de término, lo cual rectifica debido a una experiencia con un paciente a quien, al no avanzar, le pone fecha de término, y sus “resistencias se quebraron” y empieza a procesar recuerdos que ayudan a comprender su “neurosis temprana” (Freud, 1989o, p.220). Recomienda que se debe utilizar este recurso de la determinación del tiempo con cierto tacto. En esta puntualización determina lo deseable del proceso analítico con este paciente, a saber: “Se logró devolverle la autonomía, despertar su interés por la vida, poner en orden sus vínculos con las personas más importantes para él” (Freud, 1989o, p.220).
También llama la atención que en los dos primeros apartados de este trabajo, menciona dos salidas del proceso analítico: una, porque el paciente evidencia el cese de los síntomas, angustias, inhibiciones o el analista ve que el influjo de lo inconsciente es ahora consciente, de modo que el escotoma de la resistencia es admisible que no aparezca; dos, que se ha eliminado la perturbación neurótica y no se ha sustituido por ninguna otra que deforme las funciones del yo inicialmente traumatizado. Finalmente, se auto interroga si se puede aspirar a una tercera meta entendida como normalidad absoluta.
Del apartado tres de Análisis terminable e interminable, en adelante, Freud (1989o) hace una revisión autocrítica de las tres metas, antes descritas. Por lo que invita a pensar no solo qué ayuda sino qué obstruye el proceso psicoanalítico. Al respecto plantea que hay tres influjos en el padecimiento neurótico con el cual se enfrenta el dispositivo psicoanalítico: el primero son los influjos traumáticos vivenciados en la niñez o por retos propios en el desarrollo como la pubertad, la menopausia, etcétera. Para este obstáculo, la rectificación con posterioridad que se hace en análisis permite que el yo maduro y fortalecido revise las represiones primarias. Esto disminuye el hiperpoder de lo cuántico pulsional. Si esto no se realiza, entonces quizá no habrá diferencia entre el analizado y el sujeto no analizado.
El segundo influjo es la intensidad constitucional de las pulsiones. Reconoce que la pulsión no dejará de pulsar, el tema será si es domeñada o asimilada por el yo. Esta tramitación depende en el proceso analítico de la fuerza pulsional y la robustez del yo. La expectativa del tratamiento es armonizar el influjo pulsional con las aspiraciones del yo y la capacidad de no dejar el camino hacia la satisfacción. Y el tercero es trabajar con las alteraciones del yo.
Del segundo tema, sobre todo discute el influjo pulsional sobre el yo. No se detalla aquí todo lo que ahí explica, pues dados los objetivos de este libro, solo es importante mencionar el valor que conduce su propuesta teórica a saber: la honestidad intelectual. Ya que a pesar de que se esfuerza por dar razón fundada de su práctica clínica en conceptos teóricos y metapsicológico, propone lo teórico queda supeditado al emergente de la práctica; la diferencia de un caso es admisible para cuestionar la “bruja teoría”.
Al someter estos ideales teóricos con la práctica, Freud asume que los alcances supuestos entre un analizado y no analizado no son del todo como se supone, ya que hay ciertos “fenómenos residuales” que escapan al intento de explicación intelectual que pretende ordenar el caos del mundo con sus leyes universales. Esta consideración lo lleva a matizar algunos de los conceptos; por ejemplo, a propósito de la configuración del yo y las etapas de erogenización, advierte que las fases libidinales no son desplazadas por las nuevas sino que conviven fragmentos de una y otras. Aún en la fase fálico genital hay emergencia de las fijaciones libidinales anteriores. El yo, por otro lado, tramitará las mociones pulsionales de manera parcial y los mecanismos infantiles se ejecutarán en tanto que no se puede llegar a analizar del todo ciertos núcleos representacionales reprimidos. Y sobre la aceptación teórica de que la tramitación de las representaciones disminuye la fuerza pulsional, reconoce que en la práctica no es así del todo, ya que el yo no gobierna completamente las mociones pulsionales. También declara que el yo normal es una ficción teórica, mientras que lo anormal no es ficcional. En el yo “normal” se constatan una serie de fragmentos psicóticos, así como diversas alteraciones del yo.
La razón de esta rectificación se basa en ciertos matices que hace respecto a lo dicho en el primer apartado de este capítulo sobre el desarrollo iterativo del yo. Expone que, desde su génesis, el yo trata de equilibrar las mociones internas para no tener conflictos con la educación y las demandas externas. Posteriormente, el yo desarrolla mecanismos de defensa para evitar el peligro, la angustia, el displacer e inhibir todo asunto que le altere. De modo que esta función del yo se vuelve una defensa que busca impedir que siga adelante el proceso analítico. A partir de esta reflexión, infiere que en el trabajo analítico de lo que se trata es de analizar las defensas que, si bien ayudaron en la constitución del yo, actúan muchas veces patológicamente (léase no acordes a fines y al contexto o usadas tróficamente) organizadas alrededor de peligros ya inexistentes. Así, en el dispositivo analítico, las metas de hacer consciente lo inconsciente —sea en el análisis de fragmentos del yo o del ello— mediante la interpretación y construcciones, no servirá de mucho al analizado si no tramita las resistencias y los mecanismos de defensa. Pues el aparato psíquico, dada su función de evitar el dolor y mantener el placer, puede desestimar la percepción y dejar al yo alienado en el imperio del ello.
Del mismo modo, el yo tiende a conservar el sentimiento de sí y pugna por defenderse de cualquier amenaza que altere el principio del placer. Estas tendencias del aparato psíquico, así como los mecanismos de defensa pueden hacer de obstáculo al proceso analítico. Un elemento más, que justifica el porqué de la importancia de analizar las resistencias y las defensas, es que la alianza, en la cual reposaba el tratamiento, también queda en entredicho, dado que toma preminencia la trasferencia negativa con tal de proteger la “alteración del yo”.
En este análisis terminable e interminable considera que, para el avance del proceso analítico, entra en juego no solo la configuración yoica del paciente sino también la peculiaridad del analista; tanto los aprendizajes basados en aciertos y errores de su práctica, así como sus defectos. Estas y otras variables del dispositivo mismo pueden jugar de resistencia. Y en contra de quienes critican que el analista tiene estas limitaciones, responde que no se busca una perfección de él; pues sigue siendo un humano como cualquiera. Fundamenta esto con una analogía: el médico quien, por saber curar, no significa que no padezca enfermedad.
Dada la labilidad aceptada del analista, advierte la importancia de la formación y del análisis didáctico, así como la re–actualización del propio análisis después de cada cinco años. En el caso del análisis del analista, el fin del análisis se vuelve un tema más que teórico, práctico. (5) Un principio ético que expresa a la letra es “que el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es decir, en el reconocimiento de la realidad objetiva, y excluye toda ilusión y todo engaño” (Freud, 1989m, p.249). (6) También advierte en contra de experimentos profilácticos que estos pueden afectar negativamente e innecesariamente la vida familiar o laboral del analizado. Además de que sería un montaje artificial dentro del vínculo trasferencial generando oposición al análisis y al analista. (7)
Después de esta autocrítica que hace de los ideales teóricos insertos en la propuesta analítica, termina por hacer formulaciones simples y modestas tanto respecto a la meta del psicoanálisis, como de la formación y al quehacer del analista. Sobre el primer punto, advierte que la meta se dará por bien lograda si genera condiciones psicológicas favorables para el funcionamiento yoico; sobre la segunda, propone una formación donde el supervisor pueda dar fe de la aptitud del candidato y, sobre el quehacer del analista, expresa que es suficiente si centra su trabajo en el análisis de los deseos, las resistencias y las defensas.
Concluyendo, la narrativa de Freud propone un humano dividido en sus procesos identificatorios, así como un yo jaloneado por fuerzas pulsionales y por demandas de la realidad e imperativos sociales. En donde las vivencias traumáticas, las fallas de la mediación del yo ante las demandas de sus tres amos, producen síntomas, resistencias y defensas. Estas salidas que inicialmente ayudan al yo, al paso del tiempo se esclerotizan por su inadecuación. El análisis aparece como un recurso que posibilita tramitar este humano fracturado. Los ideales teóricos de la práctica son diversos, el proceso de análisis bajo su dispositivo aparece como ayudante espacial y contextual. Mientras que el analista, como modelo de abstinencia de su práctica, está ahí para posibilitar con su escucha