como ocurrió con el españolismo lerrouxista.[27] Frente al desafío del regionalismo y la aparición de Solidaridad Catalana, las juventudes republicanas lerrouxistas en Barcelona dieron a luz periódicos radicalmente antisolidarios, El Descamisado y La Rebeldía: el primero, españolista a ultranza, escarnecía la simbología catalanista y ensalzaba Lepanto, Trafalgar o Agustina de Aragón; el segundo, de tono fundamentalmente anticlerical y de exaltación revolucionaria, no excluyó las referencias patrióticas.[28] Las repercusiones de la aparición del nacionalismo catalán sobre el republicanismo no se limitaron a Cataluña, como dejan claro tanto el anticatalanismo del republicanismo castellonense como el caso andaluz, donde la aparición de Solidaridad Catalana llevó a algunos a intentar la formación de un partido regional inspirado de alguna manera en aquélla, la Liga Republicana de la Región Andaluza. Apelaron a la descentralización y al regionalismo dentro de la defensa de un nacionalismo republicano español que fomentara la solidaridad nacional. Sin embargo, estos ensayos no acabaron de cuajar, entre otros motivos porque primó más la defensa republicana de un nacionalismo español y porque se consideraba más útil a los intereses del republicanismo potenciar el municipalismo.[29]
Está menos estudiado cómo afectó el surgimiento del nacionalismo vasco al republicanismo, pero las investigaciones desarrolladas hasta la fecha apuntan a que, tras la supresión del régimen foral en la Restauración, los republicanos vascos recordaron los fueros como una cuestión pendiente, si bien adoptaron una actitud benévola ante su abolición. En el resto de España, sólo los federales harían mención expresa al respecto, mientras que los demás grupos de tendencia unitaria se decantaron por subsumir la cuestión entre las diversas propuestas de descentralización que plantearon para el país.[30] El intento de los republicanos vascos en el Sexenio, y en menor medida durante la Restauración, por hacer una lectura democrática de los fueros y disociarlos de la causa carlista no parece que tuviera éxito entre los republicanos españoles, si tenemos en cuenta los argumentos tan difundidos en la prensa republicana desde la derrota del 98 que alimentaban el rechazo hacia el nacionalismo vasco al identificarlo con la larga mano del clericalismo que amenazaba la integridad del país y pretendía agravar la decadencia de España. Similares afirmaciones se podían leer con respecto al catalanismo, pero mientras éstas se diluyeron considerablemente durante la II República, mostraron mucha mayor persistencia con respecto al País Vasco.[31]
En conjunto, desde finales del XIX hasta los años treinta, los republicanos españoles se movieron entre el rechazo a los nacionalismos periféricos, la apertura (si bien no exenta de muchos recelos) hacia los regionalismos y la apelación en sus discursos y prácticas a componentes de la identidad local y/o regional del área en la que se encontraban, integrados siempre en la identidad nacional española. Era ésta una visión compartida por la tradición liberal progresista procedente del siglo XIX, en la que la historia siempre ocupó un lugar central. Los republicanos hicieron hincapié en aquellos personajes y hechos históricos del pasado local, regional o nacional a los que se podía atribuir un significado de lucha por las libertades y por el bien de la patria. Con esta interpretación de la historia, establecían una continuidad entre el pasado y el presente, mediante la cual los republicanos reclamaban ser los auténticos herederos de dicho espíritu, argumento que gustaban de reiterar especialmente en épocas previas a las elecciones.[32]
Esa narración que vinculaba el pasado con el presente, y que resaltaba las conclusiones que se desprendían de los hechos pretéritos para la lucha política coetánea a favor de la República, aparecía, por ejemplo, en el mito del Castellón liberal fomentado por los republicanos de la ciudad. Como ha estudiado Ferran Archilés, estos se proclamaban herederos de aquella lucha patriótica contra el carlismo de 1837 en la acción política del momento y ligaban el patriotismo local con el español, identificándolos como auténticos sinónimos. A través de la narración histórica que incluía la prensa local sobre la fecha, se vinculaba de forma precisa la construcción de la historia de la ciudad con los mitos de la historia de España. Con objeto de conmemorar cada aniversario, se organizaba anualmente una fiesta en la que resultaban tan relevantes los símbolos y los ritos como la socialización festiva: todo servía para producir y difundir una identidad nacional en clave republicana. Los actos conmemorativos que conformaban la fiesta republicana reforzaban de distintas formas los patriotismos local y nacional. Así ocurría en los certámenes literarios, donde se premiaban obras cuya temática estuviera relacionada con la victoria de 1837, y, sobre todo, en la procesión cívica, que pretendía simbolizar «una representación social horizontal e interclasista con el pueblo republicano como comunidad imaginada y solidaria».[33]
Junto a figuras emblemáticas del panteón histórico republicano por su vinculación con la lucha por la libertad –Juan Lanuza, el último Justicia de Aragón ejecutado por Felipe II, o Juan de Padilla, líder de la rebelión de las comunidades en Castilla–, la Guerra de la Independencia, las contiendas carlistas y, en su caso, las resistencias ofrecidas al pronunciamiento de Pavía en 1874, constituían episodios contemporáneos habituales a los que aludían las interpretaciones republicanas de la historia local o regional para reclamarse herederos de aquellos antiguos luchadores por la libertad. Eran episodios sobre los que la interpretación republicana se solapaba con la liberal, habida cuenta de las continuidades de la primera con respecto a la visión liberal de la historia de España. A pesar de la confluencia entre muchas fechas significativas de los calendarios liberal y republicano, los republicanos las aprovecharon para difundir su cultura política, su propaganda y sus símbolos y, en algún caso, llegaron a hacer prevalecer su ritual sobre el liberal.[34] En los aniversarios correspondientes, la prensa republicana recordaba las fechas y gestas más gloriosas con las que corroborar los tópicos sobre el sentido liberal de la historia local y/o regional con la que se identificaban, siempre insertas en el marco nacional español, y las utilizaba para reivindicar su propia historia como defensores de la libertad. En Zaragoza, por ejemplo, la fecha más rememorada era la del 5 de marzo, aniversario de la victoria liberal sobre el asalto carlista a la ciudad en 1838. Constituía la única fiesta local de origen civil en la capital, y su protagonista principal era el pueblo, que acudía a los parques y arboledas de la ciudad a comer y descansar. Se festejaba la amplia participación popular en la defensa de la ciudad y el significado del evento como ejemplo de lo que un pueblo podía lograr cuando le guiaba «su amor a la libertad y al patriotismo».
Similar significado tenía en Teruel la conmemoración anual de la defensa de la ciudad frente al asedio carlista en el verano de 1874. Una procesión cívica al monumento erigido con tal motivo en la llamada Plaza de la Libertad recordaba aquellos acontecimientos. La conmemoración hermanaba a todos los liberales de la localidad, vencedores de la contienda carlista, si bien siempre estuvo muy ligada a los republicanos, que se consideraban los verdaderos promotores de la defensa de la ciudad.[35] De modo que cobró una especial solemnidad al comienzo de la II República, porque mostraba, en palabras del alcalde José Borrajo, un histórico republicano de la villa, la «arraigada convicción liberal y republicana» de la ciudad y servía para recordar que la lucha de aquellos héroes, ejemplificada en los protagonistas que todavía vivían –a quienes se saludaba como a «un trozo viviente de nuestra historia y de nuestro pueblo»–, no había sido estéril, pues el régimen «por el que lucharon y muchos murieron» ya no era «una quimera» sino «una realidad».[36] Como debió de ocurrir en celebraciones parecidas en esos primeros tiempos de la República triunfante, los discursos que se escucharon apelaban al pueblo, simbolizado por la numerosa participación popular en las procesiones cívicas conmemorativas. Como ha recordado recientemente Rafael Cruz, era el mismo pueblo que el discurso