Graciela Schnitzer

Invenciones de la sexuación


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la libido, el color del Uno del goce, el color del Uno sin Otro, el color de la libido que el propio Lacan había definido “[…] en lo más íntimo de su naturaleza” como “color-de-vacío: suspendido en la luz de una hiancia?” (6) Porque es en la posición singular ante este color de vacío donde hay que escuchar hoy, las invenciones en la sexuación del sujeto contemporáneo.

      Sin duda, el lector atento sabrá encontrar los reflejos y las iridiscencias de este color de la libido en la diversidad de invenciones —en la clínica, pero también en la literatura o en el cine— que le esperan en las siguientes páginas.

       Julio de 2021

      1- Lacan. J., Le Séminaire, R.S.I. Ornicar? nº 3, Lyse, París 1975, p. 47-49.

      2- Ibíd.

      3- Llamadas así por Lacan mismo en su seminario del 9 de abril de 1974, dedicado aquel año a Les non-dupes-errent, Los nombres del padre — Los no incautos erran.

      4- Lacan, J., Seminario Le non-dupes-errent (197٣-74), inédito.

      5- Lacan, J., El Seminario, Libro 23. El sinthome, Paidós, Bs. As., 2006, p. 114.

      6- Lacan, J., «Del ‘Trieb’ de Freud y del deseo del analista». Escritos, Siglo XXI, México 1984, p. 830.

      *- Clase del 6 de abril de 2020

      Buenas tardes, noches a todos! Y bienvenidos a nuestra modalidad por Zoom.

      Tomamos la decisión de seguir adelante, como siempre.

      Así nuestra primera clase de este año, en el que, como todos los años, me acompañan Blanca Sánchez y Pablo Russo, comenzamos prontamente, apenas unos días después del comienzo de la cuarentena a la que nos obliga esta pandemia, y todavía en el instante de ver, hemos decidido continuar.

      Daremos, como habíamos planificado, nuestro Seminario Invenciones en la sexuación, título que tiene una impronta en la intensión pero que también nos permitirá la extensión.

      No será, por ahora, en nuestra querida sede de la EOL y del ICdeBA.

      Pero entonces dictaremos nuestras clases por Zoom.

      Ha primado el deseo de continuar. Agradezco especialmente a Santiago Hormanstorfer y a Graciela Schnitzer, que han resuelto los inconvenientes técnicos con tanta rapidez y eficacia, estando a la altura de este tiempo que nos toca vivir. Por ahora será por Zoom.

      Todavía no sabemos cómo seguiremos, pero si sabemos que vamos a continuar.

      Saludo así a todos los colegas que nos acompañan, donde quiera que estén…

      No vamos a dar el brazo a torcer en nuestro deseo, seguimos la Orientación Lacaniana, que nos guía por este camino.

      Sin más, comienzo con nuestro curso de este año. La palabra invención no podría ser más exacta, invenciones en la sexuación, como cada ser hablante desee poder hacer ante el “no hay relación sexual”.

      Ahora nos toca el desafío de saber hacer con esta contingencia inesperada.

      También es inventar.

      Como ustedes saben, cada año al empezar el curso, suelo evocar mis lecturas, mis “experiencias” cinéfilas y todo lo que le dé una apertura a lo que desarrollaremos durante el año.

      Este año hablaré de una película que me evocó un clásico de mi infancia. Bueno, podría decir un clásico a secas, si no fuera porque el título Little women (1868) lo hizo para mujeres: para “niñas” o adolescentes; o quizás no sea solo el título. Y aún, están en discusión los expertos sobre si es o no un clásico.

      Mujercitas es un libro que divide aguas: para algunos, es un antecedente del feminismo en el siglo XIX, ya que se atrevió a pintar a las niñas y futuras mujercitas de un modo diferente y arriesgado. Sobre todo, al tomar como protagonista a Jo March, con la cual nos identificábamos casi todas las niñas que leíamos y queríamos estudiar y escribir (por muchas generaciones y en infinidad de lenguas y culturas), una heroína que quería otra cosa que ser linda, casarse, tener hijos y dedicarse a “sus labores”, como dicen los españoles. Una chica que tenía sus propias ambiciones: escribir y sustentarse con su trabajo.

      Así como Hemingway afirmaba que toda la literatura estadounidense (escrita por hombres, por cierto) derivaba de Tom Sawyer y Huckleberry Finn de Mark Twain, podríamos decir, que Little women es un antecedente de toda la literatura femenina, de todas las escritoras mujeres. Muchas han dicho: “Yo soy Jo March” y es, sin dudas, la que todas queríamos ser.

      Escritoras famosas han reconocido la influencia de Mujercitas en su literatura. J. K. Rowling, la autora de Harry Potter, pensó que había encontrado a alguien que se parecía a ella y que tenía ¡su mismo apodo!

      En Argentina, hay un libro de Adriana Lanzi, que no pude conseguir, y que se llama La influencia de Mujercitas en la Argentina.

      Carson McCullers, una escritora de culto para todos los que amamos la literatura, la tenía entre sus favoritas.

      Simone de Beauvoir dijo que se identificaba con Jo (la leyó cuando tenía 10 años): “Sentía una identificación muy fuerte con Jo, la intelectual […] me decía que yo era como ella y que también algún día, iba a encontrar mi lugar”.

      Recientemente, en la tetralogía de Elena Ferrante, sobre dos mujeres en Nápoles, las protagonistas se obsesionan con el libro y sus protagonistas (La amiga estupenda).

      Y Anne Boyd llega a compararla con las cuatro protagonistas de Sex and the city.

      Katherine Mansfield reconoce su temprana inspiración en el personaje de Jo.

      Sin embargo, pese a todo esto, los críticos literarios y los educadores que programan las lecturas en los colegios, no logran ponerse de acuerdo al respecto. ¿Es un retrato realista de una familia de Nueva Inglaterra durante los años de la Guerra Civil? o ¿es la historia de la rebeldía y la resistencia de una joven a las restricciones de su época? En una palabra: ¿es innovadora y feminista o tradicionalista y conservadora? En 150 años no han podido ponerse de acuerdo.

      Hay siete películas que llevaron la historia al cine. He visto cuatro. La de 1933, dirigida por George Cukor, una joya del cine que hizo sobresalir a una joven, Katherine Hepburn, que se había identificado desde chica con Jo y se cortaba el pelo como un muchacho. George Cukor llevó el personaje al extremo de su masculinidad, ella no quería ser una chica.

      La versión de LeRoy de 1949 es la primera en technicolor. Elizabeth Taylor tenía el papel de Amy, la bella. También la he visto; es inferior al libro y a la película de Cukor.

      Se han hecho innumerables versiones para teatro, televisión y también, varias óperas, una de las cuales parece ser la que más fiel es al libro,