15. U. Frevert: «Condición burguesa y honor. En torno a la historia del duelo en Inglaterra y Alemania», en J. M. Fradera y J. Millán (eds.): Las burguesías europeas del siglo XIX. Sociedad civil, política y cultura, Universitat de València, Valencia, 2000, pp. 361-398.
16. A. Guttmann: From Ritual to Record. The Nature of Modern Sports, Columbia University Press, 1978, pp. 1-55.
17. T. Llorente Falcó: Memorias de un setentón, vol. II, Federico Doménech, Valencia, 2001, pp. 125-126.
18. VV. AA.: Institut de Batxillerat Lluís Vives de València: 150 anys d’història d’ensenya ment públic, Diputació Provincial de València, Valencia, 1997.
19. Catálogo de Antiguos Alumnos del Colegio de San José de Valencia, 1878-1973, Valencia, 1973.
20. C. Llombart: Valencia antigua y moderna. Guía de forasteros. La más detallada y completa que se conoce, Pascual Aguilar, 1887. F. Doménech: Indicador General de Valencia, Valencia, 1888.
21. J. Sorribes (coord.): València (1808-1991): En trànsit a gran ciutat, Biblioteca Valenciana, Valencia, 2007.
I. LA SOCIEDAD DE CAZADORES Y LA PRÁCTICA DEL TIRO
1. ORÍGENES Y CREACIÓN DEL CASINO DE CAZADORES DE VALENCIA
La caza, como se ha expuesto en el capítulo primero, no se incluye en el presente trabajo por tratarse de una actividad física que requiere unas habilidades y un aprendizaje específicos, sino porque fue una de las primeras disciplinas en someterse a un reglamento y una dinámica competitiva en la ciudad de Valencia. En realidad, la tradición cinegética convivió desde bien temprano con unas prácticas de tiro que se desarrollaban en un contexto artificial y creado voluntariamente por las personas, y cuya finalidad no era tanto abatir animales salvajes como ejercitar la puntería.
Hay constancia de la práctica del tiro a la gallina y al palomo en el cauce del río como una de las diversiones favoritas de los valencianos de principios del siglo XIX1 y no parece que estuviese directamente relacionada con la inseguridad ciudadana, tal como señala Ivana Frasquet.2 Sobre los años anteriores a la Restauración, sabemos que la presencia pública de la práctica deportiva del tiro radicaba, según la Guía del Viajero en Valencia de J. M. Settier, en el paseo de la Pechina, en el mismo cauce del río, donde los jueves y festivos por la tarde, a cambio de abonar el precio de la entrada, se podía participar en el tiro al palomo siguiendo un reglamento conocido por los tiradores. Así como en la puerta de San Vicente, en una huerta, y en la calle de Murviedro, se podía probar suerte con el tiro a la gallina, abonando, también, el coste de la entrada; y, en caso de no disponer de armas propias, se podían alquilar escopeta y munición.3
Parece que en los años posteriores, éstos serían los únicos espacios públicos de actividad para los devotos de las armas de fuego, y que las aficiones complementarias, como la caza y el tiro sobre objetos fijos, las llevarían a cabo los particulares sin requerir ningún tipo de organización especial y sin generar ninguna repercusión pública.
Pero, en 1879, las cosas cambiaron por la creación del Casino de Cazadores de Valencia; como decía El Almanaque de «Las Provincias»:
El espíritu de asociación está á la orden del día. Asócianse los taurófilos. Asócianse los agricultores. Asócianse los colonos en contra de sus propietarios. Asócianse, en fin, los cazadores y organizan un confortable Casino. Falta ahora una asociación de aves y conejos, para defenderse de sus numerosos e infatigables perseguidores.4
Situado en el número 14 de la calle del Palau, en el local ocupado anteriormente por el Colegio de Abogados, el Casino era un centro de recreo dotado de mesas de billar y tresillo, café, restaurante, gabinete de lectura, sala de conversación... y contaba con unos cuatrocientos socios. Del mismo modo, había adquirido para sus miembros un coto en la Dehesa de la Albufera, y había montado un «tiro de pichón para recreo de sus asociados, con mucha economía y con un reglamento en el que se evitan las disputas y controversias, y se hace difícil toda desgracia».5 Además, en tiempo de veda publicaban quincenalmente un boletín propio titulado La Caza; y concluida ésta, mensualmente. Su precio era de un real el número suelto y de 14 reales la suscripción para un año en toda España.
Los criterios de confort que exhibía la asociación delataban la posición acomodada de sus integrantes. Hecho que no debe extrañar, pese a tratarse de cazadores, ya que la ley exigía el pago de 20 pesetas para obtener tan sólo una licencia de caza de seis meses. No obstante, en 1879 se tramitarían en el Gobierno Civil 3.368 licencias de caza y uso de escopeta para la provincia de Valencia, y, en 1881, 5.279 licencias.6 Este fuerte aumento de casi 2.000 licencias en dos años refleja la popularidad de la afición venatoria y la capacidad del Casino para canalizar estas demandas y presionar al Gobierno Civil en sus concesiones, ya que este incremento de más del 50% se produjo a raíz de su fundación.
Curiosamente, el número de licencias contrastaba con la escasez de caza propia de la zona de Valencia y sus alrededores. Esto obligaba a los afi cio nados a:
Á perseguir las alondras; cuando no las hay, á los gorriones; cuando no, son las golondrinas las víctimas del mortífero plomo; y lo que es mas, cuando estas avecillas han pasado y no surca en el espacio ningún ser plumado, los murciélagos, esos inofensivos mamíferos implumes, pero alados, constituyen la escuela práctica del tirador valenciano; pues dicho sea en honor de la verdad, no les persiguen nuestros aficionados por espíritu destructor, sino para adquirir la difícil práctica del tiro.
En efecto, el tirador valenciano goza de fama en toda España, pero, entiéndase bien, el tirador, no es cazador, pues hay notable diferencia. La escuela práctica que acabamos de esplicar, hace del afi cionado valenciano un gran tirador, hasta el estremo de obtener el primer premio en el concurso de tiradores verificado en Barcelona el año 1879 nuestro paisano Antonio Gómez; pero no hace al cazador que ceñido á su fiel perro estudia la vida de los animales, sus costumbres, sus inclinaciones, los parages en que se hallan según las estaciones, la temperatura, los vientos, el tiempo y la hora del día.7
Es decir, la caza era una actividad deportiva practicada por diversión y por personas ajenas a un medio agreste o rural. En consecuencia, el Casino de Cazadores de Valencia reunía a un mundo urbano, no a aristócratas hacendados entregados a la cinegética. Un vistazo atento a la primera directiva del Casino permite observar la diversidad que comprendía la asociación. Pese a que su presidente honorario era el marqués de Cáceres, su presidente efectivo era Manuel Cubells Muñoz, comerciante y diputado provincial por los liberales en 1886, muerto en 1895.8 Mientras que el tesorero era Esteban Martínez Boronat,
hijos [él y su hermano] del modesto dueño de una de las atrasadas tenerías (...) acrecentaron (...) su pequeño capital, llegando a los treinta con los conocimientos, la práctica de los negocios y los bríos necesarios para salir de la atmósfera mefítica del Muro de Blanquerías y establecer la moderna industria