antidogmáticos, y a seguir un camino independiente. A los 22 años se hizo cuáquero, por lo que fue encarcelado cuatro veces en años sucesivos al no renegar de esta religión. La deuda que tenía contraída el rey con su padre le fue pagada en forma de una inmensa cantidad de tierras en el nuevo continente, y así fundó Pennsylvania, tierra de acogida para todos aquellos que eran perseguidos por su religión en Europa. Penn dio a esta nueva tierra unas leyes democráticas, donde la tolerancia, los derechos individuales y el respeto por las tribus indias imperaban. Por eso, cuando en 1693 escribió su proyecto no lo hizo como un cuáquero soñador, sino como un estadista que sabe bien lo que es fundar una nueva manera de vivir y tiene mucha experiencia en la organización política; pero también hay que reconocer que le influyeron los principios cuáqueros de amor, tolerancia y paz (Heater, 1992: 50). La obra de Penn fue tan bien recibida que se reimprimió ese mismo año.
Para él la guerra es el caos del que habla Hobbes en el Leviatán, al que cita. La solución es constituir un Parlamento europeo (Penn, 1693, sec. 4), sede de una «Liga Europea» o «Confederación Europea», donde los estados envíen diputados en proporción a su poder económico (Penn, 1693, sec. 7),4 y ese Parlamento resuelva los conflictos entre los estados, resolución que todos deberán acatar, pues el Parlamento tendrá fuerza para castigar a los incumplidores. Además, esta paz ahorrará mucho dinero a los estados y posibilitará políticas de educación, beneficencia y bienestar económico. También es un proyecto abierto a otras culturas y religiones diferentes, pues dice que parece justo y conveniente que Rusia y Turquía tengan cada uno sus diputados (Penn, 1693, sec. 7; cf. Aksu, 2008: 17). Otra de las ventajas de una paz permanente, señala, es la posibilidad de viajar con tranquilidad y conocer otros sitios y otras ideas (Penn, 1693, sec. 10). Además de estas propuestas con consecuencias cosmopolitas, su idea de que los noventa miembros del parlamento formen nueve grupos de diez, independientemente del origen nacional, y cada grupo elija a un representante, añade otro aspecto cosmopolita al proyecto.
El también cuáquero John Bellers (1654-1725) fue amigo cercano de William Penn. Como él, fue perseguido, multado y arrestado por motivos religiosos. La sensibilidad de Bellers ante el problema de la pobreza es mayor, si cabe, y sus planes, mucho más revolucionarios que los de Saint Pierre. Propuso, entre otras medidas, la abolición de la pobreza de las masas, una educación gratuita para todos, un sistema estatal de salud gratuito para todos, una reforma de las prisiones para que sirvieran para enmendar a los delincuentes y la abolición de la pena capital (Clarke, 1987: 18). Las ideas de Bellers conmovieron a Robert Owen y, a través de Owen, también llegaron a impresionar a Marx y a los pensadores comunistas posteriores (Clarke, 1987: 26-28).
El largo título de su escrito de pocas páginas de 1710, que conocemos con las primeras palabras como Some Reasons for an European State, ya indica la meta de la obra. Bellers propone la creación de un Estado europeo mediante un parlamento donde diputados venidos de toda Europa resuelvan los conflictos entre los príncipes. También propone la creación de un concilio de todas las confesiones cristianas europeas que, respetando la diversidad, logre acuerdos entre ellas para que la religión no vuelva a ser jamás causa de guerra.
El proyecto parte del cansancio de tanta guerra y parece que a Bellers le influyó mucho la crueldad de la guerra de 1709 en Europa y la llegada de 10.000 refugiados de Alemania a Gran Bretaña (Heater, 1992: 52). Ya en la introducción afirma que lo que le ha llevado a escribir esta obra es el bien de la humanidad en general, lo que es expresión de lo que al principio llamamos «cosmopolitismo ético». Su plan es una mezcla de propuestas muy concretas con sugerencias poco definidas. Su idea más revolucionaria, dividir Europa en 100 cantones, puede interpretarse como una reforma en profundidad de las estructuras estatales o simplemente como una manera de contar los diputados, de modo que los estados pequeños fueran como un cantón y los grandes se dividieran en tantos cantones como la cantidad de su población lo permitiese (Bellers, 1710: 140 y 141; cf Archibugi, 1992: 306). El proyecto habla de confederación, una corte suprema y un parlamento, pero no especifica mucho más. Aparte de las perspectivas religiosa y política del escrito, también hay un aspecto económico, cuando señala las ventajas económicas que la paz reportaría a toda Europa. Indica además que puede haber una unidad europea preservando la diferencia política de los diferentes estados (Bellers, 1710: 140). Pero donde se nota más claramente su perspectiva cosmopolita es cuando amplía esta confederación a los turcos, señalando que:
(...) los mahometanos son hombres y tienen las mismas facultades y razón que los demás; sólo quieren las mismas oportunidades y aplicaciones de sus entendimientos. Pero romperles la crisma para meter ideas en sus cabezas es un gran error y dejaría a Europa en un estado de guerra, mientras que cuanto más se extienda esta unión civil, más grande será la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres (Bellers, 1710: 152).
En 1714 publica An Essay towards the improvement of physic, obra en la que demuestra conocer la traducción al inglés de la obra de Saint Pierre A Project for settling an everlasting peace in Europe. Pero este temprano eco del proyecto de Saint Pierre no es el primero. El propio Saint Pierre se encargó, como hemos señalado antes, de hacer varias ediciones y también de enviarlo a mucha gente. Leibniz fue elegido por Saint Pierre y recibió en 1712 un ejemplar de esa primera edición. Ese mismo año Leibniz dice en una carta a Grimarest que ve en el proyecto la promesa de una edad de oro (cf. S. Goyard-Fabre, «Avant-Propos», en Leibniz, 1993: 12). Y en 1715, después de haber leído detenidamente la edición de 1713, envía a Saint Pierre una carta donde le señala que él mismo también se siente cosmopolita:
Yo no soy de los que son fanáticos de su país o de una nación particular, sino que tiendo al servicio del género humano entero, pues yo considero el cielo como la patria y a todos los hombres de buena voluntad como conciudadanos en este cielo. Prefiero hacer mucho bien a los rusos que poco a los alemanes y otros europeos, pues mi inclinación y mi gusto van al bien general (Leibniz, 1862: 514).
En ese mismo año escribe sus Observations sur le Projet de Paix perpétuelle de l’abbé de Saint-Pierre. En las escasas páginas de este panfleto dice que es un proyecto factible y una de las cosas más útiles del mundo. Pero, además de señalar que Saint Pierre malinterpreta el proyecto de Enrique IV, indica que el proyecto debería incardinarse en el imperio medieval germánico bajo la potestad del papa.5
Tal era la fuerza publicitaria de la idea de «paz perpetua» en Europa en ese momento que se puso ese rótulo a escritos con muy otras intenciones, como Declaration of James the Third, King of England, Scotland and Ireland, to all his Subjects of the three Nations and to all foreign Princes and States to serve as a foundation for a lasting peace in Europe de 1722. En realidad, es una petición de ayuda y un requerimiento para recuperar el trono de Gran Bretaña que, una vez depuesto su padre, había pasado a su hermana María, luego a su hermana Ana y por fin al hijo de su prima Sofía, Jorge, elector de Hannover. Lo único que tiene que ver con los tratados de paz es el título. Pocos años más tarde, Giulio Alberoni, quien gracias a sus intrigas fue capaz de ascender desde su puesto de campanero en la catedral de Piacenza a cardenal y primer ministro de la Corte española, después de ser expulsado de España publicó en 1736 su Esquema de una Dieta perpetua para establecer la tranquilidad pública, que, a pesar de su título, no es ni un plan irenista ni cosmopolita; de hecho, es un plan belicoso para conquistar y repartirse el Imperio otomano. El escrito rezuma hostilidad contra los musulmanes, reflejando una mentalidad de cruzada (Aksu, 2008: 21).
Pero volviendo a los que se hicieron eco de las ideas de Saint Pierre, diremos que Voltaire, muy pronto, en 1725, en el epigrama N’a pas longtemps, de l’abbé de Saint-Pierre, le critica y se burla de él porque sus ideas le parecen tonterías imposibles;6 también en su breve Rescrit de l’empereur de la Chine a l’occasion du Projet de Paix Perpétuelle de 1761 lo ridiculiza diciendo que sus ideas derivaban de un espíritu religioso y su cosmopolitismo no alcanza a todas las culturas. Asimismo, le reconocía la buena intención, como en la anécdota que se cuenta de lo que respondió