años, tal como Jane Austen lo había hecho cien años antes (1775-1817). También ha sido comparado con Madame Bovary (1856).
La última versión de Greta Gerwig, (3) que me llevó a releer Mujercitas y a toda esta investigación, es una versión excelente y, a mi gusto, la única que verdaderamente no traiciona el espíritu de Louisa May Alcott, su autora, puesto que introduce en el relato datos que conoce por la biografía de la autora. Por ejemplo, que el editor le dice que las heroínas de sus novelas solo podían tener dos destinos posibles, casarse o morir…
En esta última versión, la directora encuentra una solución al problema al que Louisa May Alcott tuvo que sucumbir. Proponiendo a la vez, dos finales.
La autora no casa a Jo con su amigo Laurie, tal como todas las lectoras esperaban ‒una especie de encantador alter ego masculino, en la línea de lo que hoy llamamos “una nueva virilidad”. Pero finalmente, le encuentra un profesor, no tan apuesto, ni tan joven, y la hace renunciar a la escritura para armar una escuela y enseñar.
Pero Gerwig no se resigna y nos da un final alternativo para Jo. Nos muestra a la vez, los dos finales; uno como escritora exitosa y el otro, como lo dice el libro, casada y profesora. El primero fue el de la propia Louisa.
La verdad es que la vida de Alcott fue mucho más dura que lo que muestra la novela.
El padre, ausente en las dos partes de la novela –se publicó en dos partes la primera edición‒ no es un héroe de guerra en la vida real. Es un padre irresponsable y fanático hasta extremos de hacer pasar hambre y frío a su mujer y a sus cuatro hijas, quienes sobrevivieron. Por sus principios, no las dejaba comer casi nada y tampoco abrigarse (con nada que derivara de animales). Se vestían con lino en pleno invierno.
Así, las hijas mayores tuvieron que trabajar como institutrices desde muy jóvenes y no pudieron terminar sus estudios. Y la madre y la propia Alcott, tuvieron que trabajar limpiando casas, en los días de mayor pobreza. Así, para ella, por mucho que amara la literatura, triunfar era una cuestión de vida o muerte (Beth-Lizzie muere, y no precisamente de escarlatina, parece). Por lo tanto, tuvo que consentir a su editor. Tenía que mantener a la familia. En esos tiempos, las mujercitas tenían que casarse o morir. En la película, se cuentan las dos partes de Mujercitas al mismo tiempo, es una lectura après coup; y es Louisa ‒y no su hermana Amy‒ la que salva a la familia de la pobreza.
En la novela, Amy se casa con Laurie, el joven con dinero que fuera pretendiente de Jo.
En la realidad, Louisa tuvo éxito y fue muy famosa en su tiempo, con lo que pudo mantener a su madre y a sus dos hermanas y hasta los hijos de ambas. Ella misma nunca se casó ni parece haber consentido a ninguno de sus tardíos pretendientes.
Muchas generaciones leímos Mujercitas. Estaba en la colección Robin Hood, que leí casi por entero, incluyendo los libros que eran para “varones”; mi novela más amada era La niña de los cuentos y estaba escrita por un hombre.
L. M. Alcott escribió y publicó varios libros más: Hombrecitos, Los muchachos de Jo, Ocho primos, Una niña anticuada.
Son pocos los hombres que la leyeron, aunque nosotras leíamos a Tom Sawyer, todas las novelas de Mark Twain y también, la serie de Bomba, Sandokán y otros.
Fue una sorpresa que un psicoanalista (hombre) escribiera sobre la película y otro me contara que había leído el libro y, finalmente, viera la película, no sin la influencia de mis comentarios en Facebook.
Es increíble que 152 años después, y en plena revolución de las “pibas” y con el me too como bandera, la directora mujer de la última versión estuviera tan condenada por la academia de Hollywood como lo estuvo L. M. Alcott hace un siglo y medio por su editor. La película estuvo nominada a los Oscars, pero no su directora. Y de las muchas nominaciones que recibió el increíble trabajo de investigación de Greta Gerwig, solo ganó en el rubro vestuarios. ¡Una vez más, directamente, mandaron a esas primeras pibas de hace 150 años, a coser!
Si tengo que tomar partido, diría que Little women o Mujercitas es un antecedente decidido del feminismo.
Aunque muchas queríamos tener la inteligencia de Jo y la belleza de Amy…
*- Publicado en Lecturas on-line Enlaces N°26, 2020, en línea: https://www.revistaenlaces.com.ar/wp-content/uploads/E26-10-monica-torres-las-primeras-pibas.pdf.
1- Alcott, L. M., Mujercitas, Plaza & Janes, Barcelona, 2019.
2- Boyd Rioux, A., El legado de Mujercitas. Construcción de un clásico en disputa. Ampersand, Bs. As., 2018.
3- Mujercitas (2019), Grega Gerwig, Estados Unidos.
Cuerpo de Baile BLANCA SÁNCHEZ
Poner la invención en lugar de la certeza,
tal sería la orientación que ofrece
la clínica psicoanalítica lacaniana.
F. Ansermet
“Chase Jonhsey: un varón ballerina”. Así titula el diario Los tiempos (1) una noticia conmovedora para el mundo de la danza. Chase, a sus 32 años, logró que la directora del English National Ballet, la española Tamara Rojo, lo incorpore al cuerpo de baile femenino, logrando que pueda mezclarse con el elenco y no fuera posible identificarlo, cumpliendo así con una de las características del ballet clásico que es que todos los cuerpos sean semejantes. Participó como dama de la corte del tradicional ballet La bella durmiente, con música de Tchaicovsky.
Que fuera primera bailarina hubiera sido ya demasiado, aunque como veremos, Chase ha conseguido serlo. La decisión de la directora del ballet estuvo inducida por la idea de “reflejar el mundo en el que vivimos. En nuestra compañía hay distintas razas y creencias, y esto es solo otro aspecto de la visión”. Sostiene que si bien es una innovación que se ha producido en otras manifestaciones artísticas, ha llegado más tarde al ballet por el hecho de que “en el ballet el cuerpo es todo”, tal como se lee en la nota del diario La Nación titulada “Chase Johnsey es hombre, pero quiere ser primera bailarina”. (2)
Es una situación inédita para la danza clásica pues, si bien poco a poco va perdiendo su rigidez sobre todo en lo que se ha dado en llamar el neoclásico, el ballet clásico como tal se caracteriza por tener muy bien definidos los roles masculinos y femeninos, desde los vestuarios hasta las tan conocidas zapatillas de puntas y las coreografías dedicadas a cada uno de los géneros. Sabemos que mientras los hombres realizan grandes saltos y numerosos giros (imposible dejar de evocar aquí al inolvidable Baryshnicov y a nuestro Julio Bocca, así como también al bailarín mejicano Isaac Hernández considerado actualmente uno de los mejores bailarines del mundo) ellas bailan delicadamente sobre sus zapatillas de puntas, hacen equilibrios increíbles, y si bien coinciden con ellos en la gran cantidad de giros, se lucen levantando las piernas a una altura difícil de imaginar.
Chase se define como de género fluído y si bien usa para sí mismo el pronombre masculino, se ha sometido a cirugías para afeminar los rasgos de su cara. Está casado con otro hombre y baila desde muy joven. Ganó el Premio Nacional de Danzas del Reino Unido al mejor bailarín por su desempeño en The Trocks, diminutivo con el que se nombra al Ballet Trocadero de Monte Carlo, un ballet íntegramente compuesto por hombres que bailan tanto los roles masculinos como los femeninos, siempre con un toque de comicidad. Allí fue aclamado por su esplendor y su delicadeza al bailar. Sin embargo, renunció al Trocadero con un escándalo mediático por el cual acusaba al ballet de haberlo discriminado por bailar de un modo demasiado femenino. Por supuesto, los