Antonio Sánchez Antillón

Aplicación de los principios éticos en las psicologías


Скачать книгу

y un disfrute de ella en el amor.

      El segundo capítulo, “Moralización del sujeto y la autodevelación como dilema ético en psicoterapia”, también se desarrolla desde la perspectiva psicoanalítica. Freud refiere que los primeros diques de la moral son la vergüenza, el asco y el dolor. Este saber está enraizado en la tradición judeocristiana, para enlazar el pensamiento psicoanalítico con esta tradición el autor hace uso de las Confesiones de san Agustín, donde se anuncia testimonialmente el tema de la moralización del sujeto y además se expone cómo la pregunta por la concupiscencia es dilemática. Después de lo cual precisará cómo en la práctica psicoterapéutica hay ciertos cuidados que hay que tener en miras de mantener cierta neutralidad. El punto central de la discusión se centra en qué tanto la autorrevelación de cosas personales del terapeuta va en contra del principio de beneficencia y justicia. Este trabajo se destaca por articular diversos saberes en miras de precisar lo perjudicial de ejercer una práctica donde no se discrimina lo conveniente o inconveniente de revelar asuntos o posiciones personales en sesiones de psicoterapia, ya que, aunque la creatividad en las intervenciones es admisible, no todo se vale. La estrategia y táctica en la dirección de la cura se funda en el principio de justicia en tanto ajustarse a la asimetría relacional propia del dispositivo psicoterapéutico y a ejercer la beneficencia desde el campo de sentido del paciente, no de los principios morales o de los modos personales de resolución de los conflic-tos del terapeuta.

      El tercer capítulo, “Bioética y política del internado no voluntario de pacientes suicidas en hospitales psiquiátricos”, presenta un dilema ético expuesto por un psiquiatra y un psicoanalista, a saber: ¿se puede internar a un paciente en contra de su libre albedrío? Para responder a esta interrogante se muestra cómo los principios psicoéticos de beneficencia y respeto a la autonomía tienen que ser pensados en contexto. De modo que ante el planteamiento de si es válido internar a alguien en contra de su voluntad se tienen que considerar al menos dos cosas: la condición de la persona, su capacidad de juicio y deliberación y el nivel de riesgo implicado si no hay internación. Sabemos que en caso de que la persona sea menor de edad o tenga alguna alteración que nuble su entendimiento y juicio, los padres o tutores fungen como sustitutos de la decisión. Un elemento fundamental que se considera al exponer este caso es pensar el riesgo y la decisión no solo respecto la vida y la muerte sino además cómo en este proceso hay cierta área libre de conflicto o un irreductible agente que quiere participar del mismo. El análisis de este caso muestra fehacientemente cómo a veces se delibera no solo respecto a bienes sino además entre males menores para prevenir mayores. Un último tema que se expone en las conclusiones es el valor que tiene el libre albedrío, el cual aún en los consultantes más disminuidos está ahí presente esperando emerger en búsqueda de ejercer su propio bien.

      El cuarto capítulo intitulado “Construcción de la confidencialidad desde el trabajo clínico con familias y parejas: implicaciones prácticas”, inicia con una diferenciación atinente a la práctica terapéutica desde la teoría de sistemas, en donde el usuario de las sesiones es más de uno. La formulación del dilema que se plantea es: ¿quién es el consultante? ¿La confidencialidad está referida solo a uno de los participantes de la terapia de pareja o de familia? Para responder a sus preguntas, el autor ilustra con una viñeta de caso en el cual, en una relación de pareja, uno de los miembros intenta triangular al terapeuta ofreciéndole en sesión individual información sobre su infidelidad, y en donde demanda no externar este secreto a la pareja. ¿A cuál compromiso de confidencialidad tendrá que atenerse el profesional? ¿Al realizado inicialmente con la pareja? ¿o al revelado en secreto individual? Dada la complejidad del caso recurre el autor a hacer ciertos matices de comprensión sobre el sentido de confidencialidad y se pregunta si el respeto de este valor no implica el sometimiento de los otros principios psicoéticos como son la beneficencia y justicia. Finalmente determina el autor en su resolución del dilema, que, desde la perspectiva sistémica, la confidencialidad y el secreto van correlacionados con otros principios éticos tales como: la honestidad, búsqueda de la verdad y del beneficio de todas las partes involucradas en la demanda de atención. Y que estos criterios de valor deberán ser acatados por todas las partes involucradas en el proceso de trabajo. Por lo que desde el encuadre ofrecido al inicio del trabajo de acompañamiento se deberá acordar con la pareja que la información que se vierta durante las sesiones grupales, individuales o generada durante el proceso, será material que se pondrá en la mesa en miras de clarificar y buscar caminos de resolución a la problemática relacional presentada como motivo de consulta.

      El quinto capítulo se intitula “Consideraciones del comportamiento ético desde una perspectiva conductual ecológica”. La base de este se sostiene en el concepto de ecología referido como posibilitador de acción en un contexto dialéctico entre organismo–ambiente. Para explicar el principio epistemológico de conductas evolutivas ecológicas, el autor hace uso de varias analogías propias de la arquitectura. Se pondera cómo los procesos evolutivos dependen no de acciones de utilidad unívoca sino en un complejo de actos que producen una in y un ex; adaptación y exaptación. La construcción arquitectónica de la pechina le permite evidenciar que hay una serie de conductas que se generan en el fenómeno humano y que emergen en la interacción del organismo‒con lo social y cultural. Y, por ejemplo, aunque en el animal gregario como el hombre se expresa como necesario el liderazgo, hay ciertas conductas colaterales emergentes, pechinas, como las conductas de poder que no han sido previstas como meta pero que se generan como un subproducto del fenómeno. Y en ocasiones puede generarse el supuesto falaz de que el líder requiere el uso del poder para su función primaria, cuando en realidad fue un subproducto emergente. De ahí deriva la distinción entre la acción ética y no ética. Sería ética, si el lugar de autoridad es usado para ejercer la ordenanza del grupo en miras del bien común, pero si se sirve de la función para su particular deseo de ejercer poder se considera antiético. Lo maravilloso del capítulo es que, al seguir esta idea con la figura de la pechina, la posición ética deriva de una perspectiva estética. Posteriormente, desarrolla cómo la ética se construye alrededor de conductas deseables en contexto, para lo cual el individuo en su trayecto cultural desarrolla la capacidad de diferenciar estas de las no deseables. Citando a Edward S. Reed (1996), expone tres dimensiones que se dan en ese proceso de diferenciación, a saber: personas especiales o familiares al núcleo relacional; objetos y lugares y condiciones especiales que exigen modos de usos y conductas de protección, y cómo en los cantos y juegos se trasmiten gestos, posturas, actuaciones acompañadas de ritmos y sonidos. Es mediante el juego que se trasmiten códigos contextuales sobre lo esperado, deseable y no deseable.

      La última parte del quinto capítulo sostiene, que en el gremio de los psicólogos se generan ciertas pautas culturales donde se aprende la diferencia entre el proceder ético del no ético, si bien las conductas pechinas emergen sobre todo dependiendo del respaldo cultural que se tiene en la sociedad y que potencia una u otra configuración de esas oquedades, lo que permite contemplar su estética.

      El capítulo sexto, “Neuroética”, presenta cómo se piensan los principios éticos desde las neurociencias. Se apoyan para ello en los bioeticistas Tom L. Beauchamp y James F. Childress (2012), quienes ofrecen su propia lectura de los principios básicos del obrar ético expuesto en la APA (2017), a saber: la autonomía, le beneficencia, no maleficencia y la justicia. Se inscribe el artículo en una perspectiva antropológica kantiana al sostener que todo humano tiene un valor moral el cual se expresa bajo el concepto de dignidad (un valor en sí incondicionado), por lo que tiene derecho de exigir respeto. En su estructura argumentativa desarrolla la comprensión de cada uno de los conceptos para después mostrar cómo es entendido en su aplicación. Es relevante la precisión que hace de estos principios y la insistente advertencia de que en todo proceso investigativo se deberá buscar la beneficencia o el menor daño y sobre todo ser cautos cuando se trata de poblaciones vulnerables, sea por déficits cognitivos, estatus social, condición penal, etcétera. Los ejemplos que se presentan al desarrollar cada uno de los principios psicoéticos están referidos a la práctica investigativa en neurociencias, por lo que, va especificando los cuidados a tener en cuenta sea cuando se recaba la información o cuando se aplican tratamientos, así como cuando se regresa la información a los participantes. Advierte que cuando se regresa cierta información útil para el paciente es importante que el profesionista discrimine entre la jerga especializada y una versión