tienen».
4. En una línea discursiva distinta, L. Á. Rojo (1984: 52-53) también encontraba la variedad, las ambigüedades y las contradicciones como algo común entre los grandes pensadores y científicos sociales, juzgando que sus obras nunca constituyen totalidades cerradas y coherentes y se muestran especialmente sensibles a las posibilidades que brinda el contexto en cada momento. En concreto, este autor comentaba este aspecto a propósito de las ideas de Keynes, donde encontraba tanto defensas reiteradas del libre comercio como de vías proteccionistas, ataques a la inflación y sugerencias de políticas expansivas que hacían caso omiso de este problema, y referencias favorables a la planificación de los años veinte junto a críticas del New Deal estadounidense.
5. Woolgar (1991: 136) dirá: «La naturaleza y la realidad son los subproductos de la actividad científica, más que sus elementos determinantes. Esto nos capacita también para ver cómo la ciencia está impregnada de política, no en el sentido restringido de las cuestiones de financiación o de los intereses comerciales o gubernamentales, sino respecto a una completa gama de estrategias retóricas, de argumentación, de movilización de recursos, etc. Las negociaciones sobre lo que debe considerarse una prueba en ciencia no son menos desordenadas que cualquier discusión política entre abogados, políticos o científicos sociales».
6. He aquí su testimonio literal (McCloskey, 1990: 73): «La búsqueda de la Verdad es una mala teoría de la motivación humana y no es eficaz como imperativo moral. Los estudiosos de las ciencias humanas buscan la persuasión, la belleza, la resolución del desconcierto, la conquista de los detalles recalcitrantes, la sensación de un trabajo bien hecho y el honor y los ingresos del cargo».
7. En realidad, en una línea parecida, son varios los autores que han vinculado el monetarismo, especialmente impulsado por M. Friedman, a intereses concretos. J. M. Jordán (1979: 55-64), que veía tras esta doctrina una nueva forma de liberalismo y de sublimación –por ejemplo, al explicar la inflación sin valorar el proceso de oligopolización y los estrangulamientos estructurales–, lo conectaba al interés del gran capital estadounidense y de las oligarquías sudamericanas. Al identificarlo como «economía escolástica», M. Bunge (1985b: 109-110) también descubría, tras un aparente análisis científico, una forma de ocultar la realidad y actuar al servicio de intereses bancarios. Al ser uno de los elementos pujantes del neoliberalismo, también los críticos generales a esta doctrina, como J. F. Martín (1995: 201-229) y P. Montes (1996: 87-89), denunciaban distintos tipos de connivencias con los poderes económicos, incluyendo –como manifestación primaria de la lucha de clases– el propio interés en mantener un marco económico depresivo para minar las reivindicaciones salariales. Mas recientemente, para J. Stiglitz (2004: 44), las políticas de austeridad sugeridas a los países subdesarrollados por el FMI, de base también monetarista, aparecen inspiradas, en el fondo, por los sectores financieros de los países industrializados.
8. Ziman (1981: 21) afirma lo siguiente: «En primer lugar, debido a su educación formal y a su experiencia investigadora, casi todo científico se apoya en la concepción del mundo de su época y felizmente no puede dar su asentimiento a enunciados que están en evidente discrepancia con lo que se ha aprendido y con lo que ha llegado a encariñarse. La consecución de acuerdo intersubjetivo raras veces es lógicamente rigurosa; hay una tendencia psicológica natural en cada individuo a estar de acuerdo con la mayoría y a seguir fiel a un paradigma que anteriormente tuvo éxito, incluso si se encuentra con elementos de juicio contrarios».
9. Por ejemplo, Berger y Luckman (1998) e Ibáñez Gracia (coord.) (1988).
10. Sin embargo, en otra obra posterior, Chalmers (1993) se afanaba en advertir, como matización a su anterior relativismo, que existía la posibilidad de avanzar en el conocimiento siempre falible y mejorable del mundo real.
11. Para Feyerabend (1982: 102-103), el avance que en determinadas direcciones logran los científicos bloquea el progreso en otras. Por eso, con referencias a autores como Galileo, cuyo desconocimiento de teorías asentadas pudo resultar positivo en su investigación, concluye: «Así pues, la ciencia necesita tanto la estrechez de miras que pone obstáculos en el camino de una curiosidad desenfrenada como la ignorancia que hace caso omiso de los obstáculos o es incapaz de percibirlos. La ciencia necesita tanto al experto como al diletante».
12. El testimonio de Feyerabend (1989: 129-130) adquiere aquí un carácter dramático: «Un especialista es un hombre o una mujer que ha decidido conseguir preeminencia en un campo estrecho a expensas de un desarrollo equilibrado. Ha decidido someterse a sí mismo a standards que le restringen de muchas maneras, incluidos su estilo al escribir y al hablar. [...] Esta separación de ámbitos tiene consecuencias muy desafortunadas. No sólo las materias especiales están vacías de los ingredientes que hacen una vida humana hermosa y digna de vivirse, sino que estos ingredientes están también empobrecidos, las emociones se hacen romas y descuidadas, tanto como el pensamiento se hace frío e inhumano. En verdad, las partes privadas de la existencia sufren mucho más que lo hace la propia capacidad oficial. Cada aspecto del profesionalismo tiene sus perros guardianes; el más ligero cambio, o amenaza de cambio, se examina; se emiten advertencias, y toda la maquinaria de opresión se pone inmediatamente en movimiento con objeto de restaurar el statu quo».
13. Esta serie de reflexiones no le impide a este autor confiar en las posibilidades de un conocimiento objetivo. En una obra posterior a la considerada hasta aquí, Ziman (1986: 72-73), tras presentar la labor científica como una creación de «mapas convencionales» sobre la realidad, afirma que el convencionalismo «no explica la experiencia vívida de la investigación como exploración, en la que se descubren –y no meramente se estudian o se construyen de manera artificial– reinos de hechos y conceptos que antes eran desconocidos». Más adelante, Ziman (1986: 132) se opone al relativismo extremo del «programa fuerte»: «Los científicos no se limitan a “fabricar” conocimiento por encargo y a “negociar” esquemas interpretativos como si fueran contratos comerciales. La naturaleza no es tan maleable y la comunidad académica no funciona del mismo modo que un bazar oriental, donde se puede hacer que todo pase».
14. Al descubrir en la teoría de Kuhn la idea de que la «ciencia normal» no tolera la disidencia o el desacuerdo básicos, Katouzian (1982: 149-150) deduce una serie de implicaciones o hechos: «El primero es que una idea aparentemente inusual será probablemente rechazada con desprecio; en segundo lugar, que la publicación de tal idea tendrá buenas posibilidades si la reputación del autor ya ha sido establecida; tercero, que cualquier sinsentido de un autor “establecido” puede tener mayores probabilidades de ser publicado que cualquier contribución razonable de un autor desconocido». Después, suma otra posibilidad: aunque la idea «amenazante» de un autor establecido sea publicada y contestada sin fortuna con argumentos propuestos por el colegio invisible, la comunidad científica seguirá aferrada al paradigma dominante como si nada hubiera ocurrido.
15. Noiriel explica el éxito de Febvre y el fracaso de Bloch en el Colegio de Francia por su recurso a estrategias distintas. Mientras el segundo se niega a realizar concesiones, el primero lo hace, sobre todo, mediante la adopción de un título de proyecto que lo presenta como defensor de la tradición de la historia moderna francesa. En el apartado siguiente a estas consideraciones,