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Economía española y del País Valenciano


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además, la crisis coyuntural había sido alimentada por las dificultades alemanas para financiar la reconversión de la economía de la zona oriental (a raíz de la unificatión que siguió a la caída del muro de Berlín en 1989), que presionaron al alza los tipos de interés. Eso derivaría en tensiones monetarias en el seno del Sistema Monetario Europeo y, en consecuencia, en inestabilidades cambiarias cuando justamente este sistema se había creado para conseguir una zona de estabilidad en el camino hacia la Unión Monetaria y para hacer viable el Mercado Único, que entró en vigor a principios de 1993.

      En España, la crisis se había particularizado en altas tasas de inflación y de paro. Además, el elevado precio del dinero hizo caer la rentabilidad esperada de los proyectos de inversión y, en consecuencia, la tasa de inversiones. En el País Valenciano, la crisis fue especialmente dura porque la política monetaria, que sostenía una peseta de alta cotización (desde que había entrado en el Sistema Monetario Europeo en 1989), creaba problemas a las exportaciones y, por lo tanto, hacía que la crisis adoptara perfiles más agudos porque era una economía con más alta propensión a exportar. Asimismo, cuenta el fin del ciclo del sector de la construcción, explicado en buena parte por los excedentes de la oferta inmobiliaria acumulados, por la endeble actividad turística y por el aumento de los tipos de interés.

      Así, una economía como la valenciana que tradicionalmente había crecido por encima de la media española, entonces lo hará por debajo durante dos años, 1992 y 1993, y la tasa de paro superará a la española –dada la especial sensibilidad de nuestro mercado de trabajo a los altibajos económicos, por su especialización productiva en actividades intensivas en el uso del factor trabajo–, lo que no pasaba desde hacía diez años.

      A partir de 1994, la economía española y la valenciana siguieron –como ya no podía ser de otro modo, por el alto grado de apertura en el que se encontraban– la recuperación económica de los países de la OCDE, con las exportaciones como principal fuente de crecimiento –favorecidas inicialmente por sucesivas devaluaciones de la peseta en 1992 y 1993– y sin que la demanda interior, a pesar de la bajada de la tasa de inflación y de los tipos de interés, despuntara hasta 1998. A partir de este año, fue el consumo interior –y la construcción– el pilar que sostuvo el diferencial de crecimiento respecto a la media europea.

      Hay que decir que la mayor propensión a exportar de la economía valenciana permitió que la recuperación se avanzase a la española, además de mantener una dinámica de crecimiento ligeramente superior –incluso en la pequeña sacudida de 1996-97– hasta el 2002. Con la disminución del ritmo de crecimiento general a partir del 2003, la economía valenciana también empieza a crecer por debajo de la española, hecho inédito en etapas expansivas.

      En resumidas cuentas, hablamos de un ciclo expansivo muy largo y que sólo empezó a aflojar cuando los primeros síntomas del estallido de la burbuja inmobiliaria en EE. UU. y la crisis financiera subsiguiente –con el protagonismo originario de las hipotecas sub prime- originaron la desaceleración del otoño del 2007. Aunque esta desaceleración se convertirá en recesión un año más tarde, cuando ambas crisis, inmobiliaria y financiera, afecten de lleno a la economía real de España y del País Valenciano, como a la del resto del planeta.

      1.3.1 El caso español

      1.3.1.1 Crecimiento

      Al margen de los aspectos coyunturales, en el análisis a largo plazo podemos encontrar algunos rasgos específicos en la economía española desde los años sesenta. En cuanto al crecimiento económico (Myro, 2007: 48), entre 1961 y el 2006, medido en términos de crecimiento de la renta nacional, éste ha sido importante: se ha multiplicado por seis. Y la tasa media anual ha sido del 3,1, mientras que la de los países comunitarios fue del 2,5, lo que muestra la mayor capacidad de crecimiento de las economías más retrasadas –la española lo era relativamente– cuando las tasas de ahorro y de incremento de la población son parecidas. En todo caso, el perfil temporal seguido por este indicador se parece mucho al comunitario, según se refleja en el gráfico 1.2.

       Crecimiento relativo en España y la Unión Europea, 1961-2006 (tasas anuales de variación del PIB per cápita)

      Nota: Desde 1991 se recogen los datos de la Alemania unificada.

      Fuente: Eurostat y elaboración de Rafael Myro.

      La mayor tasa de crecimiento ha permitido que la convergencia con la UE-15 en términos de renta per cápita, por ejemplo, haya alcanzado prácticamente 20 puntos en poco más de 20 años. Según Eurostat, en 1985 se lograba sólo el 71,5% de la media europea y en el 2007 el nivel es del 91,2%. En tres fases: un recorte de 9,2 puntos en el tramo 1985-1991, una divergencia de 3,1 en el período 1991-1994 y una nueva convergencia de 13,6 puntos entre 1994 y el 2007. Aunque la desaceleración económica posterior crea las peores condiciones para mantener la lógica de la convergencia.

      Vale la pena dedicar especial interés al largo período de crecimiento que se inició en 1994, por la proximidad temporal, pero también por la singularidad de su naturaleza. Empezamos por hacer patente que esto se puede explicar por varias causas. En principio y como hemos señalado antes, la expansión de las exportaciones a raíz de las devaluaciones de la peseta de 1992 y 1993. Posteriormente, tuvieron un papel más importante los beneficios esperados y reales de un marco económico estable, con la entrada en el proceso de unión monetaria y la consiguiente convergencia a la baja de los tipos de interés, todo aderezado con una política fiscal prudente y una recuperación de la tasa de ahorro público. Fue decisiva la bajada del tipo de interés, que permitió incrementar la inversión empresarial y reducir los costes financieros.

      Por su parte, el sector de la construcción se benefició mucho de que el sector inmobiliario fuera el más importante receptor del ahorro en este período, hecho que se explica en buena medida no sólo por la bajada del tipo de interés hipotecario, sino también por las sacudidas e incertidumbres bursátiles de los últimos años. Hay que mencionar que, a principios de la década de los noventa, los valores mobiliarios contratados en la bolsa habían sido de especial interés, incluso para los pequeños ahorradores, dada la creciente cultura financiera que se había extendido por todas partes en una sociedad que ampliaba su capacidad de ahorro por el aumento de la renta disponible.

      Todo ello hace que el crecimiento a partir de 1998 cambie de lógica y se haga de manera bastante desequilibrada, porque toman protagonismo la expansión del consumo interno y de la construcción (inversión residencial y negocios conexos) y no la de la demanda exterior y la formación bruta de capital o inversiones productivas. Todo ello genera, entre otros efectos, un alto endeudamiento de las familias y de las empresas, totalmente vulnerables, por lo tanto, a cualquier eventual subida de los tipos de interés. Tradicionalmente, el recurso a la deuda solucionaba temporalmente la escasez de ahorro que era necesaria para mantener una tasa de crecimiento de estas inversiones superior al 4% anual acumulativo.

      Recordemos que, desde la entrada en la UE (1986), esta escasez de ahorro era solucionada en parte por importantes transferencias de capital con cargo a los fondos estructurales europeos. Después, se sumarían los fondos de cohesión, también procedentes de la UE; pero es que, desde 1999, se dispondrá de una importante entrada de capital privado procedente principalmente del área del euro, lo que ha permitido incrementar aún más las dotaciones de capital físico (residencial y productivo) y servicios.

      De hecho, en los últimos años, a pesar de los superávits públicos, la demanda dineraria ha superado de lejos el ahorro interior en España, de manera que la financiación exterior ha sido decisiva. Por otra parte, la convergencia nominal, imprescindible para entrar en la moneda única, redujo la presión en los mercados financieros, como ya se ha señalado anteriormente, y originó la caída de los tipos de interés y, por lo tanto, de las cargas financieras de las deudas.