de la Facultad de Derecho y sus escritos en revistas intelectuales, como el propio Boletín de la institución, y aún políticas (también publicó en la Revista Blanca, anarquista, de Federico Urales); y además como mentor de muchos ministros de Fomento (desde 1902 de Instrucción Pública), sobre todo en los periodos de Gobiernos liberales.
Los trabajos filosóficos y científicos de Giner le sitúan en una posición ecléctica, en la que se advierten rasgos —siempre conservados— de fidelidad al idealismo armónico de Krause y Sanz del Río con adiciones de positivismo post-comtiano, cuya aplicación a la filosofía del derecho, unida a las ideas de Savigny, le hace negar la existencia de un derecho natural y tomar como único punto de partida de esta ciencia la experiencia jurídica.
Pero la principal obra de Giner fue de carácter pedagógico. De una parte, sobre los alumnos de la Institución, unos jóvenes educados en las ideas y en el concepto de la vida y de España que el maestro practicaba. (Castillejo, op. cit. pág. 99 y ss.). De otra parte, a través de las distintas actividades promovidas por él y por los hombres de su equipo.
Giner pretendía dotar a España de un tipo de hombre nuevo, un hombre moderno, liberal y demócrata en política, aunque sin idolatría por el mito de la igualdad y sin veneración por las inclinaciones de las masas; patriota, pero con un sentido sobre todo pedagógico del patriotismo, más atento a considerar su país como tarea que como una realidad que condicionara realmente su vida, y alejado de toda posible adulación del propio pueblo, lo cual, en la práctica, significa un patriotismo crítico. Con respecto al pasado, el hombre de Giner será historicista, como corresponde a la influencia del positivismo francés y de las doctrinas de Savigny en las concepciones jurídicas del propio Giner. Pero en un país católico como España, es muy importante también, el lugar que en la formación y en la mentalidad de este hombre nuevo se asigna a la religión.
La religiosidad que es posible rastrear en Giner y en los institucionistas tiene ya poco que ver con el panteísmo que subyace a la armonía de Krause y Sanz del Río. Más bien se trata de un vago deísmo, de una moral natural en cierto modo postkantiana y desde luego autonomista, y de una consideración historicista de las diversas religiones, con la que resulta difícilmente compatible el que ninguna de estas sea presentada con exigencias de verdad absoluta.
Giner pensaba que en la educación de los jóvenes era necesario infundirles una cierta religiosidad, para despertar sus espíritus hacia un «orden universal del mundo», «un ideal supremo de armonía entre los hombres y entre la humanidad y la naturaleza», según Madariaga y Castillejo. Pero esta educación religiosa era independiente de todos los credos y naturalmente de orden superior a ellos, como un valor permanente respecto de los distintos intentos históricos concretos que han pretendido encarnarlo. Ha de basarse en el elemento común a las diversas concepciones religiosas y debe inspirar un sentimiento de tolerancia y de simpatía hacia todos los cultos y todos los credos, en cuanto que son formas más o menos perfectas de una tendencia del alma humana. Sobre esta base previa, las familias y las iglesias pueden luego instruir a los muchachos en los distintos aspectos peculiares de la confesión que escojan. Por su parte, Francisco Giner de los Ríos, después de abandonar formalmente la Iglesia católica, no escogió ninguna otra.
El carácter radical de la reforma pedagógica que Giner quería para España se desprende, mejor que de otras consideraciones, de sus referencias a Japón y a China. España, según Giner, necesitaba reformar los principios y el sistema de su educación de modo parecido a como lo habían hecho los japoneses. La referencia a estos pueblos orientales que se estaban abriendo a la cultura técnica moderna es constante en algunos escritores de esta tendencia y de esta época.
LOS OTROS GRUPOS Y EL ALCANCE DE LA ACCIÓN DE GINER
No todo lo que en España ha habido de acatolicismo entre los intelectuales nace de Giner. Hay una pluralidad de fuentes. Pero Giner y sus discípulos constituyen un punto de condensación, en torno al cual se agrupan humana o dialécticamente, y algunas veces sólo por una actitud de simpatía, otros varios.
Por ejemplo, Leopoldo Alas «Clarín», una de las figuras más destacadas de la Universidad de Oviedo en aquellos años, había sido discípulo de Giner más que de ningún otro profesor en el doctorado de Derecho de Madrid, el año 1878 y a este maestro suyo le dedicó su tesis doctoral. Fue también discípulo y admirador de Urbano González Serrano, otro de los principales hombres de la Institución y del movimiento krausista. (Cf. PEDRO SAINZ RODRIGUEZ. Evolución de las ideas sobre la decadencia de España. Madrid, 1962. 578 págs. La obra de Clarín, págs. 334 a 429, especialmente págs. 346 y ss.).
El anticlericalismo de algunas de las novelas de Galdós y de la actitud que el famoso novelista mantuvo durante muchos años, arranca más bien de la literatura anticatólica francesa del siglo XIX y del anticlericalismo militante de los grupos políticos y revolucionarios españoles del 68 al 75. El marxismo de Besteiro o de Fernando de los Ríos, líderes del partido socialista español y profesores de la Universidad de Madrid, es aprendido de Iglesias, de Marx y de Engels y de los maestros franceses de los socialistas españoles, como Lafargue y Guesde. La violencia verbal y reformista de Joaquín Costa es hija de la hipercrítica tradicional de España y de la propia minerva de su autor, un aragonés bronco y recio, de temperamento indomable. Lo mismo podría decirse del anarquismo romántico de los escritores del 98 en su primera etapa —señaladamente Baroja y Azorín— y de las otras diversas corrientes. Sobre todo, de los proyectos de europeización de España de Ortega y Gasset, que tuvo aún más ambición respecto del presente y del futuro de España —para configurar el país con arreglo a sus propias concepciones— que Giner.
Pero todos estos hombres y grupos, y otros similares, tienen en común una solidaridad extrema con la persona y la obra de Giner y un respeto por ella. Todos le consideran como el que alzó en España una bandera o, por lo menos, como quien mejor derecho tenían a mantenerla empuñada entre sus manos.
El «hermano Francisco», como diría uno de los hijos de su espíritu, antiguo alumno de la Institución, el poeta Antonio Machado, «se fue» el 17 de febrero de 1915. Giner, ausente, se transfiguró, además, muy a la española, en mito. Podía ser ya el santo laico de la nueva religión de España. Las glorificaciones póstumas de su figura se hallan en las plumas de escritores de los distintos sectores enumerados sucintamente unas líneas más arriba: hay textos de Machado, de Ortega, de Azorín, de Unamuno, de Madariaga, de Menéndez Pidal, etc., en los que Giner aparece como la encarnación o el promotor de un proyecto de una España nueva a la altura del momento y de las realidades europeas.
Giner y su adjunto, Manuel Bartolomé Cossío, habían ido alcanzando progresivamente la condición de consejeros áulicos de los ministros de Educación de España, sobre todo con los Gobiernos liberales. En 1906, siendo jefe del Gobierno López Domínguez y ministro de Instrucción Amalio Gimeno, el Gobierno organizó dos comisiones encargadas de poner en práctica los planes educacionales recomendados por Cossío y por Giner. Una de ellas —dedicada a la enseñanza primaria— no llegó a funcionar nunca. La otra comenzó enseguida a enviar pensionados al extranjero. Reorganizada y dotada de más medios en 1910 por el nuevo ministro, el conde de Romanones (miembro del Gobierno liberal de Canalejas), desarrolló hasta 1936 una extensa acción orientada en dos frentes principales: pensiones de graduados, profesores, artistas, escritores y maestros para el extranjero, y organización de algunos centros de investigación y experiencias pedagógicas, residencias de estudiantes, etc. Esta es la famosa Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, que tan importante función desempeñaría en la orientación de la cultura española.
Los pensionados de la Junta fueron unos dos mil en veinticinco años. El control de su funcionamiento estuvo siempre en manos de un poderoso secretario permanente, el profesor José Castillejo, uno de los más fieles y entusiastas seguidores de Giner. La Junta funcionaba con completa autonomía respecto del Ministerio de Instrucción. El secretario nunca intervino a título personal en la política, y sus decisiones estuvieron siempre respaldadas por los veintiún miembros, de extracción principalmente científica, que componían la Junta.
El propio Castillejo ha hecho una defensa de la gestión de la Junta en el libro antes citado publicado en Londres durante la Guerra Civil española