las advertencias éticas que Freud propone en el ejercicio del psicoanálisis. Dado que los ideales de todo ejercicio profesional se juegan entre las estrategias de la práctica y la finalidad, el estudio de este apartado —de las obras completas de Freud— se centra en Los trabajos sobre técnica psicoanalítica, Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico y Sobre la iniciación del tratamiento, trabajos escritos de 1911 a 1915. Además, en miras de evidenciar el desarrollo teórico del pensador, se tiene en cuenta un escrito producido al final de su obra, en 1937, intitulado: Análisis terminable e interminable (Freud, 1989o). Se toman esos textos como muestra de análisis, para ilustrar al lector cómo pesquisar la propuesta ética en la práctica analítica propuesta por Freud. Se reconoce que esta presentación es parcial por reducirse a estos textos y no abordar otros escritos atinentes al tema de la ética, como la trasferencia y contratrasferencia.
Ya hemos visto en el apartado anterior cómo se configura en un proceso iterativo el yo y el preconsciente gracias a la erogenización del cuerpo. Esto sería imposible sin la mediación del instrumento fundamental del obrar humano: la lengua. Evidenciamos que esta teorización del yo iterativo conlleva presupuestos morales y éticos. Ya que al ponderar lo que es esperable teóricamente, a saber: que el yo se configure y se vaya robusteciendo hasta llegar al yo definitivo o a la fase fálico–genital o la sublimación identificatoria, conlleva un ideal del tipo de sujeto deseado y del ideal teórico esperado. Asimismo, en la práctica psicoanalítica podemos detectar que hay una serie de indicaciones para quien la ejerce.
La construcción del dispositivo psicoanalítico conlleva desde su instalación misma, una posición y una valoración del mundo; un habitus, un ethos profesional. Además, están las declaraciones expositivas del autor (Freud en su obra) donde determina el para qué de la práctica. Esta es la posición más consciente sobre los propios ideales de trabajo. Este último elemento es más fácil de detectar porque lo declara explícitamente, lo difícil es dilucidar cómo en la teorización y en las indicaciones de la práctica se entreteje una posición moral y ética. Ayuda mucho para poder reflexionar sobre ello, trasparentar el concepto de mundo y de individuo que hay detrás de las propuestas teóricas. Esta es la razón por lo cual se desarrolló al inicio de este capítulo la visión de mundo y de humano que tiene Freud.
A continuación, se estudian los ingredientes propios del dispositivo analítico desarrollados en los textos–muestra que presentamos más adelante. Se entiende con Georges Lapassade (1979) que el dispositivo es un ceremonial, bajo un conjunto de accesorios, como el diván, el sillón, el analista, los horarios, los reglamentos, las sesiones, un conjunto relacional que define a una situación en la que lo imaginario se verá cercado, asediado e incitado a hablar y puesto al borde de un paso al acto constantemente aplazado. (1)
El tipo de escucha esperada en el dispositivo del psicoanalista implica atención flotante; no seguir el propio pensamiento e intención sino el discurso del hablante, dejarse sorprender por los virajes narrativos con ingenuidad y sin premisas determinantes del paciente; es decir una escucha no basada en la lógica racional sino heurística (Freud,1989d; 1989e). También sugiere atender tanto las repeticiones como las omisiones de información (Freud, 1989f). Asimismo, refiere la importancia de hacer un pacto en miras de que el paciente pueda mantenerse en el proceso a pesar de las dificultades o dolores que se gesten por el tratamiento mismo.
Sobre las actitudes, aconseja Freud, que el psicoanalista no sea compasivo, ni condescendiente tratando de compartir la propia intimidad. Sugiere que el psicoanalista señale los contenidos que el paciente está mostrando, no ofrecerle temáticas adventicias o de las cuales tiene más curiosidad el médico que el paciente. Y dado que el supuesto fundamental para ejercer esta profesión es que el analista se ha analizado, sugiere poner al servicio del paciente sus destellos inconscientes. Lo no deseado del trabajo es colocarse en el lugar del imperativo, es decir dictar deberes, promover la intelectualización de lo vivido y proponer reflexiones o lecciones teóricas o de vida.
Sobre el proceso de tratamiento, recomienda el iniciador del psicoanálisis, que las primeras sesiones sean para determinar el diagnóstico y la problemática moral con la cual llega el paciente. Así como obtener la mayor información posible sobre qué, cómo y las causales del padecimiento actual y sus resistencias, además de indagar si ha recurrido a otros tratamientos. Y después de las primeras sesiones, marcar la ruta, el encuadre que determine la hora de trabajo, así como la frecuencia y el costo de las sesiones. Cualquier elemento de confluencia o disidencia de los acuerdos hechos en el encuadre puede ser usado para analizar las posibles resistencias que aparecerán en el tratamiento, sea estas del lado del paciente o del psicoanalista. El amor de trasferencia es ambivalente en tanto que, así como puede sostener la alianza terapéutica en miras de la cura, puede sobre–erotizarse y hacer de obstáculo.
Al paciente se le pedirá que diga todo lo que le venga a la cabeza durante las sesiones y que no se reserve nada, por más irracional o repugnante que le parezca. Esto es porque Freud parte del supuesto de que en muchas ocasiones eso que parece irrelevante o desdeñado puede ser una narrativa que permita entender la clave de sus síntomas. Se le propone también recostarse en el diván, que inicie su relato y él sea quien determine su punto de partida. Recomienda que no se tomen decisiones cruciales hasta no terminar el proceso de análisis.
Sobre el pago, declara que no será obstáculo para el tratamiento. Advierte la importancia que tiene el cobro en tanto que el uso del dinero, así como los intercambios sexuales son usados con duplicidad, mojigatería e hipocresía. No cobrar puede agravar la neurosis o pobreza del paciente. Además, es preferible que el profesional cobre sus servicios bajo una cuota monetaria que con lamentaciones de los pacientes por ofrecer un servicio sin cobro o barato. (2) En estas indicaciones se ve que no solo pide que la compasión no sea la actitud de escucha del paciente sino también del tipo de trato que se debe tener consigo mismo como profesionista. Se puede inferir además que este intercambio simbólico protege de actitudes neuróticas y lamentos masoquistas del médico.
Como se ve en las indicaciones, hay una serie de supuestos morales y éticos enlazados con principios teóricos del por qué hacer una cosa y no la otra. Colocar al analista como un ajedrecista que apoya en el proceso, en la exploración de sus representaciones, bajo una escucha heurística, siguiendo la palabra y el lenguaje, lo colocan de entrada como un ejecutor de acciones específicas —interpretaciones— para que el otro pueda ir sentenciando sus propios descubrimientos. Si bien suele darse el hecho de que el paciente atribuya al terapeuta no solo un saber sino además ser su redentor, invita a no perderse en esa expectativa en tanto que el papel del analista es diferenciar entre los juicios atribuidos trasferencialmente y expresados en la demanda y el deseo del analista por hacer de su lugar una función. Para ello, es valioso reconocer que el revestimiento con el que mira el paciente al terapeuta son solo apariencias, imágenes proyectadas basadas en anhelos y vivencias previas, por lo que el psicoanalista no es el personaje de la atribución ni la causa eficiente de la misma. (3) Esto en tanto que no es a él como persona que le habla el paciente sino a sus propias aspiraciones e imagos constituyentes vía la relación trasferencial.
Con estos referentes, se coloca al psicoanalista como alguien que acompaña el descubrimiento del saber representacional, no como el amo de su saber. Si bien esto dista mucho de cómo ejercen algunos terapeutas hoy su práctica o su enseñanza.
Es importante subrayar que ese posicionamiento ético de Freud es algo que no hay que olvidar, en tanto que determina el modo de ejercer la profesión. Suponerse el omnipotente, sabelotodo no solo daña la práctica analítica sino que perpetúa modos relacionales de opresor–oprimido. En términos analíticos se puede decir que esclerotiza —en lugar de analizar— los enganches (vínculos) masoquistas y sádicos propios del padecer neurótico.
Finalmente, hay que decir que en estos escritos técnicos de Freud hay una coincidencia declarativa respecto a la finalidad del trabajo, a saber: promover un “mayor conocimiento de sí” (Freud, 1989e, p.116), en tanto que genera un mejor autogobierno y considera valioso “recuperar la capacidad de producir y gozar” (Freud, 1989e, p.118). (4)
En el trabajo de Análisis terminable e interminable de