método científico y a la experiencia. Era la experiencia la que había obligado a descartar por el bien de la ciencia al espacio y el tiempo absoluto, pese al respeto casi religioso por la mecánica newtoniana. Una desviación respecto de los cálculos newtonianos de la órbita de Mercurio de unos 43” de precesión del perihelio por siglo había bastado para sustituirla por la nueva ley de gravitación universal relativista. La comprobación por Eddington había sido un monumento a la precisión y rigor del experimento propio de la ciencia moderna. El empirismo se aprestó a combatir la interpretación idealista de la relatividad.
El fundamento de la interpretación idealista estaba, más que en su insistencia en las posibles perspectivas en que puede percibirse la Naturaleza, en la relación privilegiada establecida entre la Naturaleza y una mente. Al identificar al observador con una mente y alegar su condición espiritual, se desgajaba al sujeto de cualquier entramado estructural que le uniese a otras perspectivas transformando su punto de vista en único y el patrón para juzgar el Universo entero.2
Fueron Russell y Whitehead los principales representantes del ataque empirista al idealismo. Ambos se opusieron decididamente a estas interpretaciones idealistas provocadas en parte por la confusión introducida por un nombre equívoco que parecía entronizar la ausencia de elementos universales cuando, precisamente, la teoría venía a confirmarlos y a garantizar la conversión de cualquier observación realizada en un sistema a la observación hecha en otro sistema físico.
Para eliminar esta supuesta subjetividad extrema del idealismo se necesitaba evitar que la observación quedase reducida a una relación entre los hechos observados y la mente del observador. Un hecho de la Naturaleza como «la nube es carmesí» no puede presentarse como resultado de la calificación exclusiva de una mente. La objetividad de la observación radica en enlazar el hecho con la totalidad de la Naturaleza sin referencia exclusiva a la mente de un único sujeto. Esta conexión con la Naturaleza necesita de la estructura espacio-temporal, que no es –como cree el idealista que le permite la relatividad– resultado de la elección individual del sujeto. La teoría –Whitehead remarca– no ha puesto nunca en duda que cualquier observador en la misma posición obtendría las mismas percepciones. La Naturaleza es un hecho objetivo que puede ser percibido pero no puede ser alterado por el ser humano.3
El error que facilitaba ese supuesto retorno al idealismo se originaba en la confusión entre sistema de referencia y un observador. Un sistema de referencia para la física es una entidad real y no una mera formalidad matemática. Parecía coherente la identificación de un sistema de referencia con un sujeto, con un observador. Sin embargo, si bien es cierto que para la física todo observador es un sistema de referencia, no lo es que todo sistema de referencia sea un observador. En la mayoría de los sistemas de referencia que utiliza la física, tales como los sistemas solares, no existen observadores que perciban el mundo exterior. La existencia o no de un observador real resulta indiferente a la física que no puede supeditar sus leyes a que se produzca o no una percepción en un determinado punto. La física no puede hacer depender sus resultados de que haya una mente que observe los sucesos.
La teoría de la relatividad había demostrado, precisamente, todo lo contrario a lo que el idealismo creía. La teoría justificaba cómo desde distintos puntos de vista podemos acceder a una única descripción del mundo exterior, a unas mismas constantes y unas leyes idénticas. Russel ve la teoría en la posición opuesta a la creída por el idealismo. La física había rescatado el punto de vista del terreno mental al garantizar los elementos que permanecen invariables y que estarán presentes para todos los observadores independientemente de su posición. Cuando la física habla de las apariencias que presenta un acontecimiento, no se está refiriendo a nada subjetivo o psicológico, a lo que le parece a tal o cual persona, sino al mismo acontecimiento tal y como puede ser registrado desde distintas posiciones haya o no una mente que lo perciba. Una placa fotográfica en lugar de un observador humano le serviría igual pues registraría lo que acontece desde esa determinada posición. Sustituir la placa por una mente no cambia la esencia de la relación.
No es necesario que esté presente una mente para que en un determinado punto se produzcan unas determinadas sensaciones, basta con indicar que si hubiera un observador en ese punto se producirían, ya fuesen registradas por un cerebro o por un aparato físico adecuado. La diferencia en el resultado no existe. La relación entre sujeto y objeto se convierte así en una relación física que no afecta a las propiedades intrínsecas de los términos relacionados. El conocimiento no surge, como cree el idealismo, de una identificación entre sujeto y objeto, entre conocedor y conocido. Señalar el carácter de aparato registrador del observador y despojarlo de su calidad mental equivalía a eliminar la interpretación idealista de la relatividad. Basta con mantener la posibilidad de la presencia de un observador para que la teoría de la relatividad determine la objetividad de la descripción de los acontecimientos. La complejidad de sus métodos matemáticos tiene por objeto, precisamente, determinar todo lo que permanece invariable para cualquier observador situado en cualquier sistema de referencia.
Esta objetividad ha venido incluso a supera el debate entre cualidades primarias y secundarias que penalizaba a la percepción por ser el grueso de su contenido no matematizable. Gracias a la relatividad, la objetividad del conocimiento científico ha alcanzado un nivel superior. No podemos distinguir en los fenómenos una parte objetiva y otra subjetiva sin hacer primero referencia a los sistemas desde los que el fenómeno es observado y descrito. Para que una cualidad sea objetiva no basta con que sea matematizable: es necesario demostrar que permanecerá invariante para todo sistema de referencia. La objetividad hay que buscarla en aquellos rasgos de los acontecimientos que se demuestren estructuralmente invariables para cualquier sistema. Las leyes físicas garantizan esos rasgos estructurales para todas las regiones del universo, existan o no en ellas observadores que perciban los acontecimientos. La teoría de la relatividad conectaba así con una de las creencias profundas de Russell sobre el conocimiento humano: su convicción de que el solipsismo, aunque lógicamente irrefutable, era física y epistemológicamente insostenible además de psicológicamente repulsivo para las creencias instintivas del sentido común.
La teoría de la relatividad era en su conjunto un respaldo definitivo a la validez del conocimiento perceptivo al que había liberado del estigma de la subjetividad. Diversos sujetos coinciden en un mismo conocimiento a pesar de los diferentes puntos de vista desde los que se hacen sus percepciones, igual que diversos sistemas de referencia mantienen la validez de las mismas leyes. El significado profundo de la teoría de la relatividad era, en consecuencia, la garantía que nos ofrecía de la objetividad del conocimiento que podemos obtener del mundo, independientemente de la situación del observador. La privacidad de sus observaciones sólo lo será respecto de las características del fenómeno que no pudiesen ser reflejadas desde otro punto de vista cualquiera.
La interpretación idealista de la relatividad no era para Russell sino un episodio más de las deformaciones de conceptos científicos a manos de la filosofía tradicional. Los filósofos académicos acostumbran a manipular las teorías científicas con el objeto de reforzar su posición filosófica. Tradicionalmente, la filosofía se ha apropiado de las teorías científicas presentándolas como expresiones parciales de su análisis de la estructura de la realidad. Ha bastado con la captación de algún o algunos de los conceptos científicos por parte de los filósofos y su universalización a la totalidad de la realidad desgajándoles de los límites que les dan sentido en la ciencia para que muchas posiciones filosóficas se hayan presentado como científicas. Así, los filósofos han deformando los conceptos científicos para ajustarlos a lo que ellos consideraban previamente que era la realidad ontológica o bien los han refutado falazmente si no encajaban con su perspectiva.4 Russell considera inaceptable que la teoría de la relatividad se vea sometida a ese tipo de relación entre filosofía y ciencia.
La física nos habla de hechos que debemos aceptar como tales y a los que hay que adaptar nuestra filosofía. No los podemos modificar a conveniencia para intentar que los resultados científicos sean prolongación de nuestros