE

      SIGNOS DE NUESTRO TIEMPO:

      INDIFERENCIA ANTE LOS QUE SUFREN

      La organización de la vida en la sociedad posmoderna nos está conduciendo cada vez más a encubrir los padecimientos y aflicciones de las personas, ocultando su sufrimiento. Rara vez experimentamos de cerca y de modo sensible el dolor y la angustia de los otros. No sentimos la impotencia y desesperanza de quienes van quedando excluidos de la «sociedad del bienestar».

      Estamos reduciendo el sufrimiento humano a números y datos. Contemplamos el sufrimiento a través de una pantalla, cómodamente sentados en la sala de nuestro hogar. Las personas que sufren se van convirtiendo en una abstracción. Ya no hay emigrantes hambrientos, hay cuotas. No hay trabajadores en paro y sin futuro, hay indicadores económicos. No hay pobres excluidos para siempre de todo bienestar, hay umbrales de pobreza.

      Sin darnos cuenta, nos hemos instalado en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Hemos aprendido a vivir sin dejarnos «contaminar» por el dolor ajeno. Sabemos alejarnos y huir de todo problema doloroso que nos pueda molestar. Al parecer, la aspiración de no pocos es «sentir el mundo con ánimo neutral» (Sebastián Mora). No es esto solo. Los más privilegiados y poderosos contratan guardias de seguridad para vigilar sus residencias. Se pide una represión más dura y fronteras más eficaces para impedir que lleguen hasta nosotros seres humanos que arriesgan su vida y la pierden solo porque buscan venir hasta nosotros para poder comer.

      Esta indiferencia ante los que sufren nos está deshumanizando, pues nos conduce a olvidar la dignidad que se encierra en toda persona: miramos el sufrimiento ajeno con indiferencia y tendemos a ignorar cada vez más esa reacción que se despierta en todo ser humano cuando se encuentra con alguien que sufre y se llama «compasión». Es el momento de reaccionar. Hemos de aprender a mirar el rostro concreto de las personas. Recuperar la experiencia de la acogida, la cercanía, el acompañamiento, la compasión. Sentirnos responsables del otro. Sebastián Mora ha sabido explicarlo con fuerza: «Se trata de responder gratuitamente a la llamada del rostro del otro, cuya voz y mirada se dirigen a mí, buscan respuesta y me hacen responsable».

      La teóloga Dorothee Sölle criticaba con audacia «el embrutecimiento y la falta de sensibilidad» ante el sufrimiento que se observa en la sociedad moderna, y decía así: «El único medio de traspasar estas fronteras consiste en compartir el dolor con los que sufren, no dejarlos solos y hacer más fuerte su grito». Pero no es fácil despertar entre nosotros la compasión por las víctimas de nuestra sociedad sin alimentarnos en una espiritualidad que nos aliente.

      De ahí la importancia que puede tener en nuestros días la espiritualidad de Jesús, cuya herencia más importante a la humanidad es su llamada a hacer de la compasión el principio de actuación para construir un mundo más justo, solidario y fraterno: el sufrimiento de las victimas ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado como algo normal, pues es inaceptable para Dios. Por eso el teólogo Jon Sobrino propuso hablar del «principio misericordia»,