José Antonio Pagola Elorza

Jesús, maestro interior 4


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erradicar el sufrimiento y sus causas, o al menos para aliviarlo.

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      SED COMPASIVOS COMO VUESTRO PADRE

      Al iniciar la sesión. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos pausadamente… nos recogemos y vamos apagando el ruido en nuestro interior… Voy a escuchar a Jesús… Estás dentro de mí… Quiero estar atento a tus palabras…

      Lucas 6,36-38

      36 Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.

      

      37 No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados.

      38 Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: una medida generosa, colmada, rellena, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.

      Comenzamos este cuarto volumen escuchando esta llamada de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Jesús no nos hace esta llamada como una ley para que la cumplamos los seguidores de Jesús. Es mucho más. Introducir en el mundo la compasión de Dios es el primer principio para abrir caminos al proyecto humanizador del Padre en cualquier época, y también en la sociedad posmoderna de nuestros días.

      LEEMOS

      Podemos comenzar esta lectura preparando nuestro corazón con unas palabras del papa Francisco: «En nuestro tiempo, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más, con nuevo entusiasmo. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que viva y dé testimonio de su misericordia en primera persona. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir la misericordia en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino hacia Dios».

      Para comprender la importancia de esta llamada de Jesús a la compasión hemos de saber de dónde arranca. Según Jesús, para abrir caminos al proyecto humanizador del reino de Dios y su justicia no es preciso marchar al desierto de Qumrán a crear una «comunidad santa»; no hay que promover la observancia escrupulosa de las leyes al estilo de los grupos fariseos; no hay que soñar con levantamientos violentos, como buscan algunos sectores impacientes; no hay que potenciar la religión del Templo, como hacen los sacerdotes que lo rigen.

      Jesús buscaba introducir en la vida de todos la compasión. Una compasión semejante 1 a la del Padre. Mirar con ojos compasivos a los hijos perdidos, a los excluidos del trabajo, a los hambrientos y desnutridos, a los pecadores incapaces de rehacer su vida, a las víctimas caídas en las cunetas. Quería implantar la misericordia en las familias y las aldeas, en las grandes propiedades de los terratenientes, en el sistema religioso del Templo, en las relaciones entre Israel y sus enemigos.

      Podemos ordenar la lectura de este breve texto del siguiente modo: 1) llamada de Jesús a la compasión como principio de actuación: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo»; 2) dos advertencias para prohibir dos actitudes contrarias a la compasión; 3) dos llamadas importantes para actuar con compasión de manera coherente.

      1. «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (v. 36)

      a) Dios es un misterio de misericordia

      Lo primero que hemos de grabar bien en nosotros es que Jesús experimenta y vive el misterio de Dios como un misterio insondable de misericordia. Lo que define a Dios no es el poder, la fuerza, la astucia… como es el caso en las divinidades paganas del Imperio de Roma. Por otra parte, Jesús no habla nunca de un Dios indiferente, distante, desentendido de sus criaturas. Menos aún de un Dios interesado solo por su honor, sus intereses, su Templo o su sábado. En el centro de su experiencia de Dios no nos encontramos con la imagen de un «Dios legislador» que intenta gobernar el mundo por medio de leyes; tampoco con la figura de un «Dios justiciero», irritado y airado ante el pecado de sus hijos.

      Esta es la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos «Dios», es un misterio de misericordia infinita, de compasión sin límites, de bondad y de ofrecimiento continuo de perdón. Su misericordia no es una actividad entre otras: todo su ser consiste en ser compasivo con sus criaturas. De él solo brota amor misericordioso: no se venga de nosotros, no nos guarda rencor, no nos devuelve mal por mal. La misericordia es el ser de Dios, su modo de mirar a sus hijos, lo que mueve y dirige toda su actuación.

      b) La misericordia como principio de actuación

      La experiencia de Dios como misericordia fue lo que llevó a Jesús a introducir en la historia un nuevo principio de actuación para humanizar el mundo. Toda la ordenación religiosa y social del pueblo de Israel arrancaba de una experiencia radical que aparecía formulada así en la tradición bíblica: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Levítico 19,2). El pueblo ha de ser santo como lo es el Dios que habita en el Templo: un Dios que ama a su pueblo elegido y rechaza a los paganos, que tienen prohibida la entrada en su recinto sagrado; un Dios que bendice a quienes observan la Ley y maldice a los pecadores; acoge a los puros y distancia a los impuros. La santidad era considerada la identidad esencial de Dios, el principio para orientar la conducta del pueblo elegido. El ideal era ser santos como Dios es santo.

      Paradójicamente, esta imitación de la santidad de Dios, entendida como separación de lo pagano, lo no santo, lo impuro y contaminante, que estaba pensada para proteger la identidad del pueblo elegido, fue generando de hecho una sociedad discriminatoria y excluyente. Los sacerdotes gozan de un rango de pureza superior al resto del pueblo, pues están al servicio del Dios del Templo, donde habita el Dios santo. Los observantes de la Ley disfrutan de la bendición de Dios, mientras los pecadores son discriminados. Los varones pertenecen a un nivel superior de pureza sobre las mujeres, siempre sospechosas de impureza por su menstruación y por los partos. Los sanos gozan de la predilección de Dios, mientras que los leprosos, los ciegos, los tullidos…, considerados como «castigados» por algún pecado, eran excluidos del acceso al Templo. Esta religión generaba barreras y discriminación.

      Jesús lo captó así y, con una lucidez y audacia sorprendentes, introdujo un principio nuevo: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Es la compasión y no la santidad el principio que ha de inspirar la conducta humana. Dios es grande y santo no porque rechace a paganos, pecadores e impuros, sino porque ama a todos, sin excluir a nadie de su misericordia. Dios no es propiedad de los buenos. Su amor compasivo está abierto a todos: «Él hace salir su sol sobre buenos y malos» (Mateo 5,45). En su corazón hay un proyecto integrador. Dios no excluye, no separa ni excomulga, sino que acoge y abraza. No bendice la discriminación. Busca un mundo acogedor y solidario donde los santos no condenen a los pecadores, los ricos no exploten a los pobres, los poderosos no abusen de los débiles, los varones no dominen a las mujeres. Dios quiere una sociedad donde no pasemos de largo ante los que sufren y donde suprimamos la espiral de la violencia introduciendo el perdón.

      2. Dos advertencias para prohibir dos actitudes contrarias a la compasión (v. 37)

      A partir de su gran llamada a ser compasivos como el Padre, Jesús extrae algunas consecuencias, advirtiéndonos antes que nada de dos actitudes contrarias a una actuación inspirada por la compasión.

      a) «No juzguéis y no seréis juzgados»

      Si queremos tratar a las personas con misericordia, no debemos convertirnos en jueces de nuestros hermanos, para ver si se merecen nuestra compasión o no: hemos de respetarlos siempre. Nuestro criterio para ser compasivos no puede ser juzgar si las personas son dignas o no de acercarnos a ellas con amor compasivo. Hemos de inspirarnos en la misericordia del Padre y, en concreto, en cómo encarna y traduce Jesús en su propia vida esa misericordia, acogiendo a los más necesitados, aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón a los pecadores, defendiendo a las mujeres, abrazando a los pequeños…

      Hemos de distinguir entre la valoración que hacemos de las acciones y el juicio a las personas. Jesús no está exigiendo que lo aprobemos todo, sin discernimiento alguno. Esto sería dañoso para construir un mundo más humano y unas relaciones cada vez más fraternas. Por eso hace enseguida otra llamada.