del tiro es imposible de estimar, y es obvio que el número de participantes en estos certámenes estaba limitado por el importe de los derechos de matrícula, cuyo mínimo era de 20 pesetas. De todas formas, las profesiones que se han podido identifi car muestran que el segmento de población que comprendían los concursantes era bastante amplio: un impresor, un médico republicano, el dueño de un café, un empleado, un oficial, un abogado... Se trata de unas clases medias que no se sentían ofendidas ni insultadas por luchar para obtener premios valiosos, o dinero simple y llanamente. Es decir, que no consideraban deshonroso ganar premios en metálico con el ejercicio de sus aficiones, no de sus profesiones.
Tampoco puede considerarse la cifra de 20 pesetas como el impedimento principal para quienes quisieran concursar, ya que otros factores serían más determinantes, como las posibilidades reales de éxito, que dependían, al fin y al cabo, de la pericia de cada cual con un arma. Esto hacía de la decisión de inscribirse una cuestión de cálculo personal; fácilmente observable en el caso de Manuel Olmos, quien participa en 1886, en 1888 y en 1891, y resulta siempre ganador de algún premio o accésit. Los mejores tiradores repiten; mientras que la pauta de participación del resto es simplemente ocasional, una vez y no más. El coste de la inscripción suponía un sacrificio no compensado y, en consecuencia, se optaba por no volver a jugar. Como participar era caro, ganar era importante. Esto explicaría que la edad de los concursantes rondase los 30 años, ya que no se trataba de una distracción ociosa para que las personas de posición desahogada matasen el tiempo, sino de un deporte competitivo que requería estar en pleno y perfecto dominio de las propias facultades.
Por otro lado, no se puede observar ningún tipo de discriminación o discrepancias en la organización de los torneos por razones o afinidades políticas. Si la existencia de dos casinos en la ciudad podría inducir a pensar que se trataba de la clásica división conservadores/republicanos, ésta se demuestra imposible por la buena convivencia de ambas entidades. Además, un tirador tan significado políticamente como el republicano Manuel Olmos es en 1886 miembro del Casino de Cazadores de San Humberto; pero en 1891 pasa a ser miembro del Casino de Cazadores de Valencia. Puede que esto se debiese a un acercamiento al sistema alfonsino favorecido por la reintroducción del sufragio masculino, pero, aún así, parece difícil sostener que la adscripción política tuviese un papel relevante o significativo en estos espacios competitivos de sociabilidad.
En definitiva, estos certámenes, así como los lugares donde se podía ejercitar la puntería, fueron puntos de encuentro público entre hombres, mayoritariamente jóvenes, que desarrollaron un deporte competitivo reglado con total normalidad y que se reconocían como iguales, sin poder observarse que ningún tipo de discriminación o exclusión condicionara la vida de estos centros. Cuando en 1910 se dispuso una tirada «como se hacía en el año 1880, (...) no faltaron, entre los concurrentes a la tirada, evocaciones de lo que consideraban la edad de oro del tiro de palomo».51
4. EL DISCRETO SILENCIO Y LA CONVERSIÓN A LAS SOCIEDADES DE TIRO
No obstante, este auge daría paso a un largo y discreto silencio. El Casino de Cazadores seguiría organizando actividades para sus miembros, pero perdería la presencia pública que disfrutaba en los certámenes de tiro de la Feria de Julio. Como entidad social, su carácter de representación colectiva daría paso una proyección más privada. En estos años, también es posible que muchos miembros optaran por una forma de sociabilización más reservada y circunscrita a un núcleo de personas más cercanas. Un buen ejemplo del nuevo tipo de sociedades informales de cazadores que se darían a finales del siglo XIX se encuentra en las memorias de Teodoro Llorente, que relata las partidas de caza que organizaban él y su grupo de «amigotes», y cuya sede social era el domicilio de Salvador Oliag. No había más reglamento escrito que sus propias costumbres y ninguna otra finalidad que no fuera pasar un buen rato divirtiéndose con la caza y la comida.52
Pero, una vez iniciado el siglo XX, los periódicos expresarían los lamentos que producía la falta de una entidad que organizase tiradas públicas. En relación con un campeonato nacional, escribían:
Nosotros atribuimos la ausencia de aficionados valencianos á la falta de costumbre de tirar á caja; y sobre todo de tirar en público, para lo cual nada mejor que organizar aquí certámenes regionales en los que (...) vayan nuestros cazadores ejercitándose y al propio tiempo perdiendo el miedo, causa única de su retraimiento.53
Después de años de silencio, se preparó de nuevo un certamen de tiro para la Feria de Julio de 1906, y al año siguiente, bajo la dirección del Ateneo Mercantil, se repitió el evento, que logró reunir a 32 tiradores. Hubo dos modalidades: tiro a pichón y tiro a carambolas de pichón. Los premios ya eran exclusivamente en metálico y las cantidades considerablemente generosas. Para el primer ejercicio, había 500 pesetas para el 1.er clasificado, y 250 ptas para el 2.º clasificado. En el segundo ejercicio, el 1.er premio, de 750 pesetas, además de un servicio de té de plata regalado por la infanta Isabel (quien presenció durante media hora el torneo), recayó en Enrique Albors, inspector de policía y un asiduo participante de los torneos celebrados desde hacía 20 años; mientras que el 2.º premio, una escopeta más la cantidad de 250 pesetas, fue para Francisco Devís, un industrial domiciliado en Masamagrell.54
Sin embargo, el Ateneo no suplía el déficit de sociedades de caza y la mayoría de encuentros seguía celebrándose en el ámbito privado. Por ejemplo, en la granja de José Moróder de Moncada, donde tenía instalada su vaquería:
En el campo de tiro que la Sociedad «Los XII» tiene establecido en la magnífica granja de D. José Moróder, se celebró ayer una tirada de palomos. (...) Los expedicionarios regresaron á Valencia altamente satisfechos, haciendo votos porque cuanto antes sea un hecho la nueva sociedad de Tiro que ha de establecerse en la playa.55
La referida sociedad ya se había fundado en abril de 1908 y se llamaba Sociedad de Tiro al Pichón, cuyo presidente era J. Dupuy de Lome, y, tal como se esperaba, construiría una sede social y unas instalaciones de tiro en la playa.56 Éstas se inaugurarían en 1909, aprovechando la visita de Alfonso XIII durante la Exposición Regional, y la sociedad cambiaría de nombre para llamarse Real Sociedad de Tiro. Su composición y funcionamiento es ya una cuestión que queda fuera del presente trabajo.
Para concluir, se debe destacar que el Casino de Cazadores había nacido siete años antes de la Ley de Asociaciones para ofrecer un nuevo marco de sociabilidad promovido por los líderes restauracionistas. Su primera directiva estuvo formada por un grupo de hombres que iniciarían a los pocos años dispares carreras políticas en la Diputación Provincial y el Ayuntamiento, representado tanto a los conservadores como a los liberales y agrupando tras de sí a 400 socios de distinto perfil profesional. Esta entidad canalizaba una arraigada afición al tiro y se configuraba como un interlocutor con el Gobierno Civil para el cumplimiento de las leyes sobre caza y pesca y la concesión de licencias. Su declive a raíz de 1890 es difícil de explicar; pero es probable que perdiese parte de su utilidad como un centro de poder informal en paralelo a la propia administración pública y los incentivos para gestionar colectivamente esta afición disminuyeran, por lo que los participantes se retraerían a una práctica más individual o en grupos pequeños.
1. A. Laborde: Itinerario descriptivo de España y de sus islas y posesiones en el Mediterráneo, Valencia, 1826, p. 90 (ed. facsímil París-Valencia, 1998).
2. I. Frasquet: Valencia en la revolución (1834-1843). Sociabilidad, cultura y ocio, Universitat de València, Valencia, 2002, p. 112.