Jairo Humberto Agudelo Castañeda

Empatías urbanas y geosemiótica


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la construcción social y cultural de la vivencia, sostenida por sus estructuras simbólicas.

      La cualidad fundamental de los espacios de representación, además de reconocer al habitante como actor principal, es la de instaurarse como un sistema simbólico que se gesta en la relación del habitante con el espacio, desde múltiples disciplinas. Estos espacios son definitivos en el devenir histórico y en la consolidación de la dimensión simbólica de una comunidad. En este punto, se encuentra la esencia del habitar, aquella que define el sentido de lo urbano.

      Esta ventana conceptual, que permite a Delgado ver en la obra de Lefebvre la rivalidad entre las semióticas establecidas, enseñadas, heredadas, y las semióticas emergentes, que aseguran la vitalidad de lo urbano, se explica en los siguientes términos:

      En los espacios de representación puede encontrar uno expresiones de sumisión a códigos impuestos desde los poderes, pero también las expresiones del lado clandestino o subterráneo de la vida social. Es el espacio cualitativo de los sometimientos a las representaciones dominantes del espacio, pero también en el que beben y se inspiran las deserciones y desobediencias. (Delgado, 2013, p. 2)

      En el espacio, es claro cómo se enfrentan los signos de representación simbólica y los signos emergentes elaborados por el habitante, mediante la vivencia cotidiana de lo urbano. Por eso, es común la aparición de sistemas sociales en sectores degradados o deteriorados en su aspecto físico y funcional, en donde es fácil apreciar estructuras simbólicas emergentes, producto de la apropiación física y social del espacio, y en donde la migración urbana, la gentrificación, la movilidad funcional y social, la migración virtual de códigos culturales causan emergencias simbólicas en territorios urbanos ahora resignificados e interconectados.

      Esta dimensión del espacio es el objeto de esta investigación; cuestión que implica el estudio de los fenómenos de representación y la lectura semiótica del espacio, a partir de la cual se desarrollan empatías urbanas y sociales, que proponen la estructuración del hábitat urbano como un sistema semiótico complejo. Es protagonista el espacio donde la apropiación físico-semiótica emergente reinterpreta y recrea los códigos semióticos diseñados, pero que, con el tiempo, acumula símbolos propios que lo hacen valioso a nivel cultural y social, porque representa la historia de una comunidad, a medida que sus integrantes se identifican.

      Este espacio funda “la ciudad reconstruida semiológicamente, terreno fértil para la subjetividad, para la creación de sentido, para la configuración de lugares, entendidos como las apropiaciones del espacio en el tiempo: la ciudad sujeto” (Cenci, 2013, p. 95). En ella, se establece una forma de reconocer la dimensión trascendente de la vida urbana y cómo es el alimento de la historia, porque la sedimentación semiótica, como la define Cenci (2013), es la verdadera riqueza de los lugares urbanos.

      En la actualidad, las redes sociales y el espacio virtual tienden a deslegitimizar las relaciones sociales en el espacio físico y sirven como modelo en la construcción de escenarios que pretenden una realidad ficticia o una hiperrealidad, definida en La época neobarroca, de Calabrese (1999). También sería el espacio sobreexpuesto de Virilio (2009):

      Donde una vez la polis inauguró un teatro político, con su ágora y su fórum, ahora sólo hay una pantalla de rayos catódicos, donde las sombras y los espectros de un baile comunitario se mezclan con sus procesos de desaparición, donde el cinematismo transmite la última aparición del urbanismo, la última imagen de un urbanismo sin urbanidad. Allí es donde el tacto y el contacto dan lugar al impacto televisual. (p. 8)

      El problema es la aparición de un urbanismo sin lo urbano, aquel componente que define Delgado (2013). Por otra parte, además de esta proliferación neobarroca, extremo de la proyección ideal y utópica de lo moderno, está la heterotopía, que Foucault (2008) define así:

      Pues bien, yo sueño con una ciencia —y sí, digo una ciencia— cuyo objeto serían esos espacios diferentes, esos otros lugares, esas impugnaciones míticas y reales del espacio en el que vivimos. Esa ciencia no estudiaría las utopías —puesto que hay que reservar ese nombre a aquello que verdaderamente carece de todo lugar— sino las heterotopías, los espacios absolutamente otros. Y, necesariamente, la ciencia en cuestión se llamaría, ya se llama, la heterotopología. Pues bien, hay que dar los primeros rudimentos de esta ciencia cuyo alumbramiento está aconteciendo. (p. 42)

      Estos espacios, donde la realidad de una sociedad se presenta de forma única y extrema, son fruto de su historia más íntima, así como de su manera de entender y representar la vida. En medio de estas miradas extremas entre lo hiperreal y lo heterotópico, Michel de Certeau (2000) deja clara la importancia de la pequeña escala del espacio y del tiempo. En La invención de lo cotidiano, propone la búsqueda de respuestas en las pequeñas escalas, desde los microdiscursos, contenidos en lo cotidiano, al igual que Jane Jacobs (2011), cuando busca un lugar más humano en medio de ambos extremos, donde se pretende una resignificación de la vivencia urbana del espacio cotidiano para hacerlo más real y, al mismo tiempo, más simbólico y trascendente. Es una mirada a la revitalización de lo cotidiano.

      Encontrar maneras para que la ciudad recobre valor o, mejor, recobre sentido, es una preocupación de diversas disciplinas. Construir con los espacios urbanos un vínculo más trascendente y valioso es una inquietud de Juan Carlos Pérgolis (2005), cuando afirma que la imagen urbana “no pertenece a la ciudad sino a sus habitantes, ya que es el modo como los ciudadanos la representan en su mente; por eso, la imagen identifica a la ciudad, no por como es, sino por cómo es vista” (p. 7). El habitante se reconoce en lo urbano, la ciudad es su representación y, mediante dicha representación, él se lee y se reconoce como algo real. Frente a la nueva imagen global de lo urbano, gracias a las tecnologías de comunicación física y virtual:

      Es importante una lectura inteligente, capaz no sólo de comprender que cualquier decisión espacial de un grupo social actúa sobre su paisaje vivencial, transformándolo y recreándolo, sino que también los resultados de estas acciones van a tener una incidencia directa sobre la calidad de vida de las personas. Por ello sustentar cualquier intervención en el territorio sobre una buena lectura de los componentes presentes en la configuración del paisaje parece una tarea fundamental. (Delgado y García, 2009, s. p.)

      La competencia por la apropiación del espacio se pierde cuando su dimensión simbólica se produce desde el diseño o la concepción del urbanista y el espacio se carga de un discurso semiótico que el habitante debe asumir y nunca desvirtuar o contradecir. Cuando los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, decidieron que la plaza principal de su universidad debía representarlos, desterraron el busto del prócer de la patria Santander y pintaron la imagen del Che Guevara en la fachada del Auditorio León de Greiff. En términos políticos y sociales, el discurso de este fenómeno es importante; sin embargo, lo que interesa en esta investigación es el fenómeno de la sustitución físico-semiótica de un espacio en el que ellos buscaron ser representados.

      Diferente es el caso de Detroit, donde los discursos semióticos de la ciudad moderna se deterioraron con la urbe. Ya en ruinas, fue apropiada por otro tipo de ciudadano, más consciente del valor de lo social y de lo ecológico. Ahora, la ciudad resurge con lentitud de su ruina física y simbólica, a medida que diseña otra imagen de sí, gracias a las formas de vida de sus nuevos habitantes.

      Estos dos lugares mencionados, donde el espacio representa la realidad, están construidos por otras personas, pero fueron apropiados por sus habitantes para ser reconstruidos y resignificados. Allí, lo simbólico no es ficción, sino la verdadera realización de la comunidad. Desde esta perspectiva, la intimidad de cualquier rincón cotidiano guarda la semilla de una heterotopía y la transformación físico-simbólica es el resultado de dinámicas sociales cotidianas. Los microdiscursos semióticos emergentes se enfrentan con los macrodiscursos impuestos, heredados o preestablecidos. Otros casos como Castro, Checa o Chapinero transformaron, de forma orgánica, su dimensión simbólica y forjaron identidades