Cristina Gómez Moragas

El cuerpo exceptuado


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políticas de la revolución de 1968,36 ya que esta revolución significó el fin del consenso liberal-centrista que, desde 1848, dominó al mundo político-cultural, es decir, acabó con la fe en una disminución gradual de la polarización socioeconómica a través de la acción reformadora de los Estados. Entonces el mundo dejó de creer, al mismo tiempo que liberó a los conservadores y a los radicales. Los conservadores lanzaron una tentativa contra-revolucionaria: el neoliberalismo. A nivel mundial esto representó el triunfo de la derecha con los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, las reuniones de Davos, el Grupo de los ocho, el G8, la Organización Mundial del Comercio, así como el colapso de los grandes movimientos de liberación nacional, el abandono casi total de la vieja izquierda respecto de su discurso socializante, hechos que dieron lugar al nuevo discurso de mercado.

      A escala mundial, el discurso sobre «el libre mercado» se ha presentado como el último hito de una teleología que como tal no deja esperanza para cualquier otro mundo posible. En parte, su hegemonía se explica por la caída de los regímenes socialistas y su reconversión al capitalismo neoliberal, así como por la desarticulación del movimiento obrero. Factores que han favorecido el descreimiento en los grandes relatos desplazados por otro gran relato: la globalización. Sin embargo, el triunfo universal de la derecha no hubiera sido posible sin la globalización económica37 cuyas políticas eliminaron las regulaciones que establecían los Estados nacionales, por lo tanto, el mercado mundial es una creación política, producto de una política concertada por las corporaciones trasnacionales. Desde este lugar teórico, la despolitización se explica debido a la necesaria reconversión en las formas de acumular el capital y de flexibilizar la fuerza de trabajo a través de políticas restrictivas en materia social que han ido conduciendo a la pérdida de los derechos conquistados por el movimiento obrero, socavando su capacidad de resistencia.

      En esta zona indeterminada entre modernidad y posmodernidad, el encuadre libertario de los sesenta favoreció la apertura a la diferencia entre las culturas así como la defensa de sus derechos. La crisis de los paradigmas de la modernidad centrados en una única idea de civilización, dio lugar a la emergencia de minorías históricamente excluidas y a las legítimas reivindicaciones de diversos pueblos, culturas y subculturas, así como a las diferencias étnicas, raciales, sexuales y de género que fueron negadas por el colonialismo europeo y la cultura patriarcal. En este contexto histórico,38 el culto al lenguaje y al texto cumplió la ambivalente función de toda utopía, ya que brindó una imagen de libertad. Por ello, el cuerpo, el sexo, el lenguaje, son los nuevos fetiches deificados, es decir, al estar investidos de un poder luminoso ocupan el lugar de algo elusivamente ausente.

      Biopolítica39 y violencia40

      Entre 1933 y 1934, Georges Bataille publica un ensayo titulado «La estructura psicológica del fascismo».41 En éste contrapone dos aspectos de la vida social: lo homogéneo y lo heterogéneo. Lo homogéneo representa el sistema de normas que garantizan la estabilidad de la estructura de poder, mientras lo heterogéneo designa al conjunto de fuerzas irracionales que se desencadenan cuando el antagonismo se vuelve irreconciliable.

      Hoy, ese antagonismo se ha convertido en crueldad a través de la exclusión de los pobres en las sociedades pos-industriales y de la producción del hombre desechable.42 Exclusión generada gracias a un régimen económico-político que se ha basado en la institución de la inseguridad pues un mercado financiero desregulado favorece un mercado de trabajo desregulado que impone a los trabajadores la sumisión.43 Se trata de una violencia institucionalizada ejercida sobre los procesos biológicos pues nacer, vivir y morir dependen de las regulaciones que las instancias supranacionales consideran prioridades de la biopolítica global. De esta evidencia histórica da testimonio Bertrand Ogilvie en su libro El hombre desechable. Ensayo sobre las formas del exterminio y la violencia extrema, en donde analiza la violencia posmoderna como evento sintomático de un cambio de época. A dicho autor le interesa pensar la extremidad de la violencia pues el fondo del problema es la separación entre la violencia normal o normalizada y la violencia paradójica y excesiva. El enigma del problema es que la violencia se puede explicar en términos históricos y económicos, pero siempre nos deja la sensación de un resto inexplicado.

      Acerca de este resto inexplicado, Zizek nos propone tres formas de violencia en su ensayo Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales: la violencia subjetiva, simbólica y sistémica. De acuerdo con el autor, la violencia subjetiva se presenta como un hecho irracional, inmotivado y excesivo en contraste con un fondo de nivel cero de violencia. Por ello, la noción psicoanalítica «pasaje al acto» funciona como descriptor de esta forma de violencia que excede la fuerza del agente poniendo en acto lo que no puede representar por medio del lenguaje. Es justamente en el lenguaje en donde anida la violencia simbólica a través de imponer universos de sentido. Mientras que la violencia sistémica es producida por el funcionamiento homogéneo de los sistemas económico y político, es la contraparte de (una en exceso) violencia subjetiva.44 Es justamente esta violencia estructural la que se objetiva a través de tres excesos: la crueldad, la plusvalía y el plus de goce.45 Excesos que erosionan una vez más los fundamentos de la democracia liberal, pues mientras las élites gozan de los privilegios de un consumo sofisticado y selecto, los nuevos plebeyos sobreviven en la precariedad y la trashumancia entre las vallas de Melilla, los alambrados de Turquía, los muros y mares que clausuran la movilidad de los más pobres, de los exiliados y de los refugiados por razones bélicas, políticas, religiosas, económicas.

       Modernismo y posmodernismo

       Modernismo

      Modernismo y posmodernismo refieren, respectivamente, a la cultura moderna y posmoderna.46 Sin embargo, en una acepción más restringida, describen movimientos artísticos que indican transformaciones en la experiencia subjetiva del tiempo y del espacio y, por lo tanto, en las formas de representación.

      El movimiento modernista surgió en el contexto del capitalismo industrial vinculado al proceso de racionalización y secularización así como a las nuevas relaciones socioespaciales y temporales que de éste se desprendieron. Estas transformaciones dieron lugar a la crisis de la subjetividad y de la representación, fenómenos que constituyen el núcleo del modernismo. En este sentido, el modernismo se correlaciona con la modernización capitalista,47 la revolución industrial y el fordismo, con las ideas libertarias del socialismo y con los nuevos medios como la fotografía, el cine y la radio. En dicho contexto, tanto las vanguardias estéticas como el modernismo cuestionaron la representación clásica, la idea de mimesis y reflejo en el arte. Ello significó transformaciones en todas las formas de arte que hicieron suyos los valores de la novedad y la experimentación, cumpliendo el arte una función compensatoria —o bien de emancipación— frente a la nueva sociedad burguesa. A través de la experimentación, los nuevos estilos y temas de los movimientos modernistas capturaron «todo lo sólido que se desvanecía en el aire», poderosa imagen acerca del diferenciado proceso en el que las formas de producir, las instituciones, los valores, las normas, las creencias, los mitos y las costumbres, fueron perdiendo su aura.

      Lo que caracteriza a la modernidad estética es una nueva conciencia del tiempo, ese culto de lo nuevo Habermas48 lo atribuye al carácter transitorio de la experiencia moderna, en la que priva nostalgia por la estabilidad y oposición frente a la tradición. Por ello, la lógica del arte moderno será la destrucción de la tradición al tiempo que someterá a crítica lo que va instituyendo, en tal sentido lo que rige al arte es la propia forma del arte. Mediante este movimiento, el modernismo y las vanguardias sometieron a crítica a la sociedad de consumo así como a los valores que la misma entrañaba. En el movimiento modernista, el arte, la experiencia estética y la cultura podían desempeñar una función compensatoria (posición modernista), o bien de emancipación (vanguardias) mediante la integración del arte a un proceso de liberación más amplio. En consecuencia,49 la definición de una estética modernista dependía de la posición del artista con respecto a los procesos de cambio de la vida moderna. El modernismo representó una nueva lógica artística basada en rupturas y en el ideal