que desempeñó hasta el año 1996 y bajo su presidencia se inicia una nueva singladura, que fortalecería el ministerio pedagógico y daría lugar a una organización más sólida del CEEB, que se consolidará en el año 1984 mediante la adquisición de una sede social idónea para la ubicación formal y estable del Centro.
Además de su trabajo administrativo como vicepresidente y presidente de la Junta Directiva durante casi 30 años, D. José M. Martínez también ha sido miembro del Cuerpo Docente enseñando las asignaturas de Hermenéutica, Homilética y Teología Pastoral, cuyas clases y material docente dieron origen a los libros Ministros de Jesucristo (2 vols., Homilética y Pastoral) y posteriormente Hermenéutica Bíblica, ampliamente usados en España y en el continente hispanoamericano, de modo especial en institutos bíblicos y seminarios.
Por todo ello, consideramos necesario reconocer el ministerio que D. José M. Martínez ha desarrollado a lo largo de los años en el CEEB y a favor de la obra evangélica en nuestro país. Una de las cualidades de D. José M. Martínez que siempre nos llamó la atención fue su amplitud de miras, su visión a largo plazo y la necesidad de compartir dones y colaborar con las iglesias y entidades evangélicas siendo consciente que, en muchos aspectos de la obra evangélica, la colaboración es la clave de la solución a ciertas limitaciones que individualmente podamos tener.
Por ello, creímos que dicho reconocimiento no debería ser un acto puntual, sino algo que tuviese continuidad, que vinculara de forma permanente al CEEB y a D. José M. Martínez y que incorporase dicha amplitud de miras y visión de futuro. Con estas ideas en mente pensamos en publicar una serie de libros de temática bíblica y teológica, libros de reconocida valía en ámbitos evangélicos internacionales y ponerlos a disposición del pueblo evangélico bajo el título genérico “Biblioteca José M. Martínez”.
Esta Biblioteca José M. Martínez, estará formada por títulos relacionados con la Teología Sistemática, escritos por autores de reconocido prestigio en el ámbito evangélico. Estos títulos combinan los principios y verdades bíblicas con la cultura contemporánea, proporcionando un excelente recurso para predicadores, maestros y para todos aquellos que desean crecer espiritualmente.
El que esta Biblioteca lleve el nombre de José M. Martínez, no quiere decir que él personalmente esté de acuerdo con todos y cada uno de los planteamientos que los autores puedan exponer. Lo que sí podemos afirmar es la coincidencia en la perspectiva evangélica que domina toda la colección y la metodología, que aplica y contextualiza las doctrinas estudiadas a nuestras necesidades y desafíos contemporáneos.
Por tanto, es nuestro deseo y oración que el Señor use esta Biblioteca para que el pueblo evangélico pueda seguir creciendo en la gracia y en el conocimiento que es en Cristo Jesús, siendo un apéndice del ministerio docente de D. José M. Martínez, quien ha recomendado personalmente esta colección, y que sea de gran estímulo y ayuda para la formación de nuevas generaciones de creyentes, al igual que su ministerio pastoral y su labor pedagógica lo han sido para varias generaciones de siervos de Dios que nos han precedido.
Soli Deo Gloria.
Por la Asamblea General del CEEB y su Junta Directiva
Pedro J. Pérez
Vice-Presidente y Decano académico del CEEB
Prefacio
Por diversos motivos he tardado un tiempo desmesuradamente largo en escribir este libro. En realidad, que haya llegado a este punto resulta casi milagroso. Durante los últimos diez años lo he retomado, abandonado y reanudado más veces de las que puedo recordar.
La otra parte de mi excusa es que soy teólogo y, por consiguiente, por definición, un generalista. Mi labor no consiste en ser experto en ningún campo concreto, sino en tener en cuenta los acontecimientos importantes en una amplia gama de disciplinas, e intentar reunirlas para formar una unidad coherente. El trabajo constante de los especialistas académicos es indispensable para los teólogos, pero tenemos que esperar a que sus descubrimientos se prueben antes de poder usarlos como fundamento. El debate actual sobre las relaciones entre Pablo y el judaísmo, y entre Jesús y el ebionismo son poco relevantes para la cristología. Centrarse en la relación entre Jesús y el Espíritu Santo resulta más prometedor, siempre que no se acabe perdiendo en el adopcionismo.
¿Qué mayor privilegio puede tener un hombre que disfrutar de la oportunidad de escribir sobre un tema como la Persona de Cristo? Ruego a Dios que aporte honra a su Nombre.
Donald Macleod
Introducción
Este libro no es una afirmación académica aislada. Está escrito en el interior de la comunidad cristiana, por un miembro de ésta y para su beneficio. Como tal, refleja mi creencia personal de que el evangelio nos permite acceder al verdadero Jesús. También refleja mi creencia de que los grandes credos, lejos de traicionar los Evangelios, sintetizan fielmente su intención central de presentar a Jesús como el Hijo encarnado de Dios.
Sin embargo, resulta fácil simpatizar con el escepticismo, contemporáneo o no. Las afirmaciones que formuló la iglesia primitiva (y, desde mi punto de vista, el propio Cristo) son asombrosas e incluso ofensivas. En numerosos momentos exigen una revisión radical de nuestras creencias intuitivas sobre Dios. Aunque personalmente he trascendido ya la duda e incluso la incertidumbre, espero no haber olvidado cómo piensan los no cristianos y, en cada etapa del argumento, he asumido que están mirando por encima de mi hombro y poniendo en tela de juicio mis conclusiones. Muchos de aquellos con los que discrepo profundamente han enriquecido mi vida al exponerme nuevas preguntas y ofrecerme nuevos programas.
No existe un enfoque obligatorio a la cristología y, en determinados momentos, me he visto obligado a tomar decisiones metodológicas que se pueden criticar fácilmente.
La más evidente es que, en contra de la corriente contemporánea, he optado por una «cristología desde arriba». Esto no quiere decir que no me tome en serio la humanidad de Cristo. Me la tomo muy en serio; algunos incluso pensarán que demasiado. Pero si hubiera optado por una cristología desde abajo, hubiera incurrido en un fingimiento. No parto desde abajo, sino desde la fe, convencido antes de poner la pluma sobre el papel (o el dedo sobre la tecla) de que Jesucristo es el Hijo eterno de Dios. Considero que ése es también el punto de partida de los Evangelios. En la época en que fueron escritos, Cristo ya estaba «arriba», y ese hecho determinó la selección, la disposición y la exposición de los materiales. Prima facie, este enfoque parece adolecer de una gran tendenciosidad. No obstante, no es más tendencioso que el que insiste en que debemos tratar a Cristo como «un hombre normal y corriente», y el Evangelio como si fuera literatura ordinaria.
Una parte sustancial de este estudio es histórica, y aborda las preguntas suscitadas y las respuestas ofrecidas por el pensamiento cristiano desde Tertuliano hasta Barth (si este último me disculpa que le haya emparejado con el padre norteafricano), y de Práxeas a Edward Irving. Durante el curso de estas exposiciones se formuló la mayoría de preguntas posibles (y quizá algunas imposibles), y se propuso la mayor parte de respuestas posibles. Quedan pocas preguntas nuevas y menos respuestas novedosas.
No podemos contentarnos jamás con la repetición -como los loros- de las definiciones del pasado. Sin embargo, sería presuntuoso hablar antes de haber escuchado a los padres. Los hombres como Atanasio y Agustín, Basilio y Calvino, son los Newtons y los Einsteins de la Teología. En comparación, nosotros somos pigmeos. Nuestra única esperanza para ver más lejos consiste en encaramarnos en los hombros de los gigantes.
Esta aproximación histórica explica algunas de las peculiaridades de este libro. Por ejemplo, aborda la historia de Jesús tras dedicar tres capítulos al material neotestamentario básico. Mi motivo para hacer esto es que el debate sobre el Jesús histórico comenzó en un momento relativamente tardío en la historia del pensamiento cristiano. Aparte, su interés fundamental radicaba en desafiar la autenticidad del material evangélico tocante a la deidad de Cristo. En concreto, desafiaba (y sigue haciéndolo) la conclusión que intento establecer en