José María Gómez Herráez

El pasado cambiante


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Como tanto un artículo como un laboratorio pueden no despertar interés alguno y, por tanto, no encontrar apoyos ni disidentes, el especialista tiene que buscar aliados sociales que suscriban y participen en la construcción de su hecho científico. Por ello, el investigador debe actuar como sagaz negociador en la esfera social. De este modo, se produce una paradoja: el científico que trabaja de forma independiente es, en realidad, aquél cuyos intereses se alinean con los de otros sectores sociales y otros científicos, mientras, si carece de tales vínculos y se aísla, perece inmediatamente como especialista. Conseguir reclutar intereses es necesario para formar parte del conjunto de científicos a los que se atribuye el demiúrgico poder –tras el que se oculta la distinta capacidad estratégica en las controversias– de acertar en su exploración de la naturaleza o de la sociedad. Al tener que lograr ese apoyo social y velar a la vez para que no se desfiguren sus afirmaciones, el científico trata de identificar con su trabajo los intereses de distintos sectores mediante lo que Latour llama «traducción». En contraposición al popular «modelo de difusión», el de «traducción» supone negar que por un lado actúen la ciencia y la técnica y por otro, por separado, la sociedad, que, por el contrario, quedan vinculadas entre sí por asociaciones o cadenas heterogéneas. No cabe la distinción externo-interno como mundos separados o que, a lo sumo, se influyen mutuamente, sino que ambos espacios interactúan entre sí, se traban, se constituyen a la par. Aunque se justifique un trabajo como de interés social, es la constitución de esas redes, tras negociaciones más o menos arduas, lo que garantiza el éxito de un hecho, de una teoría, de una predicción o de una máquina. Al margen de tales redes, ninguno de estos elementos tiene vitalidad alguna y su perforación explica los fracasos.23

      En una línea próxima a Latour, Torres Albero (1994: 106-112) subraya la importancia de la negociación política tanto dentro de la propia «cámara sagrada de la ciencia» como en el marco social. Este sociólogo valora, en particular, los aspectos de rivalidad en que desemboca esa actuación. Al perseguir imponer sus versiones del mundo como puntos de paso obligado para otros, los científicos niegan viabilidad a rutas alternativas y tratan de impedir su difusión. Torres Albero (1994: 107-108) interpreta básicamente así, en función de la oposición de tradiciones, un panorama de constantes y obstinadas obstrucciones, donde también podría haber valorado otros móviles circunstanciales:

      El recurso a la política, para obtener el control en la vida cognitiva científica, implica una serie de estrategias sociales ya señaladas, pero que afectan también a los aspectos sustantivos, tales como las presiones a los editores o árbitros para que se acepten o rechacen determinados artículos u otras publicaciones, las tácticas para obtener fondos para las propias investigaciones y para negar o retirar la financiación al contrario, las maniobras para obtener firmas para apoyar o rechazar determinadas posiciones o documentos, las habilidades para intentar persuadir a la comunidad de que el trabajo de los otros es patológico, etc...

      Pierre Bourdieu (2003: 104-105) también destaca la dependencia que la ciencia tiene de los recursos financieros y administrativos para su realización, así como la pugna entre investigadores en que ello desemboca y el papel arbitral que desempeñan las instituciones controladoras de los recursos, mediatizadas por miembros de la propia comunidad científica. Esa subordinación y, por tanto, el tiempo individual o colectivo en la búsqueda de subvenciones, empleos, contratos, etc. varían, a su juicio, según disciplinas: mientras resultan notables en algunas como la física y la sociología, son nulos, escasos o secundarios en otras como la historia y las matemáticas. Pero esta distinción de Bourdieu, en todo caso, no revela unas mayores facilidades de las segundas para su desarrollo, sino al contrario, precisamente, por presuponérseles menor valor práctico, un más bajo interés por parte de esos agentes externos que lo complica. De cualquier forma, mediante vías más directas o más indirectas, el apoyo y la consideración externos resultan importantes para los trabajos de todas las especialidades, que sólo cobran relieve, en último término, a raíz de su estimación social.

      En general, la interpenetración entre la sociedad y la ciencia ha conducido a una mutua legitimación donde la segunda aparece como servicio general y la primera como gran beneficiaria. Pero varios autores han rechazado esta justificación al vislumbrar el peso que juegan determinados intereses en uno y otro ámbito y negar, por tanto, que la ciencia desempeñe un papel neutral de tipo quirúrgico o estimulante. Al resaltar la importancia del contexto social, Chalmers (1992: 161) llega a denunciar como un efecto adverso, derivado de la confianza ofrecida a la ciencia, rayana en mixtificación, la presentación como cuestiones científicas –especialmente en el análisis económico, pero también en las propias ciencias naturales– de problemas de neto carácter político y social.

      G. Fourez (1994) no sólo rechaza el carácter neutral de la ciencia, sino que la conecta directamente, en el mundo occidental, al interés de la burguesía. Este autor considera que a la idea de las ciencias como producción cultural en sí, que implica una concepción –una poética– sobre el mundo y un placer estético al estructurarlo a partir del espíritu, debe sumarse su poder ideológico, es decir, su papel como elemento legitimador más importante de las modernas sociedades industriales. Determinados conceptos –Fourez lo ejemplifica con el término «desarrollo económico»– se dan como obvios, como objetivos y eternos, cuando, inevitablemente, han sido construidos en un contexto histórico determinado y son siempre discutibles. Frente a las conexiones anteriores con la naturaleza, el proyecto de control y dominio del entorno por la burguesía conduciría a visiones del mundo independientes de los sentimientos y a una observación de la realidad como objeto de cálculo, previsión y dominio. Todo se convierte en mensurable y las particularidades desaparecen en concepciones que interpretan toda la realidad como plasmación de leyes generales. Sólo determinados problemas recientes no resueltos por las ciencias e incluso acentuados por ellas –contaminación, energía, armas, problemas sociales, Tercer Mundo...– llevarían a algunos sectores a cuestionar esa actitud de dominio y a buscar nuevas formas de contacto con la naturaleza.

      La crítica a la ciencia y la presentación de alternativas por parte de G. Fourez se encuentra en la línea con que Arne Naess, en 1979, comentara un artículo donde Feyerabend exponía sus tesis básicas. El filósofo noruego concluía este trabajo evocando una serie de alegatos, expuestos a discusión, que denunciaban la alianza entre los científicos y cualesquiera regímenes políticos que les ofrecieran compensaciones, así como su acatamiento mayoritario de la sociedad de clases, su escaso carácter autocrítico, su apoyo a la tecnocracia y su contribución al despilfarro. En su texto, Naess también se refería, secundando a Feyerabend, a sectores sociales que, como los pescadores ante los proyectos de edificación, podían ofrecer mejor información y teorías más relevantes que los expertos. Además, en algunos casos, los caros proyectos científicos, especialmente gravosos en países subdesarrollados, sólo producían escasas conclusiones que ya eran de dominio público entre los afectados. Pero, a la vez, Naess (1979: 52-53) situaba a Feyerabend, y con él su talante crítico, en un contexto personal especial, de elevado prestigio, «dentro del aparato ambiental de la física cuántica», ajeno, por tanto, a un tipo de ciencia minoritario, pero significativo:

      Mucha de la investigación social e histórica de la oposición de izquierdas tiene prácticamente todas las características que Feyerabend encuentra a faltar en lo que él llama «ciencia»: los investigadores tienen poco respeto por la metodología pedante, creen implícitamente en el «todo vale», se dedican a la reforma radical o a la «revolución», sus pretensiones «científicas» son moderadas, exaltan otras culturas distintas de la industrial, ponen el acento en aspectos no intelectuales de la racionalidad, luchan contra el elitismo y contra el dispendio que supone la jerárquica ciencia oficial.

      Para el filósofo noruego, preocupado por cuestiones semánticas, por el ecologismo o el pacifismo de Gandhi, la ciencia dominante se explicaba, en buena medida, dentro de una determinada sociedad y, por tanto, el cambio científico exigía previamente del cambio social. Su texto muestra todos los signos de una época en que la utopía, aunque distante, alentaba en alto grado la pluma de algunos teóricos.

      8. El relativismo no aboca al caos. Detractores y esperanzas

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