Mijaíl Bulgákov

El Maestro y Margarita


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      El maestro y Margarita

      El maestro y Margarita (1967) Mijaíl Bulgákov

      Editorial Cõ

      Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

      [email protected]

      Edición: Octubre 2021

      Imagen de portada: Soviet preprinted (original) stamp of 4 kopecks, 1991

      Traducción: Anna Lev

      Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

      .

       Libro primero

      

      

      —¿Quién eres, finalmente?

      —Una pequeña porción de

      ese elemento que, andando

       siempre en busca del mal,

      sólo sabe hacer el bien.

      Goethe, Fausto

      Capítulo 1

       Nunca hable con desconocidos

      En los Estanques del Patriarca, a la hora más calurosa de un atardecer primaveral, aparecieron dos ciudadanos. Uno de ellos, pequeño, rollizo, calvo, de unos cuarenta años y cabellos oscuros, vestía un veraniego traje gris. En el rostro, bien afeitado, lucía unos lentes fuera de medida con armadura de cuerno negro y en la mano sostenía, como si fuera un panecillo, un sombrero de buena calidad. El otro, un joven desgreñado, pelirrojo, ancho de hombros, con una gorra de cuadros puesta hacia atrás, vestía camisa de vaquero, un arrugado pantalón blanco y calzaba zapatillas negras.

      El primero de ellos era nada menos que Mijaíl Alexándrovich(1) Berlioz, editor de una voluminosa revista literaria y presidente de la directiva de una de las más importantes asociaciones literarias de Moscú, conocida por sus siglas: "Massolit",(2) y le acompañaba el joven poeta Iván Nikoláievich Ponirev que escribía bajo el seudónimo de "Desamparado" .

      Al llegar a la sombra de unos tilos que apenas comenzaban a florecer, lo primero que hicieron los escritores fue abalanzarse hacia una caseta pintada abigarradamente en la que se leía "Cervezas y refrescos".

      Ahora es necesario señalar el primer hecho raro de aquel siniestro atardecer de mayo. No sólo en la caseta, sino en toda la alameda paralela a la calle Málaia Brónnaia no se veía a nadie.

      En esa hora, cuando parecía que no alcanzaba la fuerza para respirar y el sol, después de haber sofocado a Moscú, provocaba un vaho seco más allá de la avenida Sadóvaia, nadie caminaba bajo los tilos, nadie se sentaba en un banco y la alameda se hallaba desierta. —Déme agua mineral —pidió Berlioz.

      —Agua mineral no hay —respondió la mujer de la caseta, como si estuviera ofendida por alguna razón.

      —¿Y cerveza? —preguntó Desamparado con voz ronca.

      —La traen por la noche —dijo la mujer.

      —¿Y qué hay? —preguntó Berlioz.

      —Refresco de albaricoque, pero no está frío —dijo la mujer. —Bueno, démelo, démelo, démelo.

      El refresco de albaricoque produjo una abundante espuma amarilla y el aire olió a peluquería. Después de beber, los literatos tuvieron hipo y, pagando, se sentaron en un banco de cara al estanque y de espaldas a la calle Brónnaia.

      Entonces tuvo lugar la segunda rareza, esta vez sólo relacionada con Berlioz. De repente, dejó de tener hipo, se le aceleró el corazón que, por un segundo, pareció desaparecer y después volvió, pero como si en él le hubieran clavado una aguja sin punta. Al mismo tiempo, y sin motivo, tuvo un pánico tan fuerte que hubiese querido escapar inmediatamente de aquel lugar.

      Pálido, azorado, sin comprender lo que le había asustado, Berlioz miró a su alrededor, se secó la frente con el pañuelo y pensó: "¿Qué me pasa? Nunca me ha sucedido nada así... el corazón se me desboca... estoy sobreagotado. Ya es hora de mandarlo todo al diablo e irme a Kislovodsk".(3)

      El aire abrasador se espesó delante de él y de ese mismo aire surgió un ciudadano transparente de extraño tipo, con una gorrita de jockey en su pequeña cabeza y una ridícula chaqueta de cuadros también transparente. Era alto, increíblemente delgado, de hombros estrechos y de una traza, esto ruego que lo tomen en cuenta, burlona.

      La vida de Berlioz había transcurrido de una manera tal que él no estaba acostumbrado para las apariciones raras. Palideciendo aún más, los ojos desorbitados, horrorizado, se dijo "Es imposible".

      Sin embargo, era posible y el largo ciudadano, a través del cual se podía ver, comenzó a balancearse delante de él, sin poner los pies en la tierra.

      El terror dominó a Berlioz a tal punto que cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir vio que todo había terminado. la neblina se había disipado, el hombre a cuadros había desaparecido y la aguja sin punta salió del corazón.

      —Caramba, diablos —exclamó—. Sabes, Iván, ahora mismo casi me desmayo por el calor. Incluso he tenido algo así como una alucinación —Berlioz trató de sonreír, pero en los ojos aún le brillaba el miedo y las manos le temblaban. Sin embargo, poco a poco, se tranquilizó, se abanico con el pañuelo y diciendo con voz bastante animada—: Bueno, como te decía —prosiguió su charla, interrumpida al tomar el refresco de albaricoque.

      Como posteriormente se Supo, aquella charla era sobre Jesucristo. El asunto es que el editor le había encargado al poeta un gran poema antirreligioso para el próximo número de la revista. Iván Nikoláievich lo escribió en un breve plazo, pero, desgraciadamente, al editor no le gustó nada. Al principal personaje de la obra, es decir, a Jesús, Desamparado lo representaba con un matiz muy negro y, sin embargo, según el editor, era necesario reescribir todo el poema. Precisamente, en ese momento, el editor le daba al poeta una especie de conferencia sobre Jesús, con el fin de resaltar sus principales errores.

      Es difícil decir qué había motivado a Iván Nikoláievich, si la fuerza de su talento o el total desconocimiento del tema tratado, pero su Jesús era muy real y caracterizado por sus rasgos negativos.

      Berlioz quería demostrarle al poeta que lo importante no era si Jesús fue bueno o malo, sino que Jesús, como tal, como persona, nunca existió y todos los relatos sobre él no pasaban de ser más que simples invenciones, un puro mito.

      Es necesario señalar que el editor era un hombre leído y en su charla citaba con habilidad a los antiguos historiadores, como el reconocido Filón de Alejandría y el gran conocedor Flavio Josefa, que nunca dijeron una palabra sobre la existencia de Jesús. Entre otras cosas, demostrando una sólida erudición, Mijaíl Alexándrovich le explicó al poeta que la referencia a la ejecución de Jesús presente en el capítulo 44 del libro 15 de la famosa obra de Tácito Los anales, no era más que una interpolación muy posterior en el libro.

      El poeta, para quien todo lo que le decía el editor era una novedad, escuchaba con atención a Mijaíl Alexándrovich, sin apartar de él la mirada de sus vivos ojos verdes, y sólo, a veces, hipaba por lo que maldecía, por lo bajo, al refresco de albaricoque.

      —No hay una sola religión oriental —decía Berlioz— en la que, como regla, una virgen no haya traído al mundo a un dios. Los cristianos no inventaron nada nuevo y de la misma manera.crearon a su Jesús quien, en realidad, nunca existió. Eso es lo que hay que subrayar...

      La voz de tenor de Berlioz se difundía por la desierta alameda y a medida que profundizaba en el tema, lo cual sólo lo puede hacer una persona muy culta sin riesgo de quedar en ridículo, el poeta supo más y más cosas útiles e interesantes sobre el egipcio Osiris, el bondadoso dios hijo del Cielo y la Tierra; sobre el dios fenicio Famus; sobre Marduc e incluso