la magia es la mayor injusticia de nuestros tiempos. Pero con las modificaciones y enmiendas adecuadas, y una buena estrategia de propaganda, es posible cambiar eso. Juntos podemos crear una sociedad que acepte todas las formas de vida, les permita sacar su mayor potencial y... Su Majestad, ¿me está escuchando? Parece que lo he vuelto a perder.
Una vez más, el rey se había distraído con el zumbido misterioso y los sonidos sibilantes. Sus ojos volvieron a recorrer el despacho, con mayor intensidad ahora, y solo había oído algunas palabras sueltas de lo que madame Weatherberry le había dicho.
—Debo de haberla entendido mal —dijo—. Por un momento, me ha parecido que me estaba sugiriendo que legalizara la magia.
—Pues no, lo ha entendido bien —dijo madame Weatherberry soltando una risita—. Legalizar la magia es exactamente lo que le estoy sugiriendo.
De pronto, Campeón XIV se enderezó en la silla y se aferró a los apoyabrazos. Madame Weatherberry ya tenía toda su atención. No era posible que estuviera sugiriéndole algo tan absurdo.
—¿Quién se ha creído que es usted, mujer? —preguntó el rey con desprecio—. ¡La magia nunca será legalizada!
—En realidad, señor, es muy factible —respondió madame Weatherberry—. Basta con emitir un decreto que despenalice el acto y luego, a su debido tiempo, el estigma que la rodea disminuirá.
—Entonces, ¡no tardaré en despenalizar también los asesinatos y los robos! —anunció el rey—. En el Libro de la Fe, el Señor explica con claridad que la magia es un terrible pecado y, por lo tanto, ¡un delito en este reino! Y si un delito no tuviera consecuencias, ¡viviríamos en el caos absoluto!
—Ahí es donde se equivoca, Su Majestad —dijo—. Verá: la magia no es el delito que el mundo cree que es.
—¡Claro que sí! —objetó—. ¡He presenciado actos de magia para engañar y atormentar a gente inocente! ¡He visto cuerpos de niños masacrados por pociones y hechizos! ¡He visitado aldeas plagadas con maldiciones y maleficios! Así que ¡no se atreva a defender la magia frente a mí, madame! ¡La comunidad mágica nunca recibirá un gramo de empatía o comprensión por parte de este soberano!
Aunque Campeón XIV no podría haber sido más claro en su negativa, madame Weatherberry se sentó más al borde del sofá y le sonrió como si hubieran llegado a un acuerdo.
—Lo que voy a decirle tal vez lo sorprenda, señor, pero estoy completamente de acuerdo con usted.
—¿En serio? —preguntó el rey con sospecha.
—Sí, sí, completamente —repitió madame Weatherberry—. Creo que quienes atormentan a gente inocente deberían ser castigados por sus acciones, y con dureza, me atrevería a añadir. Ahora bien, en su razonamiento hay un error, un único y pequeño error. Y es que las situaciones que usted ha presenciado no fueron causadas por magia, sino por actos de brujería.
El rey frunció el ceño con más fuerza y miró a madame Weatherberry como si estuviera hablando en otro idioma.
—¿Brujería? —preguntó en tono burlón—. Nunca he oído hablar de eso.
—Entonces, permítame que se lo explique —dijo madame Weatherberry—. La brujería es una práctica atroz y destructiva. Nace de un oscuro deseo de engañar y corromper. Solo las personas con un corazón malvado son capaces de practicarla y, créame, merecen cualquier destino imaginable. Sin embargo, la magia es algo completamente distinto. En esencia, es una forma de arte pura y positiva. Su objetivo es ayudar y sanar a aquellos que lo necesitan, y solo nace de quienes tienen bondad en el corazón.
El rey se hundió de nuevo en la silla, con las manos en la cabeza, invadido por la confusión.
—Ay, cielos, me temo que lo he abrumado —dijo madame Weatherberry—. Déjeme simplificárselo: la magia es buena, la magia es buena, la magia es buena. La brujería es mala, la brujería es mala, la brujería...
—No sea condescendiente, mujer, ¡ya la he oído! —dijo el rey, molesto—. ¡Deme un momento para que mi cabeza lo entienda!
Campeón XIV soltó un largo suspiro y se masajeó una sien. Por lo general, le costaba procesar información después de la siesta, pero todo aquello pertenecía a otro nivel. Se cubrió los ojos y se concentró, como si estuviera leyendo un libro con los ojos cerrados.
—Entonces, ¿la magia no es lo mismo que la brujería?
—Correcto —dijo madame Weatherberry asintiendo animada—. No hay que mezclar peras con manzanas.
—¿Y son de naturaleza diferente?
—Polos opuestos, señor.
—Entonces, si no son brujas, ¿cómo se llaman quienes practican la magia?
Madame Weatherberry levantó la cabeza con orgullo.
—Nos llamamos hadas, señor.
—¿Hadas? —preguntó el rey.
—Sí, hadas —repitió—. ¿Entiende ahora mi deseo de aclarar su perspectiva? Al mundo no le preocupan las hadas que practican magia, sino las brujas que cometen actos de brujería. Pero, por desgracia, llevamos siglos metidas en el mismo saco y condenadas como tales. Aunque, por suerte, con mi guía y su influencia, somos más que capaces de corregir la situación.
—Me temo que no estoy de acuerdo —dijo el rey.
—¿Disculpe?
—Un hombre puede robar por avaricia y otro por supervivencia, pero ambos son ladrones: no importa que uno sea de corazón bondadoso.
—Pero, señor, creo haber dejado muy claro que el crimen es la brujería, no la magia.
—Sí, pero ambas se han considerado pecaminosas desde el principio de los tiempos —continuó Campeón XIV—. ¿Sabe lo difícil que es redefinir algo para la sociedad? Tardé décadas en convencer a mi reino de que las patatas no son venenosas, y aun así, ¡la gente las ignora en los mercadillos!
Madame Weatherberry negó con la cabeza, desconcertada.
—¿Está comparando a un grupo de personas inocentes con patatas, señor?
—Entiendo su objetivo, madame, pero el mundo no está preparado. Maldita sea, ¡ni siquiera yo estoy preparado! ¡Si quiere salvar a las hadas de un castigo injusto, le sugiero que les enseñe a mantenerse calladas y a reprimir la urgencia de usar la magia! Eso sería mucho más fácil que convencer a un mundo terco de que cambie sus costumbres.
—¿Reprimir la urgencia? Señor, ¡no puede estar hablando en serio!
—¿Por qué no? La gente normal evita tentaciones a diario.
—Porque usted está dando por sentado que la magia aparece cuando se acciona un interruptor, como si fuera una especie de elección.
—¡Por supuesto que es una elección!
—¡No! ¡Claro! ¡Que! ¡Nooo!
Por primera vez desde que habían empezado a hablar, el agradable temperamento de madame Weatherberry cambió. El destello de una ira que hacía tiempo que tenía controlada atravesó su espíritu alegre, y en su rostro apareció una mirada fría e intimidante. A Campeón le dio la sensación de que estaba frente a una mujer distinta..., una mujer a quien debía temer.
—La magia no es una elección —repitió madame Weatherberry con firmeza—. La ignorancia sí lo es. El odio también. Y la violencia. Pero la mera existencia de alguien nunca se puede elegir y tampoco es un error, y mucho menos un delito. Sería muy inteligente por su parte que se informara.
Campeón estaba demasiado asustado como para decir nada más. Quizá fueran imaginaciones suyas, pero habría jurado que la tormenta se intensificaba a medida que el temperamento de madame Weatherberry cambiaba. Y resultaba evidente que se trataba