Daniel Oscar Plenc

Soy Jesús, vida y esperanza


Скачать книгу

fallecimiento prematuro de su padre. Se sentía golpeado y entristecido, necesitado de esperanza. La doctrina de la resurrección le dio aliento, aunque no lograba evitar la idea de que su padre seguía viviendo en alguna parte. Se preguntaba si el alma de su padre no estaba en ese “espíritu” que vuelve a Dios, según lo expresa Salomón (Ecl. 12:7). Comprendió, finalmente, que su padre estaría siempre en la mente de Dios hasta el día de la restauración final y del reencuentro, en el día del regreso de Cristo. El verdadero pan del cielo, Jesucristo, vino para ofrecernos una esperanza tal. Esperanza de vida eterna, en medio de la finitud de cuanto nos rodea.

      Hay otra razón que justifica comer del pan ofrecido por el cielo; este pan puede saciar el alma. “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).

      El hambre y la sed representan necesidades humanas fundamentales. Tanto el hambre como la sed se definen como la gana y la necesidad de comer/beber; como apetito o deseo vehemente de algo. En la conocida pirámide del psicólogo humanista estadounidense Abraham Maslow (1908-1970), las necesidades fisiológicas (alimentación, agua, aire, sueño, abrigo) están en la base. Una vez satisfechas, se puede pensar en las siguientes: seguridad o protección (libertad de peligro, ansiedad y amenaza), aceptación social (afecto, amor, pertenencia y amistad), autoestima (autovalía, éxito, prestigio), conocimiento, estética y autorrealización. Al compararse con el pan, Jesús se ofrece a sí mismo como fuente irreemplazable y fundamental de satisfacción.

      La multitud quería ese pan, pero se negó a recibir a Cristo. Lo mismo podría ocurrirnos si no nos abastecemos del pan vivo. Andaremos hambrientos y sedientos toda la vida. ¡Cuántos han dejado transcurrir el tiempo sin haber encontrado jamás aquello que de verdad sacia! Solo Cristo puede colmar una existencia fragmentada, incompleta y, tal vez, vacía. El pan espiritual es vida eterna; comerlo trae esperanza de eternidad, de trascendencia, de una existencia con sentido verdadero. La invitación de Jesús a comer de ese alimento celestial llega a nosotros, personas necesitadas de esperanza.

       ¿Cómo obtener el pan de vida?

      Juan presenta un equilibrio entre el aspecto objetivo y el subjetivo de la salvación. En el capítulo 6 del Evangelio se expone con claridad la parte divina y la parte humana de todo el proceso. Venir a Cristo es nuestra parte en el plan de salvación; todo lo demás lo ha hecho Dios. En realidad, es todo lo que como seres humanos podemos hacer; pero es también todo lo que necesitamos hacer.

      En segundo lugar, debemos dejar de resistir la atracción de Dios. Siguió diciendo Jesús: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Este es uno de los pasajes más bellos del sermón de Capernaum. Allí, Cristo está diciendo que aunque él rechaza a los que se acercan con intereses egoístas y temporales, acepta a todo aquel que se allega a su presencia con sinceridad de corazón. Algunas cosas son de importancia evidente en la obtención del pan de vida prometido por el Señor, y lo primero es no rechazar la atracción del Padre. Como en otras ocasiones, Juan incluye al “todo”. Todo el que siente la atracción del Padre viene a Cristo. Entonces añadió: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44). Y una vez más: “Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65). La versión Reina-Valera 1995 traduce traer como “atraer”. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan juntos por la salvación de los hombres. El Padre da, o trae, a las personas a Cristo por medio del Espíritu. Nadie se acerca al Señor, sino por obra divina; tampoco, nadie se acerca a Jesús sin ser recibido por él. La promesa impide pensar en el rechazo, porque la negación del Señor es definida. Es posible creer en la aceptación divina, ya que el cumplimiento de la promesa resulta de los pasos precedentes. Al que a mi viene, no le echo fuera dijo Jesús. Este “no”, en su forma original es una negación enfática, equivalente a “nunca”, “bajo ningún concepto”, o “de ninguna manera”. Una certeza tal vuelve más hermosa la promesa y nos invita a creer en su aceptación, porque así lo ha prometido.

      Reciben el pan y el agua de la vida quienes se dejan llevar por la atracción del Espíritu y se acercan a Cristo. El alimento de vida nutre a todo el que se aferre de la promesa de la aceptación del Señor.

      “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día postrero, porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.