en Alcoy. Otras actividades manufactureras existentes en la época, como la sedería de la ciudad de Valencia o el textil de Morella o Enguera, perderán fuerza a lo largo del tiempo. Pero es a finales del XIX cuando se extiende por todo el país la actividad manufacturera, aunque este sector no fue nunca un importante receptor de capitales.
Esta base industrial finisecular estaba formada por una manufactura diversa y dispersa en el territorio, pero aglomerada por sectores en ciertas comarcas. En unos casos estaba vinculada al comercio de la exportación agraria (papel, madera, química-fertilizantes), en otros al crecimiento urbano (mueble, calzado, cerámica y azulejo, transformados metálicos, etc.) o, incluso, a las insuficiencias de las rentas agrarias (caso paradigmático del textil o el metalomecánico alcoyano). Se inicia también la producción de máquinas de vapor y turbinas y arrancan las primeras industrias metálicas, químicas y de la alimentación.
• 1914-1959
La segunda etapa se despliega en el mundo occidental entre 1913 y 1945 e incluye dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945), la revolución bolchevique (1917), la gran crisis del 29, una hegemonía económica compartida por EE. UU. y los grandes países europeos y unas reglas de juego en el comercio y el sistema de pagos permanentemente en crisis, dado que aún predominaba el bilateralismo.
En España este período se alarga hasta 1959. Es un período en el que España mantiene el aislamiento económico, el cual tendrá en los primeros veinte años de la dictadura franquista (1939-1959) su expresión más radical en forma de autarquía económica. El profesor García Delgado nombrará a este largo período el de la vía nacionalista española de crecimiento económico.
El crecimiento económico se basará, por lo tanto, en la sustitución de importaciones, hecho que permitirá la existencia de actividades económicas que serían inviables en otras circunstancias. Ahora bien, esta forzada reserva del mercado interior dificulta, por la parte de la demanda, el propio crecimiento económico porque, como los niveles de renta per cápita son muy bajos, la capacidad de compra de las unidades familiares es muy limitada y, en consecuencia, también la demanda agregada.
Pero hay, durante las primeras décadas del siglo XX, una cierta extensión y diversificación del tejido industrial alimentadas por las innovaciones técnicas de la época, la repatriación de capitales a raíz de la pérdida de las colonias en 1898 (que se traduciría, también, en una expansión del negocio bancario) y los beneficios extraordinarios derivados de la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial.
Los efectos de la crisis del 29 que afectan a la estabilidad económica y social del período republicano, la Guerra Civil (1936-1939) y el período autárquico posterior detienen esta aproximación a los estándares europeos y ampliarán aún más la brecha tecnológica y de nivel de vida.
En el País Valenciano, una vez pasada la coyuntura extraordinaria de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) –que había beneficiado en exclusiva a la industria y cereales como el arroz–, el auge comercial de la naranja comporta que cantidades ingentes de capitales se inviertan en la transformación de terrenos y en la captación de aguas subterráneas: a la década de los veinte se la llamará la década dorada de la naranja. En 1930 se llega al hito de un millón de toneladas exportadas, cifra que no se volverá a alcanzar hasta bien entrados los cincuenta. Sin embargo, la modernización y la capitalización de la agricultura no fueron generales porque amplias zonas interiores del País quedaron al margen.
La base manufacturera, por su parte, se refuerza durante la coyuntura extraordinaria de la Primera Guerra Mundial gracias a las exportaciones a los países en guerra y a la profundización del fenómeno de la sustitución de importaciones. El proteccionismo, en todo caso, ayudó a la pervivencia de esta manufactura, pero también puso límites –como ya se ha señalado antes para el conjunto de la economía española–, dada la escasa importancia del mercado interior español como marco de expansión potencial. Además, el complicado decenio de los años treinta –guerra civil incluida– y, particularmente, el período autárquico de 1939-1959 frenaron bruscamente la línea de progreso económico secular, como en el resto de España.
Por una parte, por las dificultades en el mercado exterior para acceder a inputs de importación vitales para mantener la productividad económica en los diversos sectores –particularmente, los abonos químicos en la agricultura de exportación– o el efecto negativo de un sistema de tipo de cambio múltiple en casi todo el período. Por otra parte, en el mercado interior, por el impacto que ocasiona el estancamiento o retroceso de los niveles de vida sobre una actividad industrial incipiente orientada a la manufactura de bienes de consumo y por el sofocante intervencionismo gubernamental (Fabra, 2000: 128). Lógicamente, el aislamiento impide beneficiarse de la recuperación europea posbélica.
• 1959-1975
La tercera etapa empieza a nivel mundial con la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Será de un auge continuado de la Europa occidental sin precedentes, de un mundo bipolarizado políticamente entre EE. UU. y la URSS, de una economía americana indiscutiblemente pionera (que fijará las nuevas reglas de juego mediante el sistema monetario de Bretton Woods y la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial para ayudar a los países más retrasados) y de unos importantísimos acuerdos comerciales –por primera vez, de carácter multilateral– en el seno del GATT (Acuerdo General de Comercio y Aranceles). Asimismo, en esta etapa tiene lugar la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE) (1957) –la futura Unión Europea (UE)–, con seis miembros, los tres del Benelux (Holanda, Bélgica y Luxemburgo), Italia, Francia y Alemania Federal.
Pero para la economía española y la valenciana el comienzo de la etapa se retrasa hasta 1959, cuando las cosas empiezan a cambiar profundamente gracias al Plan de Estabilización. La razón es que, a pesar del imponente crecimiento económico que la Europa occidental estaba viviendo desde la reconstrucción posbélica, con la ayuda del Plan Marshall (la Segunda Guerra Mundial había sido intensísima en el escenario europeo), España, en su cerrazón autárquica, sólo recibía los impulsos de este crecimiento del entorno europeo de manera muy débil. Aun así, los acuerdos con el Vaticano y EE. UU. en 1953 y ciertos cambios en los ministerios económicos hacen de los cincuenta una década de transición. Los acuerdos mencionados facilitan la entrada de España en la ONU en 1955 y, posteriormente, en las grandes instituciones económicas internacionales: FMI y Banco Mundial y, finalmente, OCDE (el club de los países avanzados).
De hecho, el año 1959 es, sin duda, un año clave en la historia económica española porque, con el mencionado Plan de Estabilización –una iniciativa en buena parte exigida por los organismos internacionales en los que se acaba de entrar–, se inicia la definitiva apertura económica.3 Pero tan importante, o más, es el comienzo de un lento pero imparable proceso de desintervencionismo estatal en la economía, lo cual, en la medida que permite que la lógica de mercado vaya teniendo más papel en la asignación de recursos, hace que la eficiencia de la economía crezca significativamente.4
Una etapa, pues, en la que la economía española obtendrá muchas ventajas y se enfrentará a algunos retos importantes. Una etapa en la que se dan unos cambios en profundidad que llegan a la vida cotidiana porque se pasa de un mundo de escaseces a una sociedad de consumo. La adquisición masiva de electrodomésticos y la generalización de la motorización, emblematizada por el Seat 600, son los paradigmas de esta nueva etapa.
En resumidas cuentas, hay una importante mejora de la capacidad adquisitiva en el mercado interior gracias a la entrada de capitales extranjeros, pero también a los importantes ingresos generados por un turismo constituido por olas de trabajadores europeos que acaban de conseguir el derecho a las vacaciones pagadas y que buscan fundamentalmente, sol, playa y precios bajos. Tampoco debemos olvidar los cuantiosos envíos de ahorros de los tres millones largos de trabajadores emigrantes españoles repartidos por Europa.
Al crecimiento de la demanda interna se sumará, a finales de los sesenta, la expansión de las exportaciones, favorecidas por la devaluación de la peseta de 1967